jueves, junio 29, 2006

LAS TRANSFORMACIONES POSIBLES DE LOS SISTEMAS DE RELACIONES INDUSTRIALES



Bruno Trentin

Las nuevas tecnologías tienden a suscitar permanentes modificaciones en la organización de la empresa, en la organización del trabajo y en la composición profesional porque su utilización óptima presupone un alto grado de flexibilidad --tanto en la cantidad como en la calidad de la producción de los bienes y servicios en relación a los cambios del mercado-- y en la medida en que su frecuente tasa de innovación comporta un envejecimiento rápido de muchas de las habilidades adquiridas; a su vez, solicita un continuo adaptamiento profesional de la mano de obra o, alternativamente, una enorme movilidad del trabajo. En estas condiciones, los procesos de reestructuración y descentralización productivos tienden a convertirse en una señal permanente de la gestión de la empresa. Y, de igual manera, ahí están sus efectos sobre los niveles de empleo y la composición profesional de los oficios que tienden a presentarse de manera recurrente como un modo fisiológico y no excepcional de adaptación de las empresas a los cambios impuestos por las nuevas tecnologías. Más todavía, los tiempos de los procesos de reestructuración ya no coinciden con los ritmos del ciclo económico. Lo cual comporta una modificación cualitativa de los sistemas de relaciones industriales: no sólo porque asumen una nueva importancia los ámbitos de la negociación colectiva en la empresa y en el territorio, sino porque sus mismos contenidos requieren nuevas prioridades que primen la contractualidad tradicional en factores tales como el salario y el horario de trabajo. Y cuestiones como la definición de los niveles de empleo, la gestión de los procesos de movilidad del trabajo, la recualificación de los trabajadores, la determinación de nuevas formas de organización del trabajo y la ordenación del tiempo de trabajo... se convierten en temas centrales (y, ahora, no excepcionales) de la negociación colectiva, influenciando los mismos contenidos de las reivindicaciones de, por ejemplo, los salarios y los horarios.
En efecto, tienden a cambiar los contenidos de la relación de trabajo para todas las formas de trabajo subordinado, parasubordinado o semiautónomo (por ejemplo, el trabajo a domicilio) ya que el intercambio que sanciona el contrato no se hace, ahora, entre una cierta cantidad de tiempo y una determinada cantidad de salario en el caso de una estabilidad en el empleo (salvo casos excepcionales) tal como sucedía en el contrato fordista. En nuestros días, el intercambio se da entre: de una parte, la disponibilidad de la persona para hacer un trabajo determinado o un objetivo concreto, sobre la base de determinadas habilidades, respondiendo de los resultados de dicho trabajo, incluso con la inseguridad de la duración de la relación de trabajo, y, de otra parte, un cierto salario y un horario concreto que se miden por las aptitudes demostradas y los resultados cualitativos y cuantitativos obtenidos.
Ahora, este tipo de intercambio se presenta de modo desigual y contradictorio porque la responsabilidad de los resultados de la actividad laboral coexiste, por un lado, con el mantenimiento de un poder unilateral de las decisiones de la empresa de las modalidades de las actividades productivas, y, de otro lado, con el también poder unilateral de dicha empresa de la duración de la relación laboral. Así las cosas, la empresa detenta la potestad de prolongar o no prolongar una relación de trabajo por tiempo determinado y proceder o no proceder a despidos individuales sin ningún tipo de sanciones duras. En esta desigualdad reside la razón de la debilidad del poder contractual del trabajador y de su ejercicio del derecho de huelga. Por otra parte, sería ilusorio pensar que el desequilibrio de este intercambio --en un contexto económico que ha cambiado radicalmente-- se pueda superar manteniendo las viejas reglas de la relación de trabajo. Aunque es posible que la primera reacción de los sindicatos y los trabajadores sea el mantenimiento de las viejas reglas.
Las vías pra reconstruir un contrato de trabajo, que no esté marcado por tales contradicciones y desigualdades, parecen ser otras; y eso queda demostrado por la experiencia, aunque ésta afecte de momento a una élite de los asalariados que tienen una alta cualificación. Estoy hablando de unas vías que llevan a un nuevo tipo de intercambio, capaz de garantizar a todo el universo del trabajo subordinado y parasubordinado, más allá de sus adscripciones en diversas situaciones de contrato de trabajo.
En primer lugar, se trata de de un nuevo equilibrio entre el recurso a la flexibilidad y movilidad del trabajo; y, como contrapartida a ello, la adquisición de una empleabilidad del trabajador, mediante políticas de formación, puesta al día y recualificación profesional. De este modo se establecerá lo contrario de una precariedad que se traduce inevitablemente en la marginación de los más débiles y los trabajadores de más edad. En segundo lugar, se trata de establecer un nuevo equilibrio entre la responsabilidad exigida al trabajador cuando se le piden cuentas de su actividad y la garantía de su control y participación en las decisiones sobre las modalidades de la actividad laboral y el gobierno del tiempo de trabajo, entendido éste como tiempo de trabajo, como tiempo que se dedica a la formación y como tiempo “de vida”. En tercer lugar, se trata de garantizar a los aslariados (y particularmente a los que trabajan por tiempo determinado, con independencia de las diversas normativas) la certeza del contrato: este no puede ser rescindido arbitrariamente --hecha la excepción de despidos colectivos por razones económicas--, a menos que el trabajador haya cometido una falta grave. Y en cuarto lugar se trata de redefinir las reglas generales de un welfare state descentralizado en el territorio, que tutele, en igual medida, todas las formas del trabajo subordinado y parasubordinado, a través de un uso coordinado de las formas de intervención y servicio; con políticas formativas (también para los parados) y de previsión social, sanitarias y de empleo.

Pero estos cuatro derechos fundamentales no protegen, ni de lejos, a la gran mayoría de trabajadores subordinados y parasubordinados. La explicación viene dada por la fuerza de la resistencia inercial de las asociaciones patronales en asumir, por ejemplo, el coste de una política de formación durante toda la vida y las tendencias de muchas empresas en hacer convivir la superación del modelo de producción fordista con el mantenimiento de formas tayloristas de organización del trabajo y dirección del trabajo manual. Ahora bien, aquellos cuatro derechos fundamentales podrían constituir las nuevas prioridades de la acción reivindicativa de los sindicatos con el objetivo de ofrecer representación y tutela a todo el universo del mundo del trabajo que hoy está tan fragmentado. En el casos de que ello fuera la nueva opción de los sindicatos, la formación a lo largo de toda la vida sería el primer objetivo de la negociación colectiva, haciendo compatible las reivindicaciones salariales y las reducciones de los horarios de trabajo. Pero téngase en cuenta que el control de las políticas formativas, orientadas a la consecución de objetivos específicos (formación para los jóvenes, trabajadores inmigrantes, de adaptación de los trabajadores adultos y recualificación de los que tienen más edad) no es imaginable sin un fuerte sostén, no sólo financiero, del Estado, las empresas y los mismos trabajadores, también con la idea de legitimar su participación en la dirección y programación de los procesos formativos.
Pero tal salida --que implica el encauzamiento de importantes recursos hacia inversiones de alto riesgo y efectos diferidos en el tiempo-- presupone la superación de fuertes resistencias, tanto de las instituciones públicas como de las mismas empresas, tanto de los propios enseñantes y formadores como de los trabajadores-usuarios de dicha formación.
El segundo objetivo sería, ineluctablemente, el gobierno de los procesos de reestructuración de la empresa, de la movilidad del trabajo en el territorio y de movilidad profesional en el centro de trabajo; también aquí mediante la negociación de programas orientados a la formación en el territorio y en la empresa.
El tercer objetivo, estrechamente vinculado al segundo, contemplaría necesariamente la participación en las decisiones que afectan a la empresa: la organización del trabajo y el régimen de horarios. Ciertamente, habría que establecer la conexión con la negociación --en el territorio y, sobre todo, en la ciudad-- de la reordenación de los tiempos, conciliando el funcionamiento de los servicios de interés colectivo con la actividad laboral y la vida privada.
El cuarto objetivo se dirigiría, probablemente, a las políticas del welfare y a la formación a lo largo de toda la vida, a afrontar el envejecimiento de la población con un incremento de la población activa y la prolongación con carácter voluntario de la actvidad laboral, estimulada con un política de incentivos y penalizaciones, discutidas tanto con los trabajadores como con las empresas. Es decir, se trata de crear las bases de una política de envejecimiento activo, conjurando los riesgos de una reducción de las tutelas tanto las contributivas como las asistenciales.

Una reforma de este alcance de la negociación colectiva implicaría la entrada en escena de nuevos sujetos y nuevas formas de representación. En primer lugar, de los trabajadores parasubordinados y semiautónomos que, hoy por hoy, sólo tienen contratos individuales. Pero también me estoy refiriendo a los trabajadores “en movilidad”, de los parados en busca de su primer empleo o que intentan recolocarse: habitualmente no se encuentran representados, en tanto que tales, en las organizaciones sindicales ni en las negociaciones sobre políticas activas de trabajo. Estos sujetos se adherirán difícilmente a un sindicato, si no han participado en una negociación o en una acción colectiva que se refiera directamente a su tutela. Así pues, el camino a recorrer será, en muchos casos, complicado y tortuoso para los sindicatos, y deberá consistir en la promoción de asociaciones profesionales, generales o de sector. Lo importante es que, mediante el asociacionismo, los trabajadores atípicos y los parados puedan participar, junto al sindicato, en formas de negociación colectiva para definir (a modo de acuerdos-marco) las reglas, los derechos y las responsabilidades propias de la relación de trabajo convenida con su debida protección. Y, por otra parte, definir en el sector o en el territorio las formas esxpecíficas de un convenio colectivo. Estos acuerdos-marco podrían, andando el tiempo, ser sustituidos por la negociación colectiva europea de sector, fijando, claro que sí, las líneas maestras de aplicación de la negociación en la empresa y en elsector.
Pero la evolución del conflicto social y su radicalización en los servicios públicos comportan la entrada de nuevos sujetos cuya intervención puede influir en la modalidad y contenidos de la negociación colectiva. En efecto, el papel que asumen los medios a la hora de informar de los aspectos más estridentes del conflicto social, tiende a introducir --tanto en las asociaciones de trabajadores como en ciertos grupos de asalariados-- la búsqueda de formas de presión distintas de la huelga: secuestros de dirigentes de empresa, ocupación de la fábrica, interrupción de las vías de comunicación, etcétera. Con la intervención de los media, los que utilizan ese tipo de acciones intentan sorprender a la opinión pública y a los diferentes intereses de la contraparte: la organización patronal o a la empresa en cuestión. Estas formas de radicalización conllevan, frecuentemente, la lesión de los intereses de los diversos sujetos que no tienen relación con los directamente implicados en dicho conflicto: otros trabajadores de la misma empresa y del mismo sector, otros grupos de trabajadores y otros ciudadanos, especialmente los usuarios de los servicios públicos: los medios de transporte y comunicación, la sanidad y la distribución de bienes de consumo, los centros que prestan servicios financieros a grupos de trabajadores y pensionistas...
Tales sujetos pueden desarrollar, involuntariamente, una función de presión para solucionar el conflicto o, al revés, orientarse hacia posturas de hostilidad y rechazo hacia este conflicto, facilitando así, primero, su aislamiento y, después, la derrota. De manera que mucho dependerá del comportamiento de las asociaciones de trabajadores que la acción vaya en una u otra dirección. Porque depende cómo se hagan las cosas, el asunto se orienta hacia una radicalización del conflicto y, en consecuencia, a una desarticulación corporativa del sistema de relaciones industriales, con independencia de la solución favorable o no del conflicto de marras. Pero si el tratamiento se orienta en otra dirección, los no directamente implicados puede hacer suyas las reivindicaciones de los huelguistas.
Esto último es lo más apropiado, y se pueden plantear incluso ciertos códigos de comportamiento en el ejercicio del conflicto (como es el caso italiano) donde intervienen directa o indirectamente los terceros en discordia (los no implicados en el conflicto) a través de la organización sindical u otras asociaciones. Estos códigos de comportamiento (de autoregulación) pueden salvaguardar los servicios esenciales durante una huelga; la reducción de la producción sin llegar a la paralización de algunas estructuras costosas que deben ser mantenidas permanentemente (por ejemplo, los altos hornos en la siderurgia); la exclusión de de la huelga en determinadas franjas horarias que se corresponden con la mayor utilización de los servicios, por ejemplo: la ida al trabajo o el regreso a casa de la gente; la información de preaviso de una huelga; la exclusión del ejercicio de la huelga en determinadas temporadas del año, por ejemplo, durante las fiestas o la ida y vuelta de vacaciones... Estos códigos u otras formas de entendimiento con los usuarios pueden ser objeto de acuerdo entre las partes sociales o, incluso, de medidas legislativas una vez que hayan sido aprobadas por los trabajadores interesados, mediante un referéndum, como sucede en Italia.
Pero las mismas materias que, a este respecto, constituirían los contenidos de la negociación colectiva comportan un salto cualitativo en la misma forma de la negociación. De un lado, por la frecuente entrada en la escena de una pluralidad de sujetos contractuales; de otro lado, porque el respeto a lo acordado se confía en, al menos, por una parte de aquellos, a verificaciones y controles sucesivos. Este es el caso de cuestiones como la realización de programas de formación profesional, la experimentación de nuevas formas de organización del trabajo o la gestión de los procesos de movilidad y la promoción de las políticas de sourcing. Porque estamos en el contexto de una transformación en marcha que comporta --ante diversas materias salariales o aspectos parciales de éstas-- la consolidación de una negociación in progress sujeta a las verificaciones y adaptamientos continuos que los agentes sociales deben reseguir, comprobando los acuerdos asumidos con las formas concretamente posibles de su realización.
Se puede afirmar, pues, que en casos cada vez más numerosos, la negociación colectiva tiende a ser, al menos en parte, algo más que un intercamnbio de certidumbres: un intercambio entre la voluntad de lo pactado y la verificación de su puesta en marcha. Tanto es así que, en los últimos años, en algunos países de la Unión Europea se ha dado vida a auténticas formas de negociación que se distinguen con facilidad de los procesos tradicionales. No sólo por la existencia de una pluralidad de sujetos o por un intercambio como el mencionado anteriormente, no siempre reducible a cantidades determinadas (políticas de rentas, contención de la inflación, políticas industriales, de empleo o de reforma de las reglas del mercado laboral) sino porque el respeto de los acuerdos tomados por los diferentes sujetos, cuando son instituciones públicas depende, en última instancia, de lo aprobado por los representantes de la soberanía popular.
Otra característica de la concertación viene de su forma de negociar que asume una dimensión horizontal, en el sentido de que corresponsabilizar una pluralidad de sectores, de sujetos contractuales y de contratos de trabajo. Este parece ser el caso de para las formas de concertación con los gobiernos nacionales o para el diálogo social que se efectúa entre las asociaciones europeas de trabajadores y las patronales, con el impulso y la iniciativa de la Comisión ejecutiva de la Unión; y esta parece ser la forma de las negociaciones que se hacen en el territorio.
Estas últimas, en efecto, parecen destinadas a asumir una importancia creciente en relación a los cambios de los contenidos de la misma negociación colectiva. Piénsese en la negociación sobre políticas de industrialización, formación profesional, movilidad intersectorial de la mano de obra tras los procesos de reestructuración o reconversión de una gran empresa o de un grupo de empresas. O también en la actuación de los programas de formación profesional para los trabajadores de las pequeñas o medianas empresas que no puedan asegurar la formación en el puesto de trabajo. Por no hablar de experimentos como los contratos-programa que se realizan en algunas regiones que afectan, además de las asociaciones de trabajadores y patronales, a las diversas administraciones públicas, los institutos de crédito, los centros de formación profesional, las escuelas secundarias y las universidades.
Más en general, parece que las transformaciones del welfare state (con el papel central que tiende a tener la formación a lo largo de toda la vida) en conexión con las políticas de protección social y asistencial y las políticas activas de trabajo, conducirán a una valorización de la dimensión territorial y horizontal como lugar donde es posible un gobierno coordinado de los diversos instrumentos de la política social.

