miércoles, febrero 28, 2007

ELOGIO DE BRUNO TRENTIN

Barcelona, junio  de 2005


José Luis López Bulla


La historia del sindicalismo europeo está repleta de personajes muy importantes que, en el caso italiano, es muy llamativo. Nombres como los de Osvaldo Gnocchi-Viani, fundador de las Camere del Lavoro, hace ya un siglo o, muy posteriormente, los de Giuseppe Di Vittorio y Luciano Lama están ya en el imaginario histórico de los trabajadores y el pueblo de Italia. En ese elenco hay que encuadrar ya a Bruno Trentin, posiblemente el sindicalista europeo más fascinante de los últimos cincuenta años. Este libro pretende ser una contribución para que el gran público catalán tenga cumplidas referencias del pensamiento de este personaje, que a lo largo de su actividad, ocupó responsabilidades muy diversas, tanto en la vida social italiana como en la europea. Para ello hemos elaborado una antología de lo que, en los últimos tiempos, ha escrito nuestro autor, ahora a punto de cumplir los ochenta años. Ciertamente, es ya una edad provecta, que en el caso de nuestro autor sigue caracterizándose por una gran actividad pública. El primer aviso a nuestros lectores es: no se fíen ustedes cuando Trentin le dice a los jóvenes, en un coloquio aquí publicado, que es un anciano o un vecchio, pues sigue estando en la brecha más directamente relacionada con los problemas de la gente de carne y hueso, muy especialmente de los jóvenes a los que alude constantemente en los trabajos que figuran en esta publicación.


Primero

Bruno Trentin nació en Pavie (Francia) en diciembre de 1926. Sus padres, miembros activos de la lucha antifascista, tuvieron que exiliarse. Volvió clandestinamente a Italia un jovencísimo Trentin a incorporarse a la actividad clandestina en 1941, concretamente a una Brigada partisana --de la que posteriormente sería su comandante-- hasta el momento de la liberación. Nuestro hombre formaba parte, en aquellos entonces, de la organización Giustizia e Libertà, un partido antifascista en el que también militaron su padre, el famoso catedrático Silvio Trentin, su amigo y maestro en las vicisitudes sindicales, Vittorio Foa, y el eminente filósofo del derecho Norberto Bobbio: todos ellos grandes personalidades de la vida política y cultural italiana. De todas formas, no estamos ante un caso único, pues uno de los aspectos más particulares del sindicalismo italiano es la vinculación de sus cuadros dirigentes, a cualquier nivel, con el mundo de la cultura y la estrecha relación de la intelectualidad con los problemas del universo del trabajo. Una de las consecuencias de todo ello es la muy abundante literatura de los sindicalistas italianos que va desde testimonios biográficos y memorialísticos hasta estudios sobre los temas del trabajo contemporáneo y, también, las constantes reflexiones sobre los temas laborales que, desde el mundo de la intelligentzia, se publican en periódicos, revistas y libros especializados. Esta es una tradición que viene, hasta donde yo conozco, de los viejos fundadores del sindicalismo a principios del siglo pasado, especialmente con la figura legendaria de Osvaldo Gnocchi-Viani, hombre de cultura y sindicalista afamado. Bruno Trentin, como se ha dicho anteriormente, sigue ese camino y, en su caso, representa la figura del sindicalista intelectual que elabora sus propuestas (las necesarias para el ahora mismo y las que perfilan un proyecto de largo recorrido) partiendo de la realidad concreta.

En 1949, Trentin es llamado por Giuseppe Di Vittorio para trabajar en el centro de Estudios Económicos de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CGIL), cuyo responsable es el ya mencionado Foa. No se olvide que, en ese año, Giuseppe di Vittorio, el máximo dirigente del sindicato, propone el Piano del lavoro (Congreso sindical de Génova) en un país que seguía estando en ruinas, con unos elevados índices de desempleo y un muy considerable atraso en el Mezzogiorno. La propuesta divittoriana, a grandes rasgos, es: un proyecto de desarrollo económico y social para Italia, cuyo objetivo central es el empleo y el crecimiento del Sur, mediante la aportación de una gran masa de capitales públicos y privados y el protagonismo solidario de los trabajadores del Norte. Este proyecto sorprendió a la clase política italiana y desde diversos sectores fue criticada por su “simplismo”, también fue vapuleada por no pocos correligionarios de di Vittorio, Foa y Trentin; en el fondo algunos de ellos se echaron las manos a la cabeza porque consideraban que un sindicato no estaba para eso: un proyecto de tal calibre, afirmaban, era cosa de la política. Pero lo cierto es que el Piano del lavoro dejó una profunda huella indicando algunos de los rasgos más esenciales de la propia CGIL: el sindicalismo no puede delegar en nadie sus propias responsabilidades, ni dimitir de la solidaridad con el Mezzogiorno. Y todavía diría más, ahora de manera un tanto arriesgada: en cierta medida, una parte considerable de la pedagogía del Plan explica los comportamientos renovadores que tuvieron su máxima visibilidad en las movilizaciones del famoso otoño caliente de 1970, que se comentarán más adelante.
Adolfo Pepe uno de los más prestigiosos investigadores de los acontecimientos sindicales italianos, ha señalado que es difícil encontrar un precedente sindical del Piano del lavoro, y apunta la tesis de que tanto Foa como Trentin (los principales científicos que enhebraron el plan) se inspiraron en el New Deal roosveltiano[1]. Diremos, pues, que la entrada de Trentin en la vida sindical fue espectacularmente fecunda. Y para mayor información, su protagonismo en el tan mencionado plan lo hace con sólo veintitrés años. Lo que se dice una joven promesa, que ya indica por dónde irá su biografía. Con toda seguridad el lector, tal vez extrañado, habrá caído en la cuenta del conocimiento pormenorizado del jovencísimo Trentin de la situación norteamericana; pues bien, esta será una constante, también, en la vida y la obra de nuestro autor; en todos sus libros siempre se encontrará una referencia a los sistemas de organización del trabajo en las empresas estadounidenses más representativas; o, por cierto, las reiteradas citas que ofrece de los movimientos sindicales norteamericanos, los Industrial Workers of the World (los muy populares woblies) y de su máximo dirigente, Daniel de Leon: un intelectual venezolano de “buena” familia que, tras estudiar en Europa, marchó a los Estados Unidos y se puso al frente de las reivindicaciones del movimiento de los trabajadores.

En 1958 Trentin pasa a ocupar un puesto en el Secretariado nacional del sindicato. Son años duros para el movimiento organizado de los trabajadores; Di Vittorio ha muerto y la división sindical conoce fuertes asperezas y durísimos desencuentros. Y a pesar de que la CGIL sigue siendo, de largo, la primera organización sindical italiana, está afectada todavía por su clamorosa derrota electoral en la primera factoría del país, la Fiat, en 1956: un desastre sin paliativos que puso de manifiesto las debilidades del sindicato a la hora de entender los cambios que se iban dando en los centros de trabajo y en la condición asalariada. Sin ningún género de dudas, de tamaña derrota electoral el joven Trentin saca toda una serie de conclusiones (unas provisionales, otras definitivas) acerca de la necesidad de que el sindicalismo preste toda la atención a las transformaciones que se están operando en la fábrica y en la economía, en las personas