En fin, tomamos nota de la importancia de la dimensión europea, para poder valorar las repercusiones que puede tener la creación de un mercado único y, más todavía, de la moneda única, sobre los sistemas de relaciones industriales vigentes en los diversos países de la Unión. A tal fin, se debe observar, ante todo, que la diversidad de estos sistemas, país por país y de sector a sector, constituye un obstáculo no ligero para la conformación de un modelo europeo al que son hostiles las asociaciones patronales que se orientan hacia una despotenciación de la negociación colectiva fuera de la empresa tanto si es europea como nacional, confederal o sectorial. Y, efectivamente, el diálogo social, a nivel europeo, no ha conocido progresos significativos tras la constitución del mercado único, sobre todo por la hostilidad de las organizaciones empresariales.
De esta manera, la negociación colectiva europea --aunque sea fijando sólo las líneas-fuerza para los convenios nacionales o de empresa-- le cuesta consolidarse, salvo pocas excepociones, en el plano sectorial. Mientras tanto, en el ámbito nacional las organizaciones patronales parecen orientarse a poner en entredicho el doble modelo de negociación (sectorial y en la empresa) con la mirada puesta en conjugarlo con el modelo dual del mercado de trabajo: el de la grande y mediana empresa en las que sobreviviría una cierta manera de negociación colectiva y el de las pequeñas empresas y los contratos atípicos. Para estos últimos seguiría en vigor, junto a los contratos individuales, una legislación nacional o formas de negociación a nivel general, esto es, interconfederal. Así pues, el conflicto para mantener el doble nivel de negociación colectiva (sectorial y de empresa) parece destinado a convertirse en crucial en los próximos años. Sin embargo, la actuación concreta de la unión monetaria parece orientada a influenciar la evolución futura de los sistemas de relaciones industriales hacia una armonización de las estructuras de la negociación colectiva.

La entrada en vigor de la moneda única y el hecho de que nos acerquemos a la fase conclusiva del proceso de ampliación de la Unión Europea (al menos para un primer grupo de países) ternderá, en efecto, a acentuar algunas evoluciones que ya se perciben en el comportamiento de las empresas, de las asociaciones sindicales y patronales. De un lado, la moneda única europea ofrecerá la ocasión (todavía más que en el pasado) de proceder a un examen comparado no sólo de los costes del trabajo sino también de las dinámicas sociales y de los elementos que componen el salario y el coste del trabajo, dando lugar a lo que ciertos estudiosos llaman la comparación coercitiva (coercitive comparison), acentuando los esfuerzos hacia una coordinación de las políticas reivindicativas sobre el plano sectorial y en las compañías multinacionales (mediante los works councils). De otro lado, se acentuarán las tendencias hacia una orientación de separación de las inversiones en dos direcciones. 1) Hacia los países de bajo coste del trabajo --particularmente hacia la Europa central y oriental-- para los sectores productivos de mano de obra intensiva; con ello surgirán nuevas formas de coordinación de las políticas reivindicativas para los trabajadores que son “víctimas” o “beneficiarios” de los procesos de reestructuración y de reconversión. 2) Pero también hacia países y territorios donde existen salarios altos, para los que la capacidad competitiva depende, en gran medida, de la presencia de infraestructuras y de servicios y de la puesta en marcha de políticas de formación y recualificación de los trabajadores en aquellas empresas cuyo coste del trabajo representa una pequeña parte de los costes totales, acentuándose en estos casos las tendencias a coordinar las reivindicaciones en materia de formación permanente y armonización de los sistemas de welfare.
Estas tendencias tienen, todavía, dificultad de producir efectos significativos en el diálogo social y en las formas de negociación sectorial a nivel europeo. Los acuerdos que se han pactado hasta la presente han abordado los permisos parentales y la igualdad de tratamiento para los trabajadores a tiempo parcial y con contrato por tiempo determinado. Mientras tanto, permanece la fuerte resistencia de las organizaciones patronales a la experimentación de un sistema de negociación sectorial a nivel europeo. Ahora bien, ya son numerosos los casos en los que se procede a una coordinación de hecho de las políticas salariales, ya sea por los sindicatos o por las organizaciones patronales.
En lo referente a los sindicatos se pueden citar, como ejemplos, la coordinación cada vez más frecuente (en el área del marco) entre los sindicatos metalúrgicos de Bélgica, Holanda y Luxemburgo con el IG Metall del Land del Norte de Ranania-Westfalia. O la reforma contractual de 1996 en Bélgica donde se previó explicitamente la negociación de acuerdos de sector, teniendo en cuenta las dinámicas salariales en Francia, Alemania y Holanda. Y una tendencia más pronunciada hacia la coordinación de las políticas salariales y los estándares de rendimiento y de “performance” del trabajo, pero ello se confronta con las compañías trasnacionales: en muchos casos esta confrontación es de hecho y en otros casos lo es en el seno de los mismos Works Councils , porque esta es la orientación que autónomamente en el seno de las empresas ha adoptado el management. A tal fin se pueden citar las experiencias contractuales sobre políticas salariales de la General Motors en Europa en empresas y sindicatos del Reino Unido, Bélgica, Alemania (para el grupo Opel), y el acuerdo realizado con la participación del Work Council de la Volkswagen y SEAT, estando implicados los sindicatos españoles y alemanes. En todo caso, se puede pensar que la afirmación de un sistema de relaciones industriales en la Unión Monetaria dependerá, en gran manera, de las formas que asuma la aplicación del capítulo social de las cláusulas de Maastrich que se adoptaron en el tratado de Amsterdan, en 1997.

Hemos dibujado algunas evoluciones posibles de los sistemas de relaciones industriales en el plano nacional y europeo. Nadie puede afirmar, todavía, qué tendencias serán las prevalentes en la negociación colectiva. Son demasiados los presupuestos que deben asumir los agentes sociales a la hora de confrontarse en los contenidos de sus políticas reivindicativas, de las formas con las que aborden los problemas de la representación, de su capacidad de ampliar las tutelas y los intereses de los que son portadores. Ahora bien, en el caso que los diversos sujetos (los actuales o los potenciales) de los sistemas de relaciones industriales no estén en condiciones de intervenir en los cambios estratégicos que las transformaciones de la economía y las sociedades nacionales pueden llevar a la práctica (y son oportunas) es posible que el proceso de transformación y globalización de los sitemas económicos y de las relaciones de trabajo desemboque en una desarticulación y una regresión corporativa del conflicto social; una desarticulación y una regresión que afectará a las categorías que tengan, por razones objetivas, un mayor poder contractual (particularmente en los servicios públicos, allá donde es más estable el empleo) en un contexto de sectores de de trabajadores y trabajadoras sin representación, en un número cada vez más grande, cuya única tutela estaría confiada a la intervención de las instituciones públicas.
De ahí que hayamos evidenciado la posibilidad de plantear un escenario capaz de garantizar, en una situación de profundos cambios, un mayor grado de cohesión social y representación de un área del mercado de trabajo que está privada de protección, derechos y tutelas. Pero se trata solamente de una posibilidad; no es una certeza escrita en la historia.
(Traducción de José Luis López Bulla ex allegato Rafael Rodríguez Alconchel. Existe una versión catalana en el libro "Canvis i transformacions", Col.lecció Llibres del Ctesc)
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miércoles, junio 28, 2006

TRENTIN: LA DEMOCRACIA ECONOMICA

Traducción y Notas: José Luis López Bulla

El papel de los trabajadores[1]

Creo que, al recurrir a este término ambiguo (democracia económica) que se utiliza con cierta frecuencia para diversas formas de governance de la empresa, es necesario distinguir netamente (o en gran medida) entre democraica de los accionistas y la democracia de los productores, los stakeholders[2], como hoy se llaman. Aunque exista una larga experiencia, madurada desde el inicio del siglo pasado cuando se difundieron las ideologías del “capitalismo popular”, se ha demostrado que la vía del accionariado difuso no ha comportado nunca un condicionamiento del control de la empresa capaz de plasmar los intereses de los asalariados en términos de empleo y condiciones de trabajo.
La “democracia de los accionistas” es ciertamente una vía que se puede impulsar --con medidas legislativas, también-- para garantizar, ante todo, una información sistemática a los accionistas y la transparencia y el alcance de los preocesos de decisión; una información frente a las desviaciones derivadas de los procesos de financiarización, en un proceso de decisión que tendría que reflejar (sobre todo en una public company) la voluntad de la mayoría de los stockholders[3]. Me refiero a la adopción en el ámbito europeo de procedimientos de información periódica vinculante, con el ánimo de crear sucesivamente una valoración consolidada de la situación de la empresa y la formación de los balances; con la atribución de los poderes de control obligatorio de la situación financiera de la compañía a las agencias de consulting integrando así el poder de los órganos de control y auditoría; la transparencia de cómo la propiedad decide la concesión de las stock options a favor del management; reforzando los poderes de control de las autoridades públicas sobre los mercados bursátiles, sobre todo con la adquisición de informaciones rápidas de los cambios (aunque sean limitados) de la composición de la empresa, cuando se trata de inversiones de alto riesgo (edge funds)
Pero la democracia de los stockholders y una estrategia del desarrollo y del empleo --que debería ser la finalidad de la democracia de aquéllos. especialmente de los sindicatos, los mánagers y las instituciones públicas locales-- no parecen destinadas a coincidir, sobre todo en una fase como la actual, caracterizada por la innovación incesante y por el carácter prioritario que deberían tener las inversiones en el factor humano. Estas inversiones en el factor humano, la investigación, la formación a lo largo de toda la vida y la salvaguarda o la reconstrucción de los equilibrios ambientales constituyen, efectivamente, la primera condición para que un sistema productivo (revolucionado por la tecnología de la informática y las comunicaciones) pueda crecer con rapidez en un contexto cada vez más rico en innovaciones. Pero estas innovaciones consiguen sus efectos sólamente a medio y largo plazo y tienen, por otra parte, una alta alícuota de riesgo. Ahora bien, en esta fase presidida por las rápidas oscilaciones de los beneficios financieros, el interés del accionista es la obtención de resultados muy rápidos, con el apoyo de una coyuntura muy dinámica. De otra parte, paradójicamente, una inversión empresarial en investigación, formación y ecología, acaba desanimándose por la extrema flexibilidad de los mercados laborales, en especial por los más ricos en conocimientos.
Así las cosas, resurge el conflicto que citaban Schumpeter y Veblen entre el empresario innovador y el rentista; pero con la diferencia de que hoy el empresario-mánager puede coincidir con el rentista, cuando (mediante el ejercicio cada vez más extendido de las stock options) aumenta sin ningún género de dudas (también el mánager) la preferencia por la obtención de beneficios inmediatos en los mercados financieros. Por otra parte, las pequeñas empresas --que representan la parte substancial de nuestro “modelo”-- tienen muchas dificultades, sin embargo, a la hora de acumular capitales consistentes para hacer las inversiones con una renta muy diferida. En muchos casos, estamos, de un lado, frente a un verdadero y concreto “fallo del mercado”, pues repropone el papel insustituible de la granempresa, capaz de vincularse a estrategias industriales de amplio respiro; y --en otro orden de cosas-- está la intervención pública, la negociación colectiva y la concertación en el territorio, sobre todo en lo referente a la empresa difusa.
Esta tendencia contradictoria no se debilita sino que se acentúa, si los trabajadores-ahorradores (idealizando las doctrinas del capitalismo popular) orientan sus fondos de inversiones, comprendidos los destinados a garantizar las pensiones contributivas. Estos fondos podrían ayudar a imponer, ciertamente, una mayor democracia y transparencia en las relaciones entre shareholders[4] y management y también con el objetivo de garantizar las más rápidas ganancias a favor del rendimiento de las pensiones, pues este es el cometido de los fondos. De ahí que, junto a la necesidad de códigos éticos para tutelar los más elementales derechos humanos que algunos fondos de inversiones han conseguido promocionar en la empresa multinacional, no se pueda esperar de estos fondos la claridad de miras capaz de invertir masivamente en el factor humano.
La democracia de los stakholders se confronta, por otra parte, con el siguiente desafío: saber conjugar innovación con ocupación y calidad del trabajo, haciendo firme esta conexión en la gestión a medio plazo de la compatibilidad de estos dos objetivos fundamentales. Aunque en esta ocasión no sea mediante la propiedad sino a través de incentivos y víncolos que se pueden introducir en la legislación y en la governance mientras duran las fases de transición que sucede a todo proceso de reestructuración. Esta, en otro sentido, tienen a devenir un esfuerzo cotidiano, en la memdida que las reestructuraciones no son ya eventos excepcionales sino que forman parte de la fisiología de la empresa, de su modo de existir y transformarse.
El mismo Plan Meidner[5] (es necesario recordarlo siempre) no mezclaba nunca el objetivo de conseguir gradualmente la mayoría del capital de la empresa, favorable a los trabajadores, con la necesidad de mantener (especialmente en las discusiones en las multinacionales) un sistema fuerte de democracia industrial, capaz de incidir en la orientación de las inversiones de las empresas para asegurar su coherencia con los intereses de largo periodo de los trabajadores.
La democracia industrial de los stakeholders se confronta, hoy, con la necesidad de hacer frente a dos exigencias fundamentales. De un lado, el restablelcimiento de una conexión, transparente y negociada, entre innovación y organización del trabajo, utilizando todas las potencialidades que ofrecen el uso flexible de las nuevas tecnologías y del mismo trabajo; para ello, es preciso promover el trabajo en grupo, la organización “que aprende”, el gobierno del tiempo, la cualificación del trabajo y la certificación de las capacidades. Y, de otro lado, la redefinición de una estrategia industrial a corto plazo, mediante una concertación que prevea y prevenga las peligrosas fracturas sociales que se puedan derivar de una reestructuración mal gestionada. Previendo, además, los efectos inmediatos y a medio plazo sobre el empleo y programando su redistribución en el territorio; previendo y anticipándose al detgerioro de las más variadas formas de cualificación del trabajo; conjugando, en primer lugar, la flelxibilidad con empleabilidad con movilidad “hacia arriba” (los ascensos) de los trabajadores; vinculando flexibilidad con seguridad.
Para incentivar esta capacidad de previsión y prevención de la concertación en el territorio, bajo las orientaciones del “Libro Verde” de la Comisión ejecutiva de la Unión Europea, se ha puesto en marcha en muchos países una legislación sobre “la responsabilidad social de la empresa”. ¿Por qué no la tenemos nosotros?
Una última cuestión referida a los sujetos de la concertación en el territorio sobre las políticas de innovación y sus repercusiones en el empleo (inmediato y futuro) y a su actitud como representantes de una democracia de los stakeholders. Estamos aquí ante un gran problema de representación y democracia sindical al englobar todas las articulaciones del mercado de trabajo en la concertación. Y está el problema de ampliar la representación de los sujetos, públicos y privados que están objetivamente implicados en una política de programación en el territorio: los sindicatos, las asociaciones impresariales, el mundo de la enseñanza, las instituciones públicas (nacionales y locales), las organizaciones no gubernamentales, las variadas formas del voluntariado y, particularmente, el tercer sector.
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[1] Ensayo publicado por la revista “Argomenti Umani” (7 de julio de 2004)
[2] Los stakeholders son , grosso modo, aquellos grupos o individuos que pueden afectar o ser afectado por el logro de los objetivos de una organización: accionistas, directores, gerentes, empleados, acreedores, cleintes, competidores...
[3] Los stockholoders son los accionistas de una corporación.
[4] Los shareholders son, en este caso, los que han invertido en fondos de pensiones.
[5] El Plan Meidner fue el buque insignia de la socialdemocracia sueca. Su autor fue Rudolf Meidner, lo propueso a mediados de los años setenta y es coocido popularmente como el “modelo sueco”.

martes, junio 27, 2006

TRENTIN: NUEVOS TRABAJOS Y NUEVOS DERECHOS

Pino Ferraris entrevista a Bruno Trentin[1]

Pino Ferraris.-- En su libro, La città del lavoro, defines la política de izquierdas como un diseño de trasformación social, enraizado en las condiciones históricas del trabajo subordinado. De igual modo, me parece que relacionas la crisis de identidad de la izquierda sobre todo con la ruptura de la relación entre política y sociedad del trabajo. E intentas buscar las razones de dicha crisis: no sólo las más inmediatas, que vienen del hundimiento del comunismo o del agotamiento de la experiencia socialdemócrata, sino investigando las causas más lejanas.
La pregunta que te hago se refiere al por qué de esta larga crisis, que tú achacas substancialmente a la total subalternidad de la izquierda en la lógica de fondo del fordismo que hoy tiene una dimensión tan costosa y radical. La realidad actual se encuentra bajo la acción de un doble movimiento: de un lado, por la agitación del sistema político, tras el fin del partido burocrático de masas de tipo michelsiano[2]; y, de otro lado, por una profunda perturbación de la sociedad del trabajo, inmersa en la crisis del fordismo y la aceleración de los radicales procesos de la innovación tecnológica.
¿Por qué estas dos dinámicas que desordenan la política y el trabajo, en vez de generar impulsos capaces de confluir en la búsqueda de una redefinición de la relación entre trabajo y política, parecen divergir hacia la ruptura (o incluso) hasta la desaparición de una idea enraizada en el trabajo subordinado?

Bruno Trentin.- Debemos hace una diferencia entre fenómenos objetivos y hechos culturales. En primer lugar, yo pienso que la crisis de la relación tradicional de la izquierda entre política y sociedad tiene una explicación mucho más lejana. En cierta medida, empieza con lo que se llamó la crisis del marxismo a finales del siglo XIX. La izquierda buscó, de diversas maneras, encontrar una solución al fracaso de la hipótesis -- determinista, podríamos decir-- del salto revolucionario. Es una hipótesis que, en parte, está en Marx, y confiaba en una contradicción “irreversible” que maduraba en la sociedad civil, mediante el empobrecimiento absoluto de las masas trabajadoras y la proletarización de las capas medias, creándose así las condiciones de una ruptura revolucionaria. Esta manera mecanicista de violentar el historicismo marxiano fue una profecía completamente equivocada, y se basaba en un intento de interpretación de las transformaciones de la sociedad civil que se habían dado en la primera gran revolución industrial.
La vía de salida que intentó la izquierda socialdemócrata a principios del siglo XX señaló, sin embargo, una primera separación entre política y sociedad civil porque situó el partido (y no la “clase”) como el nuevo agente histórico, una manera distinta a la de Marx; ni más ni menos que el partido michelsiano en todas sus posibles articulaciones: Lasalle y Kaustky hasta Lenin. En todas estas diferentes versiones del partido de vanguardia, el partido se transforma: de instrumento transitorio de análisis y mediación de las transformaciones de la sociedad civil pasa a ser un agente histórico autónomo, capaz de forzar el curso de la historia, mediante la conquista del Estado, saltándose a la torera las etapas y anticipando un futuro que se consideraba como un dato cierto. Creo que en este “giro”, la influencia de un hombre como Ferdinand Lassalle fue paulatinamente cada vez más importante. Muchos años después, la crítica feroz de Marx en los debates del “bisckmarckismo” de Lassalle, y muchos años después de la muerte de Marx, un gran jurista social como Hans Kelsen, podrá reivindicar, contra Marx, la herencia de Lassalle y construir su teoría del derecho, fundándola sobre un Estado que crea y ordena la sociedad civil.
Esta separación de la política con relación a las vicisitudes del trabajo asalariado madura en años muy lejanos y configura un partido guía e intérprete de la “clase” con todos los nuevos dogmas que consiguientemente se derivan: la división de tareas entre partido y sindicato, la naturaleza fatalmente corporativa y sin salida política posible del conflicto social, el deseo de la aportación prometéica y liberadora que vienen “del exterior”, de la élite política. Allí se inició un camino que ha conducido, de un lado, a una concepción del partido político como entidad autoreferencial y, de otro lado, en definitiva, a un progresivo desinterés de la cultura de la izquierda en los debates sobre la morfología del conflicto social y sus evoluciones.

Ferraris.- Que durante tanto tiempo nos ha pillado desprevenidos...

Trentin.- No es eso. Para muchos se ha convertido en una costumbre la sustitución del análisis de los contenidos específicos del conflicto social por los signos exteriores y las manifestaciones más llamativas del conflicto. Un ejemplo muy elocuente de esta lectura del conflicto social, que incluye las diversas expresiones de las culturas de la izquierda (incluso las más radicales) es la referencia al “movimiento” como palabra simbólica y mítica que debería asumir el carácter antagonista del conflicto social. En el lenguaje de la política, el “movimiento” se ha convertido en una palabra mágica que reasume cualquier tipo de inquietud social, susceptible de ser interpretada e invocada por la “vanguardia política” con la idea de legitimar su propia estrategia, aunque ésta no tenga nada que ver con las razones de dicha inquietud. Lo que me ha sorprendido y escandalizado como sindicalista es que muchos, tras esta palabra mágica (o, con otros términos exorcísticos, la “huelga general”), tienden a legitimar y asumir cualquier tipo de conflicto: desde las huelgas corporativas más miopes a la defensa de los privilegios que dividen a la clase trabajadora, desde las luchas para conseguir derechos universales para los trabajadores a la conquista efectiva de un control efectivo de los tiempos y las condiciones de trabajo. Para los demás, la vara de medir los conflictos sociales ha sido, desde hace muchos años, la cantidad de salario exigida y conseguida. Pero los exegetas del “movimiento” descuidan asuntos de tanta relevancia como, por ejemplo: el incremento del coste del trabajo, los ascensos por antigüedad o el derecho a la seguridad en el trabajo, la reducción del horario efectivo de trabajo o la conquista del derecho a la formación continua.
Ahí se inicia el profundo divorcio cultural entre la política y las transformaciones de la sociedad civil. Lo que cuenta en una cultura política ortodoxa es el malestar como síntoma de una insatisfacción de fondo que, posteriormente, será interpretada por la clase política de manera autoreferencial, pero los contenidos específicos de dicho malestar tienen una importancia totalmente secundaria. Es algo que viene de lejos: pero que hoy se acentúa normalmente en los momentos de reflujo del conflicto social. Por ejemplo, nos referiremos a una época más cercana: tras los años 68, 69 y primeros de los setenta, la autoreferencialidad de la política italiana se caracterizó por formas claras de este tipo de cosas. No por casualidad (incluso en los momentos de reflujo del conflicto social) es cuando se toma nota de que la clase obrera, a través de sus luchas sociales, no lleva al partido de la élite a las puertas del poder; entonces es cuando las formas autoreferenciales de la política, como grupo separado, se convierten en paroxísticas[3].
A mitad de los setenta, por ejemplo, una parte de la izquierda abandona la apología indiscriminada de la jacquerie obrera, antes asumida como el ruiseñor para desestabilizar el sistema[4]. Y, tras dicho abandono, vuelven a descubrir a Schmitt, Hobbes y la autonomía de la política con relación a la sociedad. En esa concepción, es la política quien crea la sociedad. Lo que me sorprende es, por ejemplo, el éxito de los escritos de un estudioso conservador (y bastante mediocre) como Gaetano Mosca que primero fue vilipendiado por la izquierda, dado su ideología favorable a las clases dominantes, y ahora tácitamente recuperado por una amplia parte de la cultura de la izquierda. ¿En qué quedamos? ¿No formamos todos nosotros parte de la “clase dirigente”? ¿No nos hemos convertido, también nosotros, en la “clase política” de Mosca?
¿Cuál es la paradoja? La paradoja es que --a pesar de todas las tendencias que lo ponen de manifiesto-- también en este siglo la sociedad civil ha sido quien ha impuesto también sus propias condiciones a la política y también los contenidos concretos de la política.
Hablamos con mucha frecuencia del fordismo. Pero el fordismo ha sido especialmente una revolución que viene “de abajo”. Es una revolución que ha surgido de la sociedad, de las grandes empresas, y ha plasmado en definitiva una concepción de la política: el “Estado plano”, que ha dominado también una cultura de la izquierda durante cincuenta años. Hoy corremos el riesgo de sufrir una segunda “revolución pasiva” frente a la crisis de las relaciones de trabajo que viene de la crisis del fordismo.
En efecto, existe una transformación del trabajo y una crisis de las viejas identidades del trabajo. Pero, soy de la opinión, que no es, en absoluto, el “fin del trabajo”, ni el fin del trabajo como valor. Más todavía, tal vez el trabajo con su crisis de identidad esté volviendo a conseguir un valor (un valor en el sentido social) como nunca lo tuvo en la historia. Esta transformación del trabajo ha puesto en evidencia las viejas formas de representación. En primer lugar, la del partido de masas, tal como antes se concebía: o sea, el partido que se decía intérprete de una clase, reduciendo esa clase a masa; un partido que prescindía de todas las articulaciones (incluso de las subjetivas) existentes en la sociedad civil y en el mundo del trabajo. Se trata, claro, de una crisis de los partidos; y crisis, también, de las formas de representación del sindicato. Una y otra vienen de la profunda transformación de la sociedad civil que, una vez más, dicta sus propias “leyes”.
Frente a estas transformaciones, la cultura política de los partidos parece reaccionar acelerando un proceso de autodefensa y enroque y, así, se va convirtiendo en la cultura de una capa separada. Y la búsqueda estratégica de las fuerzas políticas parece que, cada vez, está más inserta en esa lógica autoreferencial: la política de alianzas se refiere, hoy, sólo a alianzas de fuerzas preexistentes. “Ir al centro” se convierte curiosamente en la vocación de la izquierda, cuando el centro es siempre el resultado y nunca un punto de partida. El “centro” es siempre el resultado de un conflicto entre fuerzas que se posicionan a la izquierda y a la derecha. Sin embargo, hoy se le ve como un presupuesto real y se afirma que es preciso ocupar el centro antes que otra cosa. Parece una caricatura de la filosofía política.
Todo ello significa que estamos ante un recorrido que separa la cultura política y las trasformaciones de la sociedad civil; pero, se trata de una separación entre culturas. Sí, nos encontramos ante una cultura de una capa política cada vez más separada. Y también hay culturas que nacen en el universo del trabajo, en el mundo de la empresa y en el universo de los trabajadores: son culturas profundamente diversas de aquellas que, sin embargo, dictan todavía las “leyes” a lo que ya se ha convertido en una clase política separada. La dificultad es que las transformaciones de la sociedad nunca son neutras ni unívocas. Y si la izquierda no construye su cultura política en la interpretación y mediación de estas transformaciones, será la extrema derecha quién se hará portavoz de un populismo reaccionario que puede triunfar.

Ferraris.-- Me parece que la izquierda se crea un problema particularmente dramático si no pone en marcha un proceso de búsqueda recíproca entre expresión de las nuevas culturas del trabajo y la naturaleza de la política de izquierdas.

Trentin.-- Absolutamente…

Ferraris.-- Quisiera poner de manifiesto una tesis del “revisionismo” bastante radical de la historia de la izquierda que está presente en tu libro. Cuando hablas de una primera “revolución pasiva” te refieres al hecho que la cultura y la política de la izquierda del siglo XX se han caracterizado por algo así como una competición subalterna con relación al fordismo. En esta subalternidad al fordismo (si lo he comprendido bien) la izquierda, en tu opinión, ha perdido sobre todo sensibilidad cultural hacia el lado de la libertad, poniendo en el centro los problemas de la igualdad.
La “primera revolución pasiva” ha sido la aceptación sustancial por parte de la izquierda de la hegemonía del sistema taylorista-fordista. Creo que se puede decir, hechas algunas excepciones, que la limitación de sindicalismo del siglo XX se caracteriza por una sustancial aceptación de lo que le es extraño y de la rígida subordinación del trabajo obrero, recompensado todo ello con mayores salarios por parte de la empresa y de la seguridad que venía del Estado.
Cierto, no se trata solamente de eso. Pero creo que tu tiendes a poner en evidencia que la lógica compensatoria de las rentas, el salario y el consumo se convierten en una especie de resarcimiento por la pérdida de autonomía, por el hecho de aceptar la heterodirección dentro del trabajo, generando una tensión que opone la igualdad a la libertad.
Quisiera citarte una frase de la Condizione operaia de Simona Weil sobre este tema[5]. “Así como la esclavitud y la libertad son meras ideas y lo que hace sufrir son las cosas, lo particular de la vida cotidiana, donde se refleja la pobreza a la que están condenados, hace mal no en tanto que pobreza sino por la esclavitud... Así como dañan todas las imágenes del bienestar del que están privados, cuando se presentan recordándonos que estamos excluidos, porque dicho bienestar implica también libertad”.
¿Piensas que tales palabras de Simone Weil están desfasadas, y que en una sociedad “no pobre”, pero consumista, los términos de la dialéctica bienestar-libertad e colocan de manera diferente?

Trentin.-- No. No creo que estén desfasadas. Por lo menos, yo no lo entiendo de ese modo. Más todavía, sobre todo hoy, las entiendo como muy verdaderas. Y se confirma por el hecho que, en los momentos más cruciales del conflicto, en la consciencia de los trabajadores asalariados, está el problema del poder y la libertad, por encima de la igualdad. En todos los momentos más agudos del conflicto social, aunque se inicie con una reivindicación salarial, el salario se convierte rápidamente en un elemento secundario respecto a la cuestión emergente de la afirmación del poder, la dignidad y la libertad. Así ocurrió cuando las luchas del Frente Popular en Francia o a finales de los años sesenta y en las grandes ocasiones del conflicto social.
Lo que yo contesto no es esta tensión permanente entre una libertad conculcada y un deseo de igualdad material respecto a un estado de cosas que expresa la esclavitud en las condiciones de vida sino la manera en que la izquierda ha interpretado estas tensiones. La ha interpretado sistematizándola exactamente igual como lo dictaba la cultura de las clases dominantes. Como si la libertad sólo pudiera ser reconquistada en un futuro muy lejano y sólo con el afán de aliviar los sufrimientos para que éstos no se convirtieran en insoportables e “ingobernables”. Yo insisto mucho en mi libro en que los padres de la lógica redistributiva (incluso los padres del welfare) fueron los conservadores ilustrados: las primeras leyes del trabajo en las fábricas nacieron con los tories y no de los whigs, sin olvidar a Bismarck[6].
¿Se trata, tal vez, de algo distinto, respecto a la lógica dominante, aquel slogan de “que el progreso social se corresponda con el progreso económico”, una formulación por la que yo también luché y respecto a la iniciativa de Ford que aumentó los salarios y redujo los horarios cuando, mediante la innovación taylorista, incrementaba vertiginosamente la productividad? ¿Hay algo profundamente innovador con relación a esta ideología del resarcimiento que ponía entre paréntesis los derechos y las libertades en las respuestas de Lenin y Gramsci a la perspectiva taylorista?[7] No. Esta perspectiva es considerada como un destino inevitable y substancialmente deseable. De manera que la lógica del resarcimiento forma parte de la cultura dominante de la izquierda.
Una lógica de resarcimiento acaba, hoy, conduciendo a la derrota, incluso a las batallas por la igualdad, y esto es otro drama. Si miras las luchas sociales y políticas del siglo XX, bajo la silueta de la igualdad de resultados, te encontrarás con un balance de derrotas. No hay dudas: las desigualdades han aumentado, y en el mundo del trabajo lo han hecho, incluso, desmesuradamente. Podríamos hacer unos cálculos muy sencillos: la distancia entre las rentas se han multiplicado, aunque el nivel de vida ha aumentado generalmente. La gran paradoja es que, no obstante, bien o mal, las conquistas de libertad y de poder que deberían haber sido un “medio” provisional se han convertido en un hijo “bastardo” y vital, aunque no programado por las luchas obreras.

Ferraris.-- Cuando hablas de derrotas de una política orientada a la “igualdad de resultados”, si he comprendido bien, Bruno, pones el acento en una igualdad de las oportunidades, construida y ampliada por derechos que liberen a los sujetos de vínculos adscritos en unas condiciones dadas. Y, en ese contexto, revalorizas el protagonismo de la persona. ¿Los derechos, la igualdad de las oportunidades y la persona son la alternativa a una espera ilusoria de una igualdad de resultados estatalista, pasiva y homologadora?

Trentin.-- Igualdad de oportunidades es como decir solidaridad…

Ferraris.-- En mi opinión, la solidaridad significa, en ese caso, también la apertura de espacios donde la persona --no como individuo atomizado sino como sujeto relacionado, como el yo en el nosotros-- encuentra la manera de realizarse a sí misma en un contexto de respeto y reciprocidad con los otros, y esto podría representar una alternativa a delegar en el “resarcimiento” que se espera de las grandes burocracias y de los aparatos, conduciéndola hacia la reconstrucción de un nuevo equilibrio entre igualdad y libertad…

Trentin.-- Me parece muy correcto lo que has dicho y es lo que yo pienso. Es ésta concretamente la lección de este siglo que está a punto de cerrarse. También porque la herencia de esta cultura redistributiva y de resarcimiento nos lleva a descubrir que ella, no sólo ha padecido el aumento de la desigualdad sino que paradójicamente ha contribuido a crear nuevas desigualdades, dadas las transformaciones de la sociedad. Ahora descubrimos que el Estado de bienestar (tal como lo hemos construido) cuya tarea debería haber sido el resarcir a los excluidos, según una lógica abstracta de igualdad y corrigiendo de alguna manera las desigualdades creadas por la distribución de la propiedad de los medios de producción, dicho Estado de bienestar está, sin embargo, creando nuevas desigualdades.
Esto sucede porque opera según una regla que presupone que todos somos iguales ante los riesgos del desempleo, de la enfermedad, de la muerte precoz y sobre todo de la exclusión de los saberes. Y porque opera sólo en el momento final: cuando se producen tales peligros. De esa manera no hace otra cosa que acentuar las desigualdades reales. No es casual que el Estado de bienestar se fundó --y sigue de igual modo-- sobre el principio asegurador, presuponiendo que todos tenemos el mismo riesgo de enfermar, tener un accidente, ir al paro o morir antes de tiempo. Sin embargo, los más desventajados (llamados a paradójicamente a contribuir de manera igual a la protección social de la colectividad) son, incluso, los más perjudicados por estas medidas abstractamente igualitarias que, de ese modo, se transforman en medidas de exclusión.

Ferraris.-- En realidad, el solidarismo mutualista no se basaba sólo en el principio asegurador, pues el cálculo actuarial se casa poco con la solidaridad.

Trentin.-- La verdad es que es muy difícil hacer ese análisis. No es casual que la izquierda (y la italiana en particular) donde este trayecto de divergencia entre sociedad del trabajo y “política” es particularmente pronunciado, imagina ahora una reforma del Estado de bienestar en un sentido puramente asegurador. La construcción de un sistema de pensiones, que pierde ahora referencia, aunque sea mínima, con el tratamiento salarial que se ha tenido durante toda la vida, se convierte en una tragedia. Es el pago de la suma de las cuotas contributivas con independencia de la renta efectiva que se ha percibido, independientemente de si has estado parado o empleado, con independencia de la duración de tu desempleo o de tu empleo precario.
Así, en este aspecto, ya verás como algunos pondrán el problema (dentro de algún tiempo) si no conviene más a los trabajadores de un mercado laboral cada vez más flexible concertar un seguro privado, con una cotización en bolsa que tiene --junto a muchos riesgos-- una mayor posibilidad de garantizar al final un rendimiento de su ahorro un poco superior al que le pudiera corresponder a través del puro y simple cálculo actuarial.

Ferraris.-- Bruno, hablas en tu libro de otra izquierda, que siempre fue minoritaria. Una izquierda que, con relación al proyecto redistributivo, ha subrayado, no obstante, la prioridad de la exigencia de libertad. Me pregunto si este filón, que podríamos denominar socialismo libertario, no tenga hoy mayores puntos de referencia social y más apoyos en una cultura difusa que no en el pasado fordista.
Me explico: en la relación de trabajo (y no sólo ahí) juega siempre un particular declive histórico del binomio vínculo y autonomía, subalternidad y espacios de iniciativa. El trabajo fordista acentuaba en gran medida el momento del vínculo: de la heterodirección y la pasividad del trabajador. Ahora, la crisis del fordismo parece abrir una diversa configuración del binomio vínculo y autonomía, acentuándose el elemento de autonomía con relación en el interior de la dependencia. Pienso en la fábrica integrada donde se exige responsabilidad e iniciativa en el trabajo en medio de una paradoja exigencia de “autonomía de la línea jerárquica”. Pero pienso también en la nueva articulación del mercado laboral, sobre todo el de los jóvenes. Ahí existen elementos muy duros de inseguridad, de riesgo y de regresión. Pero donde también hay momentos de iniciativa y autonomía de los sujetos.
Con la caída de las sociedades tradicionales, el trabajo se convirtió en libre, la libre mercancía-trabajo, los trabajadores se sintieron arruinados por una competición salvaje con enormes riesgos de pobreza; se vieron en medio de de unas condiciones de tal precariedad que pudo hacer pensar que podían implorar a sus antiguos señores la protección que antes tenían los antiguos siervos[8]. Pero, ya que no se puede volver atrás, el movimiento obrero dio una respuesta hacia la libertad liberal, creando la gran operación creativa del asociacionismo: desde los socorros mutuos al sindicato, desde el cooperativismo al partido de masas. Me pregunto, ahora, si la nueva situación con la crisis del fordismo, con su encrucijada entre autonomía y dependencia, entre riesgo y libertad, no sea un terreno ambivalente, lleno de insidias regresivas, pero también abierto a conquistas de nuevas libertades personales y sociales.

Trentin.-- Aquí se vuelve a proponer el problema de la relación “trabajo y libertad”. No hay duda de que puedan reabrirse las espirales de una conquista de nuevos derechos y una batalla por la libertad en la relación de trabajo. Pero con la condición, otra vez, de que la cultura de la izquierda sepa ocupar los espacios que ha abierto la crisis del fordismo, forzando las contradicciones que la acompañan. Lo que está sucediendo ahora --y se verá si se mira bien lo que ocurre en la fábrica integrada-- es lo que sucede en todo el mundo del trabajo asalariado y para subordinado: que está en crisis lo que, en su día, era una íntima coherencia del fordismo. Esto es, un trabajo repetitivo aunque heterodirecto; un trabajo al que no se le exigía responsabilidad alguna: “no penséis, ya lo haremos por vosotros”.
Ahora la crisis del sistema, desde el punto de vista de los sujetos, ha hecho que el trabajo (subordinado o parasubordinado) se cargue con nuevas responsabilidades, pero sin reconocerles a las personas que trabajan los derechos que se generan por tales responsabilidades. Antes, la empresa pensaba en todo, porque no había ni derechos ni responsabilidades; ahora, incluso el trabajador de la cadena de montaje tiene a su cargo unas responsabilidades absolutamente nuevas. Es la producción ágil, y el trabajador no puede, por ejemplo, dejar pasar una pieza defectuosa y enviarla al almacén; tiene que intervenir y solucionarlo, incluso desde el punto de vista cualitativo. Y no hablemos del muchacho con un contrato de colaboración coordinada que tiene bajo sus espaldas toda la responsabilidad de su trabajo y de su tarea, y no dispone de derechos de ninguna clase. No tiene el derecho a discutir sobre su trabajo, no digo ya a decidir sino sólo de discutir. Ni siquiera tiene el derecho de reapropiarse de aquel trozo de conocimientos que le sirven para continuar su trabajo, incluso con otro cliente. Estas personas están en una dramática situación: no están protegidos si se accidentan y han de pagarse de su propio bolsillo un curso de reciclaje. Sin embargo, no intentan perder el espacio por pequeño que sea de su autonomía personal; es más, lo quieren ampliar.
Yo he trabajado mucho en estos sectores. He hecho muchas asambleas y reuniones con estos chavales que trabajan en las editoriales y en la informática, incluso en los campos de carreras y en las discotecas. Si nosotros les dijéramos a estos chicos (como a veces lo hacemos por pereza y dogmatismo) que realmente son subordinados, que les han engañado, que les llaman trabajadores autónomos, pero que no lo son y que deben luchar para ser asalariados… si les dijéramos eso, la respuesta de ellos sería claramente negativa. Lo que impresiona es cuando oigo decir a estos chavales (que tienen tareas poco cualificadas y trabajos pobres): “Nosotros no queremos volver a ser asalariados”. Y atribuyen a su autonomía de decisión una importancia enorme, aunque su trabajo esté lleno de profundas injusticias.
La cultura de la izquierda tiene un enorme retraso en comprender la vertiente de estos problemas: que a mayor responsabilidad del trabajo, deben corresponder nuevos derechos. No estamos todavía en la fórmula de Martelli que tuvo un éxito tan inmerecido en la izquierda italiana: “reconocer los méritos y corresponder a los deseos”. Que implicaba una visión paternalista. Yo juzgo los “méritos”; otra cosa es tu derecho a la cualificación y al conocimiento. Y yo juzgo también los “deseos” y busco, proveer como Estado o empresa “ilustrada” y después Dios dirá.

Ferraris.-- Me parece que cuando se interrumpe un periodo escolar donde ha prevalecido una dura pedagogía del trabajo -- vista como disciplina pasiva y de ejecución ciega-- y se pasa a exigir responsabilidad al trabajo, iniciativa autónoma, capacidad para aprender y responsabilidad, se exige una corresponsabilidad de la subjetividad en el trabajo que inicia un cambio de rumbo. Creo que el punto de la nueva contradicción consiste en que se exige movilizar la subjetividad. Pero es una subjetividad que está, simultáneamente, mutilada en sus valores más profundos e íntimos: una paradójica exigencia de autonomía sin libertad o --como tu afirmas-- una responsabilidad sin derechos.

Trentin.-- La reconquista de una relación con los demás de un dominio (parcial, si se quiere) sobre el propio trabajo y su tiempo concreto y también sobre su vida global: esto es el socialismo.

Ferraris.-- ¿Cómo se relaciona con esta temática su crítica a la idea de la transición?

Trentin.-- Se relaciona en el sentido de que con ella y con la asunción de la historia con un fin predeterminado, se acaba con la legitimación de un permanente envío[9]

Ferraris.-- Paradójicamente en esta estrategia del “envío” se reexpedían aquellos elementos cualitativos que llamaré de “mejoramiento de las libertades” (migliorismo delle libertà) en nombre de una más confortable mejora cuantitativa, economicista.
Quisiera hacerte una última pregunta. En los últimos treinta años, especialmente en los países occidentales, la “cuestión social” parecía que había desaparecido, decían que sólo se trataba de disfunciones sociales que había que revolver técnicamente. La aparición de trastornos y desestabilizaciones en la sociedad del trabajo con nuevos problemas (la ecología, los desequilibrios territoriales, la agresividad tecnológica y el respeto a la vida y a la naturaleza) parece volver a proponer el hilo unificador de una “nueva cuestión social”, mucho más compleja que la “cuestión obrera”. Se acostumbraba a decir que la emancipación de la clase obrera llevaba consigo la emancipación de todos y para todos.
Gnocchi-Viani[10], el fundador de las Camere del Lavoro, tenía una visión mucho más global de la cuestión social, no estrechamente “obrerista” que comprendía el trabajo precario, el subproletariado marginado, los campesinos, los “proletarios de blusa negra”, los trabajadores “improductivos” e, incluso y sobre todo, la gran cuestión de la liberación de la mujer, afirmando sobre esto que debía ser obra de las mismas mujeres. En las Camere del Lavoro había una relación entre ámbitos de trabajo y espacios de vida. Da la impresión que toda esta complejidad de la “cuestión social” se ha perdido y que sería cosa de recuperar. ¿Qué opinas?

Trentin.-- La creación de las Camere del Lavoro ha sido la gran intuición de que las personas se asociaran en torno a diversas cuestiones, comprendidas las cuestiones de género y la diferencia de sexo, la relación de falta de libertad y de opresión. Esto explica la rapidez que tuvo en Italia la formación del sindicato de industria, saltándose las etapas de las corporaciones y oficios. Este es un hecho que debe hacernos reflexionar. En Inglaterra fueron necesarios más de cuarenta años que aquí para fundar la federación de los metalúrgicos.

Ferraris.-- Se debería conservar en Italia un equilibrio entre sindicalismo de ramo y confederalidad territorial…

Trentin.-- Las razones de todo esto se encuentran allí: en el hecho de que las Camere del Lavoro estaba el jornalero del campo que después se convertía en peón de albañil; estaba la mujer que era jornalera o payesa y, a la par, cosía y tejía; estaba el parado que podía hacer de vendedor ambulante. Eso fue lo que puso en crisis el oficio corporativo que existía: el sastre, el calderero…
Los sindicatos de industria nacieron con una enorme rapidez en Italia porque ya existían las Camere del Lavoro. Pero ¿por qué aquí tuvieron un papel tan grande? Porque existía una cultura de la cuestión social donde las personas (y no sólo en sus categorías profesionales) tenían un pleno derecho de ciudadanía. Estaba quien trabajaba, hoy, de buhonero y al día siguiente lo hacía en la construcción, pero tenía una familia numerosa con enfermos en casa y estaba la mutua quien se hacía cargo. Las personas que tenían esos problemas, aquella forma de vida y de trabajo no se asimilaba a otra. Ahí está la gran cultura de la diferencia y de la solidaridad. Que es necesario volver a descubrir.
[1] Publicada en el reciente libro de Bruno Trentin “La libertad viene prima” (Riuniti, 2004)
[2] Se refiere a Robert Michels, sociólogo y politólogo. Tiene una concepción de las organizaciones de carácter verticalista y autoritario. Junto a su amigo Pareto inspiró una buena parte de la ideología mussoliniana.
[3] Y algo más: afirmaron que el sindicalismo y sus luchas no era capaz de ser el granero de votos para el partido-amigo. De es manera se ponía de manifiesto que el objetivo último del conflicto social era servir de almacén electoral, y no la defensa de los intereses del conjunto asalariado.
[4] La jacquerie fue una revuelta campesina en la Francia de 1358.
[5] Pregunto a quien lo sepa: ¿hay traducción al castellano de este libro de la Weil? Parece que Nova Terra lo editó, pero ¿quién sabe dónde estará el fondo de tales libros? En italiano fue publicada por Comunità que se transformó después en Mondadori.
[6] Para mayor abundamiento de lo que expone el autor, véase “La metamorfosis del trabajo asalariado” (Robert Castel), “La democracia industrial” (Beatrice y Sidney Web) y “Ensayos fabianos”, estas dos últimas obras las ha editado el Ministerio de Trabajo.
[7] Ver “Americanismo y fordismo” en Antología de Gramsci, a cargo de Manuel Sacristán.
[8] Ver “La gran transformación”, de Karl Polanyi.
[9] Como se habrá observado, la conversación está alcanzando unos ciertos niveles de abstracción. El “permanente envío” al que se refiere Trentin es al hecho de que no pocas cosas (en la manera de pensar de antaño) re-expedían a la sociedad socialista la solución de determinados problemas. ¿La humanización del trabajo? En el socialismo. ¿La emancipación de la mujer? Lo arreglará la sociedad socialista. ¿El hombre nuevo? La sociedad socialista. Aquí, entre nosotros, también se abusó de ello.
[10] Osvaldo Gnocchi-Viani (1837 – 1917) Licenciado en Derecho. Fundador de las Camera del Lavoro y miembro activo del partido socialista. Destacado publicista y escritor prolífico especialmente en los periódicos obreros y populares. Junto a los llamados socialistas “intransigentes” por su oposición a la guerra del 14 hizo una activa campaña contra el conflicto.

JUAN ORTIZ: Recensión sobre "Canvis i transformacions" de Bruno Trentin


"Canvis i transformacions"
Col·lecció Llibres del CTESC (núm. 6)

A mitjans dels anys 70, un jove comunista, i a més militant de CC.OO tenia com a parada obligatòria la cultura d´esquerres italiana. També a la Universitat. La tradició d´anàlisi de matriu italiana passava per ser el "software" imprescindible per tal de transformar i organitzar les forces socials de progrés. En el camp universitari ho trobem a través de les traduccions i interpretacions de Jordi Solé Tura i la seva recuperació per a la historiografia d´esquerres de Maquiavelo, en la tradició gramsciana. També Manuel Sacristán va fer les seves incursions, i també Francisco Fernández Buey amb Bordiga, etc... Nicolás Sartorius, en aquella edició divulgativa de la Editorial Laia, "Qué es el sindicalisme", ens parlava dels consells de fàbrica i en una institució meravellosa de com es gestiona la majoria i la minoria en la síntesi final: el que Bruno Trentin anomena "el centre", però no d´entrada, sinó de síntesi creativa.La pregunta ara és: Què ha passat perquè la pista italiana hagi desaparegut? Dic això perquè l´empresa i obsessió de José Luis López Bulla és i ha estat aquesta. Aquesta vinculació entre intel·lectuals i sindicalistes la vaig poder tastar en primera persona, com a membre de la Comissió de Formació Sindical de CC.OO de Mataró, quan JLLB em va presentar a tot un tòtem per a mi, Manuel Sacristán. Per a un jove gairebé adolescent va ser un record insubstituïble. Em recordava aquella famosa frase de Marx: la teoria en determinades cruïlles és la locomotora de la història.Com és possible que pensadors de la talla de Bruno Trentin hagin estat ignorats en el nostre sindicalisme i en la nostra esquerra, o almenys no gaire divulgats?... Probablement després de la recuperació de la memòria als morts del franquisme, calgui també revisar els errors de l´esquerra de després de la transició i del bipartidisme imperfecte espanyol. En aquest aspecte estic molt d´acord amb el professor Vicenç Navarro.2. El Socialisme LlibertariLa primera vegada que vaig sentir a dir aquesta expressió va ser a Josep Solé Barberà, advocat i després parlamentari del PSUC, acompanyant jo a un jove i prometedor "cap amb potes", anomenat Salvador Milà, a Calella, a un míting del partit. Em va estranyar aquesta expressió, així com quan ens deia que a ell ningú no li passava per l´esquerra. Ell podia dir-ho, perquè provenia del POUM.... I dic això perquè el que més m´ha sobtat de l´obra recollida de Bruno Trentin, és aquesta centralitat de la llibertat. Combina la triada parisina de la revolució, però dóna primacia a la llibertat, si això és possible. Hi ha una eix que travessa aquesta antologia: Si aspirem a transformar el model capitalista de matriu taylorista, l´instrument més valuós serà el de la llibertat. Trentin dóna la batalla al neoliberalisme en el seu propi territori. Però no ja en el sentit de l´individualisme possessiu made en Hobbes i Mandeville, sinó en el de la creativitat i la humanització. Els Manuscrits de París de Marx són revitalitzats i actualitzats en una conjuntura realment difícil per a l´esquerra i el sindicalisme confederal. La centralitat de la llibertat i la centralitat del treball, ambdós aspectes units. Perquè si el segle XX ha donat una lliçó, a banda de les carnisseries, ha estat el de posar com a prioritat la individualitat com a valor absolut en el seu reconeixement innegociable.3. Per què és millor per les persones ser lliures que no ser-ne?Sembla de perogrullo, oi! Aquesta pregunta és un "remake" de la famosa frase de Sòcrates a "la República" de Plató: "per què per a un home sempre és millor ser just que injust?"Finalment, per deformació professional, no he pogut resistir la temptació de fer una lleu comparació amb "La República", un dels grans llibres d´ètica i política de la cultura occidental. "La República" tracta de la justícia i de l´educació. I es tracta d´això en un moment en plena "globalització" d´aquella època i d´aquell racó de la Mediterrània, del pas de la polis a la posterior cosmòpolis alexandrina. En aquest diàleg, Plató que utilitza a Sòcrates com a protagonista, aplega amics i familiars, homes d´elevat estatus social d´Atenes, i a un sofista, Trasímac, retratat desfavorablement. Trasímac, un sofista sense escrúpols, al que podríem comparar si fa no fa, amb un neoliberal amant de la competència a tot preu, ens diu, "Just és allò que redunda en l´interès del partit més poderós. El governant, el partit més poderós, fa les lleis en busca dels seus propis interessos; en canvi, per als seus súbdits, el partit més dèbil, allò just és obeir aquestes lleis". Però Sòcrates demostra amb facilitat que la funció d´un governant no consisteix en servir els seus interessos particulars, sinó els del poble al que governa. De la mateixa forma que la funció pròpia d´un metge és guarir els seus pacients, tot i que cobri un salari per fer-ho. El propòsit de governar és governar, és a dir, vetllar pel benestar dels súbdits..Sòcrates creu que la Justícia és bona de la mateixa forma que el coneixement i la salut són bons. Però Glaucó, germà de Plató, diu que molts discreparan d´això i afirmarien que la justícia és bona només de la mateixa manera en que ho són les coses com ara el treball dur i el tractament mèdic, és a dir, com a instruments per assolir un objectiu.És a dir, Sòcrates/Plató creu que existeixen els valors absoluts enfront dels sofistes, que consideren que els valors són relatius i són només instruments per aconseguir alguna cosa, una finalitat, uns beneficis privats.I això m´ha fet recordar Bruno Trentin. Tinc la impressió que BT ens està dient que l´autonomia del pensament transformador passa per no ser subalterns de la retòrica i pràctiques neoliberals, i també tinc la impressió que això passa per l´ancoratge en determinats valors, valors ètics absoluts, que no poden ser negociables: la individualitat de la persona, de la seva llibertat, la humanització del treball que dóna sentit a la nostra vida. No hi haurà alleugeriment de les injustícies del ser humà sinó hi ha llibertat. La llibertat com a via per aconseguir més cotes d´igualtat i solidaritat. Aquesta és l´autèntica deconstrucció del discurs neoliberal. Aquesta és la revolució copernicana que he trobat en Bruno Trentin. No es pot comparar amb aquella frase atribuïda a Fernando de los Ríos en visitar Lenin, "Libertad para qué?" que tant li va decebre del líder bolxevic. Ni tampoc davant la grollera afirmació del populista Felipe González: "Liberatd para ser libres". La llibertat en sí mateixa és un valor a preservar, abans que res. Com el Sòcrates/Plató, que creu que la Justícia és un fi en si mateix, basat en el coneixement del Bé (els interessos dels súbdits) de "la República", perquè, atesa la nova naturalesa del treball, insubstituïble, pot trencar amb el corsé taylorista de la discrecionalitat, i de la subsidiarietat. En d´altres temps diríem l´esclavitud del treball, tal com analitzà Marx en els Manuscrits de l´alienació. Per tant, el discurs de B.T. és un discurs i una proposta universalista, per a la humanitat, en el sentit més kantià del terme.Perquè el discurs de la igualtat, una igualtat amputada, de la reivindicació centrada en el salari, ens ha portat a la descomposició i la disgregació perquè els empresaris han trobat la manera per trencar la solidaritat. La llibertat no és de dretes ni la igualtat és d´esquerres; podríem dir que la llibertat ens pot emancipar més que no pas el discurs sobre la igualtat centrat en l´economicisme, centrat en la monetarització del treball.Llibertat + Coneixement = Igualtat + solidaritat. = Humanització.4. El sentit de la vida. L´areté anthropine socràticaContinuant amb el mateix fil conductor de l´apartat anterior, voldria trobar també un complement al que he dit abans sobre els valors ètics absoluts dels qual el sindicat ha de ser portador. Diuen els estudiosos que hi ha una connexió entre el vell Sòcrates atenès, tàvec inquisitiu i provocador de la democràcia de partits corruptes a l´Atenes en vigílies de la seva derrota amb Esparta, i el cristianisme. Tenen com a nexe d´unió la noció de virtut, que en grec antic es deia "areté". El nom areté té una història llarga que va mudant de pell a mida que passem d´una hegemonia aristocràtica, de la noblesa militarista, a la democràtica, dels oficis, dels artesans atenesos. En un principi consistia en aquella excel·lència que només és a l´abast dels ben nascuts "aristos", s´assoleix per naixement, per sang, per herència familiar. Més endavant passa a designar l´habilitat que es té en una determinada professió o ofici. I l´ofici més valuós en una democràcia és la techné de l´assemblea, la retòrica per persuadir i guanyar les majories en les decisions legislatives i de govern. Però en Sòcrates el terme areté pren un gir "humanitzador", podríem dir universal i igualitari, que si no s´interpreta de forma conservadora i reaccionària (com va fer el seu deixeble Plató), pot valer a tall del que ens planteja Bruno Trentin. És l´"areté anthropine", és a dir, la virtut humana, l´habilitat per a la vida, el sentit per a la vida. Només exercirem bé l´ofici de viure si sabem en què consisteix, quin sentit té la nostra vida. En BT trobem expressions continuades d´humanització del treball, de temps de vida, tot recollint la tradició de les 8 hores, temps per treballar, temps per formar-te, temps per descansar... El sentit socràtic és gairebé religiós. I BT ho adapta en sentit absolut: la llibertat per decidir de les persones, allò que han de fer en el seu temps, fora de la discrecionalitat del patró, aquella porositat que abans sí que es podria donar en les fàbriques fordistes, però que en el capitalisme flexible ja no és possible. La llibertat, la llibertat abans que res, fins i tot per decidir sobre la nostra infelicitat.5. Temps de treball, temps de vidaLa relació entre temps de treball i temps de vida, de conquesta d´identitat és present i ha estat present en molts productes, des de la cançó fins a al setè art. La meravellosa "Amanda" de Víctor Jara i la més emotiva per a mi adaptació de Raimon, n´és una mostra. L´amor, entre ell i ella, els cinc minuts de descans de la fàbrica per enamorar-se i sentir la joia de la felicitat, etc... A la pel·lícula "Princesas" a la que auguro èxits, la protagonista, prostituta, calibra la felicitat en tant que hi hagi algú que et vingui a recollir a la porta de la "feina".... En fi, el treball com a complement i acompanyant de la vida amb els altres, amb la família, amb els teus, ha estat i és un tema recurrent. Les aportacions de B.T. em fan recordar i encaixar els resultats d´un treball de recerca d´una alumna de segon de Batxillerat, Laura P.,del qual vaig fer un seguiment a distància . L´objecte d´aquest treball era analitzar les vivències respecte del sindicat i del sindicalisme de dues generacions, la veterana que ronda els 50 anys i la dels joves, entre 20 i 30 anys. Les conclusions a les que arriba, després d´haver enregistrat més d´una vintena d´entrevistes de gent veterana i jove, era força desalentadora, però també alliçonadora de com cada generació viu o ha viscut el fet sindical i també de les relacions laborals en l´empresa. La generació que rondava els cinquanta té un record gairebé idíl·lic de l´empresa, la relació amb els companys, la relació i adhesió al sindicat; probablement, podríem dir, les evocacions a la seva joventut sempre són agradables. Bé, però el cas, és que en relació a la situació actual -no companyerisme, individualisme ferotge, sentiment d´abandó per part dels sindicats, etc...- els records són positius, i podríem dir que "feliços" si se´m permet la ingenuïtat. Val a dir que molts treballadors d´aquesta generació i del tèxtil han canviat d´empresa, o bé són autònoms, o bé han canviat de feina. La generació jove té un registre molt diferent i ja no té aquells records de l´empresa diguem-ne "fordista". No hi ha un espai emocional per a l´empresa en el sentit que he esmentat abans.Quan li vaig referir aquestes dades a un mestre meu, el coordinador de CC.OO del Maresme, em confirmà aquest punt de vista. Ell rememorava que en una empresa tèxtil de Mataró, Can Torrellas, que als inicis dels setanta comptava amb centenars de treballadors, hi havia gent que en l´empresa va conèixer la seva parella, i no eren casos aïllats, que en determinades dates es celebrava dins l´empresa, amb els seus rituals gremials, festes i aniversaris; que en sortir de la fàbrica anaven a ballar o quedaven per al cap de setmana. És a dir, l´empresa era l´eix on es vertebrava un conjunt de relacions socials del que seria més endavant l´ecosistema afectiu de moltes persones. Amb Bruno Trentin m´he sentit identificat amb aquestes percepcions subjectives que, al cap i a la fi, són les que determinen i donen sentit a la nostra existència. Quan parla de porositat en la feina, de temps de vida, també en la feina, jo he entès en part això. Com a addicte a la televisió he pogut analitzar de forma amateur, com és un discurs recurrent que impregna implícitament moltes sèries de ficció, sobretot les professions "públiques": policies, metges, advocats o periodistes. Si comparem les sèries de matriu nordamericana, veurem com els policies, metges o periodistes gairebé estan absorbits per la feina, estressats, no tenen gaire vida familiar. Si ho comparem amb la vida dels protagonistes de sèries franceses, per exemple, no succeeix això. Passa el mateix amb la novel·la negra europea de matriu llatina: Els Izzo, Camillieri, Markaris, Leon, creen personatges on hi ha aquesta interrelació entre ecosistema relacional familiar, d´amics, d´aficions, paral·lelament al de la feina: no són realitats excloents. En canvi, Mankell, Rankin, etc ancoren els seus personatges en un pou de dedicació obsessiva realment malaltissa. El treball que acompanya o el treball que anul·la.

*Juan Ortiz és professor d´Història de l´Institut Damià Campeny (Mataró)







BRUNO TRENTIN: CON LOS ESTUDIANTES DEL INSTITUTO SOCRATES DE ROMA

Traducción. José Luis López Bulla



Trentin.- Me llamo Bruno Trentin. He trabajado toda mi vida en el sindicato. Gracias a ello he tenido la posibilidad de participar en innumerables luchas contra la injusticia, no sólo en Italia sino en todo el mundo a través de mi relación con los sindicatos europeos y los del llamado Tercer Mundo. Quizás por eso tengo algo que decir en este coloquio sobre lo Justo y lo Injusto. Pero antes de empezar nuestra conversación, vamos a ver este pequeño reportaje que nos han preparado los organizadores de este encuentro.

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Una voz.-- Los más ambiciosos son los franceses y los americanos que, en sus respectivas Constituciones, han sancionado el derecho de todos los ciudadanos a la felicidad. La observación es un poco genérica, ya que garantizar la felicidad es algo muy complicado. Con todo, las modernas democracias establecen (además de las libertades individuales de opinión, fe religiosa, prensa y asociación) una serie de derechos que, como la felicidad, tienen mucho que ver con los derechos sociales, es decir, la garantía de las condiciones esenciales para el desarrollo personal y la plena valoración del individuo.
Pero muchas de estas garantías sólo están sobre el papel. Piénsese, por ejemplo, en el derecho al trabajo, en el derecho a la salud, en el derecho a la enseñanza… La respuesta a estos problemas está en una diferente distribución de los recursos. Habrá que hacerla de tal manera que favorezca el desarrollo y con el ánimo de superar las brechas entre las personas y entre las zonas geográficas…

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Una muchacha. Buenos días. El filósofo Paul Ricoeur habla de propiedad privada y de una justicia que no considera la igualdad de todos los ciudadanos. Pero que, digamos, está en relación a cuánto se tiene y a lo que se es en la sociedad. Querría saber cuál es el límite entre justicia, digamos “proporcional” (entre comillas, ¿eh?) y justicia social.

Trentin. Bien. En el origen de la injusticia --que surge de una diferente distribución de la propiedad-- encontraremos siempre un problema de poder y de libertad. Por otra parte, la propiedad no nació mediante un contrato social o a través de un acuerdo. Surgió cuando los primeros se apropiaron de ella. Así es que el sistema de la propiedad tuvo desde sus orígenes una relación de autoridad: entre quienes detentaban el poder y sus instrumentos (por ejemplo, las armas) y los que estaban excluidos. Sin estas relaciones entre los que tienen el poder y los de abajo, los sistemas sociales, basados en la injusticia, no habrían podido convertirse en estas formas intolerables. Por eso, yo insisto mucho en ese elemento. En el origen de las desigualdades más horribles siempre ha habido un problema: la negación de la libertad a las personas que han sido excluidas del reparto de los recursos. Y ello ha sido muchas veces mediante el uso de la fuerza, negándoseles el derecho a la palabra, a organizarse y a asociarse, como formas de hacer valer las razones propias.

Muchacha. Digamos, entonces, que, mientras tanto, la diferencia social está de justificada de alguna manera. Es decir, en el sentido de ser una consecuencia, pero al mismo tiempo las diferencias sociales determinan la injusticia. ¿Es eso?

Trentin. La injusticia social viene siempre --cuando resulta intolerable y se convierte en permanente-- de la limitación de los derechos de las personas excluidas. Esta es la cuestión esencial. Sin estas limitaciones, con la fuerza, con las leyes a menudo equivocadas y, por tanto, injustas y sin estas limitaciones, no existirían en el mundo estas enormes desigualdades.

Muchacho. ¿Pero usted no cree que establecer a toda costa una igualdad entre todos los hombres --que efectivamente no existe-- pueda limitar, sin embargo, la libertad de los hombres?

Trentin. ¡Eh! El problema no está en construir una igualdad en el sentido de que todos tengan la misma renta o las mismas condiciones de vida. Ello es el resultado de capacidades diferentes y profesiones distintas. Y es justo que sean reconocidas estas diversidades. El problema no consiste en restablecer continuamente ¿cómo lo diría? una igualdad a pesar de la renta, sino en asegurar a todos los misma oportunidad de expresarse, de auto-realizarse y de acceso al conocimiento.
Explicaré dos ejemplos. Uno es el de los brioches en Francia, que son algo parecidos a los cruasanes; justo en el inicio de la Revolución francesa se hicieron las primeras manifestaciones del pueblo ante el Palacio de Versalles; la gente gritaba ¡pan!, pero exigiendo pan, estaba pidiendo los derechos de libertad, a no ser vejado, a no ser tratado injustamente y, así pues, disponer de las mínimas posibilidades de vida. La Reina de Francia respondió: “Bah, ¿qué piden esos? ¿Pan? Que les den brioches”. Toda una frase simbólica. El otro ejemplo es el de las ataduras. Como esa gente pedía pan, lo que realmente exigía era la posibilidad de hacer sentir su propia voz, de existir, de tener su propio peso… Y de allí nació… de aquellos movimientos nació la Revolución francesa. Eran las ataduras las que impedían que se tuviera pan. Esto lo encontramos, también hoy, en todas las partes del mundo.
Allá donde existe mayor miseria e injusticia, nos encontramos con la negación de la libertad. Libertad no es sólo poder pasear por la calle sin que intervenga la policía. La libertad es tener los mínimos instrumentos para poder conocer, estudiar y expresarse. La libertad quiere decir, hoy, poder usar el ordenador y superar el riesgo de un nuevo analfabetismo. La libertad es una gran batalla, muy difícil… pero es la batalla decisiva. Y no se puede contestar ahora con aquello de “que les den brioches”. Aunque hoy responderían: “Que les den una indemnización”. Pero esto no resuelve el problema de fondo.

Una joven. Disculpe, ¿dar las mismas oportunidades “de salida” no querría decir ofrecer unos dineros a quienes no lo tienen para poder crear una situación de igualdad, dando a todos la oportunidad de emerger? Pero, en la práctica ¿qué quiere decir eso, visto que ahora existe la desigualdad de hecho?

Trentin. Bien, no quiere decir dar dineros a todos de manera igual. Quiere decir en algunos casos, también, dar medios materiales, Porque es justo que así sea allá donde hay un problema de supervivencia; ya que donde no hay oportunidades posibles, uno se muere de hambre. En algunos casos sucede, pero sobre todo quiere decir que se ofrezca a todos los servicios que la comunidad tiene el deber de dar. Por ejemplo, la primera cosa es la información. Yo aconsejo el libro La libertad individual como esfuerzo social, de Amartya Sun. Este señor es profesor de universidades inglesas y americanas. En dicho libro se citan los casos más estridentes de carestía, tanto en India como en la China. Faltaban los sistemas de comunicación. Y en muchas ocasiones faltaban porque había un régimen opresivo que impedía que se conociera la existencia de una carestía en una zona concreta. Vamos, que habían inmensos recursos alimentarios a cincuenta kilómetros de donde la gente se moría de hambre.
Hoy existe una separación en el mundo entre la gente que todavía es analfabeta y la que usa el ordenador. Ello quiere decir que quien sigue siendo analfabeto tiene un…, tiene un hándicap insuperable para poder realizarse personalmente, porque no ha tenido los medios “de partida” ni las mismas oportunidades desde niño, mientras que en otros países dialogan a través de internet. Esto es una injusticia mucho más grande que calcular en dinero la diferencia de rentas entre unos y otros. Porque cuando a una persona se le niega estos medios elementales, no tiene ninguna posibilidad de auto-realizarse y de salir de su estado de miseria. Y lo mismo vale para los derechos fundamentales de las personas que están represaliadas en aquellos países donde existe mayor miseria. Los derechos de asociación y de expresión, de palabra y de huelga --negados en no pocos lugares-- son los primeros medios esenciales para poder expresarse y combatir la injusticia.
Como decía al principio, están las relaciones de propiedad, hay diversas fuentes de riqueza. Pero siempre en el origen hay una relación de poder: de ahí que acaparo determinados recursos y te impido que hagas valer tus derechos. La primera batalla contra la injusticia no es garantizar a todos la felicidad, sino iguales derechos para conseguir lo que cada cual entiende que es su idea de felicidad. Cada cual tiene su propia idea de qué entiende por felicidad, pero debemos tener los mismos derechos para poder perseguirla.

Una joven. Vale… pero ¿qué debemos hacer para llenar esas lagunas? Me refiero en términos prácticos a qué debemos hacer en una situación cuyo desnivel está presente para dar una oportunidad a quien está completamente excluido de la sociedad aquí entre nosotros. Porque no hay necesidad de ir a la India… Aquí --donde están garantizadas las libertades fundamentales-- hay individuos completamente marginados…

Trentin. Pero no se trata de nivelar; siempre insisto en ello.

La misma joven. ¿Pero de dónde se parte?

Trentin. No. Se trata de saber de qué manera se reconstruye la igualdad de oportunidades. Aunque si una persona tiene hambre no hay más remedio que ayudarla, no tengo dudas sobre ello. Si uno tiene hambre, evidentemente no tiene deseo de estudiar y conocer.
Y esto ¿que tiene que ver con nuestro país? Quiere decir que es necesario invertir en la enseñanza y en la formación. Es decir, que se deben poner los recursos para permitir a la gente el acceso a un empleo, al trabajo que ofrece unas posibilidades de auto-realización. Yo no tengo nada contra los chavales que, al principio, van a trabajar a un Mac Donald, siempre y cuando esta sea una etapa que pueda ayudarle a ir adelante en la vida y pueda hacer un trabajo que le proporcione una cierta auto-realización.
Entonces… esto quiere decir que hay que dar la posibilidad (no sólo a los jóvenes) de estudiar; de estudiar, prepararse y ponerse al día durante toda la vida. De modo que concentrar los recursos de un país en esta dirección es ya una opción política muy, pero que muy importante. Y conviene garantizar de verdad la igualdad de derechos: el derecho al trabajo. Si no existe igualdad de oportunidades, la cosa se convierte en una tomadura de pelo. Haya que ver la cantidad de veces que nos encontramos con que, para ocupar un puesto en la administración pública, en una industria privada o en la actividad comercial, existen pocas ofertas de empleo que, finalmente, son cubiertas mediante “enchufe” u otras formas de nepotismo. Y también son los padres los que intentan colocar a sus hijos en la misma empresa, excluyendo a otro chaval que tiene los mismos derechos de partida. Así pues, en el acceso al trabajo hay grandes desigualdades que se derivan de una violación de la igualdad de derechos.
De la misma forma, la gran desigualdad de este siglo (de este fin de siglo y del futuro) está --no me importa repetirlo-- en el divorcio entre quien puede estar informado y quien no; entre quien tiene el conocimiento y puede dialogar por internet y quien, sin embargo, no sabe todavía leer ni escribir. De modo que invertir en esa dirección es fundamental para garantizar a todos la posibilidad de hablar y expresarse, de tener voz propia. O sea, lo que es fundamental para ser un ciudadano activo.

Un joven. Pues, me parece que, en estos últimos años, el papel del sindicato, como organización para llevar adelante estos derechos, ha sido un poco efímero con relación a los puestos de trabajo en la administración pública. Lo digo porque mis padres han estado siempre afiliados al sindicato, y han tenido últimamente varias desilusiones, incluso en la manera de interpretar estos derechos en el interior de tales puestos de trabajo. Me parece que al sindicato le falta esto: que falla en su principal cometido, precisamente en el momento en que es más necesario. ¿El mundo del trabajo cómo podría salir de esta crisis?

Trentin. Como dijo aquel: nadie es perfecto. No hay duda de que el sindicato tiene mucha culpa y mucha responsabilidad porque el mundo cambia de prisa y las tendencias de todas las organizaciones es un poco a la conservación de lo existente. Por ejemplo, la figura tradicional que defendía el sindicato era el obrero de fábrica, aquel que tenía la posibilidad de trabajar toda su vida; pues bien, esta figura se está reduciendo y se empequeñecerá cada vez más: se convertirá paulatinamente en un grupo mucho más restringido. Ahora, el mundo está lleno de gente que trabaja, incluso con periodos mucho más breves, y está expuesto a movilidades salvajes sin controles, de jóvenes en paro que querrían un trabajo correspondiente a sus aspiraciones, no un trabajo cualquiera.
Bueno. El sindicato tiene muchas dificultades en conocer estas nuevas realidades e, incluso, en lograr las formas de solidaridad entre todas estas figuras; por ejemplo, entre un joven que trabaja a part-time para poder pagarse los estudios y uno que sigue siendo un obrero a la vieja usanza o un empleado de la administración pública que ve que ya no tiene seguro su puesto de trabajo para toda su vida. Hay que encontrar los puntos comunes entre todos ellos. Hay que impedir, además, que se desencadene el peligro, en todos los países avanzados, de una guerra entre quien tiene y quien no tiene, donde se defienden las posiciones de los más fuertes en perjuicio de los más débiles. Es muy complicado. De verdad no lo digo como excusa. Pero creo que el sindicato tiene grandes responsabilidades en este retraso, en la comprensión de que ha cambiado el mundo, y que se debe representar a todos, también a los parados. Y de encontrar un terreno común.
Ahora bien, ¿el terreno común puede ser el de unos aumentos salariales, iguales para todos, como podía ser hace veinte o treinta años? No. No creo que nadie lucharía por un objetivo de esa naturaleza. La razón es que un investigador, un funcionario de la administración pública y un chico que trabaja en una empresa de limpieza tienen diferencias muy profundas; son realidades bien diferentes y, a menudo, tienen distintos contratos. En esas condiciones, nadie se reconocería en una reivindicación como la de los aumentos salariales, iguales para todos. Pero sí que compartirían la reivindicación de la conquista de la igualdad de derechos. A partir de aquí podría encontrarse el camino de la solidaridad que hoy tiene el peligro de disgregarse.

Una chica. Disculpe: ¿no cree usted que en este momento vamos en una dirección opuesta? Quiero decir… todo esto de hablar de…, de flexibilidad, también de ese trabajo precario que continúa existiendo… ¿No cree usted que, en cierta forma, nos estamos alejando de cosas muy… muy concretas para garantizar la igualdad de derechos? Y, también, quiero hacerle una segunda pregunta: los países desarrollados tienden a seguir generalmente el modelo norteamericano, donde los servicios sociales no están garantizados para todos… ¿Piensa usted que es peligrosa esa forma de querer modernizarse, siguiendo el modelo estadounidense?

Trentin. Tengo la impresión que, aunque hay fuerzas que empujan en esa dirección, ni en Italia ni en Europa estamos yendo hacia el modelo norteamericano. Tenemos nuestra tradición, una historia diferente que no abandonarán los movimientos sociales y los sindicatos, ni tampoco los actuales gobiernos europeos. También porque --usted hablaba de la asistencia sanitaria, por ejemplo-- en el caso americano no todo hay que tirarlo por la ventana, aunque ciertamente allí tenemos un ejemplo clarísimo de lo que significa eliminar el Estado de bienestar.
En los Estados Unidos, la asistencia sanitaria está enteramente privatizada. Hay, sin embargo, ciertas excepciones: algunos hospitales que pertenecen, por lo general, al Ejército y la Marina y a la Aviación. Pero millones de americanos están excluidos de una asistencia sanitaria, digna de ese nombre. La asistencia sanitaria privatizada cuesta allí proporcionalmente el doble de lo que cuesta aquí, y ofrece resultados absolutamente deplorables. Este es un camino ruinoso desde el punto de vista económico, desde el punto de vista de la justicia social y desde la más elemental eficiencia. En América, las ambulancias privadas se hacen la competencia en las carreteras para recoger a los heridos; cuando te llevan al hospital concertado con las ambulancias, te piden que pagues allí mismo: si no lo haces, te dejan a la buena de Dios. Esto lo hacen antes de que te curen. En el caso europeo no se trata de seguir la vía americana; el problema es garantizar a todos la igualdad de derechos.
Usted se refería al trabajo precario y a la flexibilidad. Pues bien, una parte de la flexibilidad o de la movilidad del trabajo es prácticamente inevitable. Y ahora mismo explicaré por qué. Porque las nuevas tecnologías --las informáticas y las de telecomunicaciones, que se mueven con una extrema rapidez y que renuevan constantemente las profesiones, los conocimientos--se renuevan y envejecen con una velocidad extrema. Hoy, un programador informático si no se pone al día, se arriesga a perder el empleo y, al salir del mercado de trabajo, no le queda otro remedio que hacerse autónomo. Así las cosas, una determinada flexibilidad está en la naturaleza de las cosas en este mundo de las nuevas tecnologías.
¿Cuál es el gran problema? En que no existen reglas; en que no hay nuevos derechos que puedan garantizar la protección de estas personas ante estos cambios constantes, construyendo contrapartidas auténticas a esta movilidad a la que están sometidos. ¿De qué contrapartidas se trata? De adquirir continuamente conocimientos que permitan permanecer en el mercado laboral, encontrar un empleo, ir para adelante y no retroceder. Este es el gran problema. O sea: transformar el trabajo precario, los contratos precarios en unos contratos que tengan garantías de encontrar una recolocación en mejores condiciones.

Un estudiante. Perdone, pero en la Constitución italiana se garantiza en potencia a todo ciudadano el derecho de tener las mismas oportunidades. ¿Por qué no se respeta de hecho?

Trentin. No se respeta porque ningún derecho escrito será respetado si no existe acción y la lucha colectiva para conquistar los recursos que permiten respetar lo que expresa un derecho. Lo que describe la Constitución es una ley, y yo pienso que es muy importante afirmar ese principio. Pero su realización implica la lucha cotidiana.

Otro estudiante. Pero… ¿cómo es posible que, después de cincuenta años, no se ha pasado del dicho al hecho?

Trentin. Bueno, bueno… En cincuenta años se han dado pasos adelante. Y no pequeños, y no pequeños. Y mucho queda por hacer, y ello también porque el ese periodo de tiempo el mundo ha cambiado y disponer de las mismas oportunidades, hoy, no representa las mismas cosas de hace veinte o treinta años cuando se redactó la Constitución. Ahora, tener las mismas oportunidades quiere decir superar la barrera del nuevo analfabetismo: el no poder usar los modernos medios de comunicación, diálogo y relación que ofrece la informática. Uno que no… uno que no… que no tiene estas posibilidades se encuentra fuera de grandes oportunidades. Es una batalla de…, de todos los días. Esta es la historia de la humanidad: afirmar los derechos y luchar para hacer efectivos tales derechos.

Una chica. Quisiera plantearle una pregunta. ¿Cómo justifica, entonces, el hecho de que el gobierno quiera financiar la escuela privada en detrimento de la enseñanza pública que, como hemos visto en el reportaje (y es cosa que sabemos todos) tiene tantas deficiencias? ¿Qué piensa de esa situación?

Trentin. Es preciso ver antes qué se quiere decir. Si estamos ante una financiación de la enseñanza privada, prohibida por la Constitución, o si se trata de garantizar a todos los jóvenes que van a la escuela algunos derechos mínimos iguales para todos. Por ejemplo, la adquisición de libros de texto que, en todo caso --también e independientemente de este problema de la relación entre escuela privada y escuela pública-- en mi opinión se trata de un problema de iguales derechos. Por ejemplo, no es posible que la escuela pública reconozca un mínimo de pluralismo de ideas y cultura a los docentes y a los estudiantes y que, en algunas escuelas privadas, un enseñante que expresa una tesis sobre religión o de otras materias (aunque sea discutible) sea expulsado a la calle; o que un profesor que quiere divorciarse sea despedido del puesto de trabajo. Alto ahí: estamos ante una disparidad de derechos que, pienso, no puede tolerar un estado de derecho. Pero, más en general, esta es la respuesta que se nos da: la escuela se encuentra todavía en un estado desastroso porque durante muchos años se pensó que servía para enjuagar a los jóvenes sin empleo. Se trata de una forma moderna que se parece un poco a los brioches de Maria Antonieta. En vez de concentrar todos los recursos, o los principales recursos, hacia la enseñanza y la formación, dando la posibilidad a todos de poder expresarse y conquistar un puesto de trabajo.
En Europa son un millón doscientos mil puestos de trabajo sin cubrir en los campos de la informática y las telecomunicaciones. Esto es ya una señal del fracaso de la enseñanza. Bien, hay que invertir los recursos en la dirección de impedir que uno encuentre un empleo para que no ocurra que después de uno, dos o tres años vea que ese trabajo se ha esfumado porque no ha tenido la posibilidad de ponerse al día.
Ustedes son muy jóvenes, pero yo me preocupo también de los cuarentones. Quien tiene cuarenta y cinco años se encuentra con un cambio tecnológico, se encuentra estupefacto ante un aparato que no ha usado nunca. Ello afecta al trabajo, pero comporta el peligro de un desempleo sin retorno. ¿Eh? Veamos, salvo pocas excepciones, un cuarentón no cambia de vida. ¡Vamos!, que no se pone a estudiar y a prepararse.

Una joven Lo que yo quería decir es que, a pesar de ser cierto que la enseñanza tiene necesidad de notables transformaciones, no todo se puede hacer desde ella. Porque en el momento en que yo acabe una escuela superior o una futura universidad, en el instante en que empiece a trabajar--y necesite estar en vanguardia, yendo al paso de la tecnología-- también la sociedad (en todo lo referente al trabajo) debe incentivar la mejora de esta sociedad. O sea, que esta mejora incumbe más o menos a la escuela y al campo del trabajo.

Trentin. Claro que sí. Pero, primero, tenemos que aclarar qué quiere decir eso de la escuela. La escuela no puede querer decir solamente un edificio como el de la enseñanza pública. No puede equivaler a lo que son los institutos técnicos profesionales, donde se registra, incluso en los mejores, un gran retraso; un retraso que viene por los motivos que recordaba anteriormente: la rapidísima innovación de las tecnologías, un gran retraso en los conocimientos y saberes que maduran en el centro de trabajo. A veces se trata de un retraso o desfase de unos cinco años entre quien enseña en la escuela y los saberes, el saber hacer, que se precisa en el centro de trabajo.
Yo imagino, entonces, una política de la formación capaz de construir nuevas relaciones entre la escuela y la vida real. Por ejemplo, antes de hacer la entrega de diplomas podría se pensar en un paso previo, un stage en un puesto de trabajo: de este modo se construyen no sólo títulos sino aptitudes. Un razonamiento que también vale para el profesorado. Creo que los docentes deberían tener la obligación --y no sólo la posibilidad-- de reciclarse, de aprender permanentemente, también mediante stages en los centros de trabajo.

Un estudiante En los años setenta y ochenta estaban los piquetes. Cuando había una huelga que impedían entrar al trabajo a los esquiroles. Pero ahora, con motivo de los graves inconvenientes que causan los sindicatos minoritarios, ¿se está pensando en limitar el derecho de huelga?

Trentin. Mire, pues no. Posiblemente sean otros los que piensan en la limitación del derecho de huelga.

El mismo estudiante Es que yo he oído en el Telediario… He oído a Cofferati, creo que era Cofferati, decir algo parecido…

Trentin No, Le digo que no. Cofferati no hace más que repetir lo que, para algunos sindicatos (como en el que yo milito, la CGIL), es parte de su historia y de la forma de concebir la lucha del trabajo. Cuando la huelga y el derecho de huelga es un derecho fundamental e inalienable, se ejerce en un servicio fundamental de interés público, el problema esencial de una organización que representa y pretende representar a todos los trabajadores (y no a un grupo reducido), el problema fundamental, digo, es el de tener en cuanta los derechos y oportunidades de todos.
Cofferati no ha hecho más que repetir lo que la organización está diciendo desde hace treinta o cuarenta años sobre la manera de ejercer el derecho de huelga, por ejemplo, en un hospital. Aquí nosotros salvaguardamos los servicios esenciales. Esta es una manera cívica de dirigir y realizar una huelga.
Otro ejemplo: ¿una huelga en los transportes? Pues bien, siempre hemos intentado salvaguardar los intereses de de la gente que va a trabajar: sería profundamente injusto que no hubieran encontrado el tren, el tranvía o el autobús y perdieran una jornada de trabajo. Es una tradición en nuestro sindicato hacer la huelga en determinadas horas y no en otras y, así, se garantiza el derecho de los usuarios. Nuestro esfuerzo se orienta a la auto-regulación de la huelga en los servicios públicos; impedimos también la huelga en ciertos casos: cuando las madres van al hospital a dar a luz o cuando los inmigrantes vuelven a su país de vacaciones… Vale, nosotros defendemos esas reglas que nosotros mismos hemos construido y que los propios trabajadores interesados (los huelguistas potenciales) han votado. Ciertos sindicatos (los autónomos) infringen esas normas. Por cierto, son grupos que defienden o quieren mejorar determinados privilegios respecto a otros, dañando al conjunto de la población. Pues sí, eso crea un problema de derechos. Pero no afecta al derecho de huelga. Se trata de saber si uno que viola estas leyes, después de haberlas aprobado, debe ser sancionado o no. Por ejemplo, un huelguista que deja tirado en la calle a alguien que va al hospital debe ser sancionado por la comunidad. Eso es lo que pienso. Y eso forma parte de la gran tradición obrera de nuestro país.

Una joven Profesor: según usted ¿cuál es el modelo --aunque no exista-- de un Estado que garantice la justicia social? Es decir, quiero saber si la paridad de derechos es suficiente para garantizar la justicia social o, sin embargo, es algo más a situar para conseguir la justicia social.

Trentin Vale. Dicho de esa manera, la justicia social se parece un poco a la felicidad que deseaban conseguir las primeras constituciones. Repito, la felicidad es una cosa diferente para cada cual. Es una cosa distinta para usted, no sólo porque es mujer y porque es joven. Y para un servidor es un tanto diverso porque soy hombre y viejo. Aquí el problema está en consentir para todos la misma posibilidad de alcanzar su propia idea de felicidad. Por ello, la justicia social (entendida como la oportunidad de que todos tengan las mismas cosas) es probablemente un mito inalcanzable y seguramente no es un objetivo justo. Se trata de dar a todos la posibilidad de probarse a sí mismos. Si después no quieren hacerlo, no pasa nada; aunque millones de personas estén excluidos de dicha posibilidad. Esta me parece el camino más difícil, pero es el más seguro para reducir las injusticias sociales.

Una estudiante ¿Qué significa ser felices? ¿Qué representa que un Estado, a nivel social, garantice que seamos felices?

Trentin En mi opinión, significa poco. Yo tendría miedo de un Estado que garantice la felicidad a todos, porque ello querría decir que la felicidad que cada cual quiere para sí mismo, la pretende imponer a todos los demás. Yo quiero un Estado que garantice a todo el mundo la misma libertad de ser felices y, como decía antes, sus correspondientes derechos.
En este periodo, el derecho fundamental para conseguir una mayor libertad es el derecho al conocimiento, al estudio, etcétera: tener la posibilidad de expresarse. ¡Cuántos derechos se han conculcado en el pasado porque no se podía dialogar o porque se negaba la palabra (es decir, las ataduras de las que hablaba antes) o porque no sabía expresarse, no se tenía voz propia, como dicen los americanos, ni la posibilidad de que se contara con uno! En todos los sitios de la vida (de la vida social y de la vida pública, en el Estado y en Parlamento, por no decir también en el sindicato) ¿cuántos están excluidos de hecho --repito, también en el sindicato y que no tienen la posibilidad de hacerse oír? Creo que esta batalla es la fundamental para combatir la injusticia.

Un estudiante Disculpe, profesor. Le quiero hacer una pregunta con relación de una web que he encontrado en internet, el de la Rai Educational de Il Grillo. Vale, le aclaro: nuestra sociedad está basada en los intereses personales, es decir, en los intereses de las multinacionales. Quiero saber: ¿según usted es posible que el interés y la justicia coincidan siempre?

Trentin No. No, porque el interés puede estar dictado simplemente por una situación anterior, por la voluntad de mantener una situación adquirida y que cuando cambian las cosas, si se mantiene aquella situación quiere decir que va en perjuicio de otros.

Estudiante Por ejemplo, por poner un ejemplo concreto: ¿Cómo juzga usted… cómo juzga usted, digamos, algunos problemas de la producción… me refiero al caso concreto de los fabricantes de balones que explotan a los niños… o sea, el trabajo de los menores?

Trentin Es necesario que se combatan estas cosas, que las combatamos. Pienso en los casos de Nike y Benetton. Ahora se ha descubierto que en Turquía, sus empresas subsidiarias obligaban a trabajar a niños de trece y catorce años… En este caso, esto no es sólo cosa de la intervención dura del sindicato, sino que, en un país moderno, es también cosa de la policía. Pero también, en nuestro país, ocurren casos de este tipo. Y ahora no se trata de saber si es o no justo. No, aquí estamos ante una violación de los derechos esenciales de la persona. Es decir, un chaval o un niño que, en vez de ir a la escuela es enviado (incluso por su familia) a trabajar, por ejemplo, en Nápoles… Hay que defender a todos por igual, incluso cuando ataca ciertos intereses. Y digo más: en muchas ocasiones, los intereses pueden estar cobijados en grupos de trabajadores en perjuicio de los intereses de todos. A eso me refería cuando hablaba anteriormente de los padres que meten a sus hijos en las empresas de aquellos. Bien, este es un interés importante del padre, pero que niega el igual derecho de otros (de aquellos que no tienen a su padre en la empresa) y que aspira con mayores méritos a encontrar un puesto de trabajo. Aquí estamos ante un conflicto, claro que sí, entre intereses y derechos.

El moderador Bien, bien. Si os parece acabamos este encuentro, y agradecemos a Bruno Trentin que haya estado departiendo con nosotros.

(Aplausos)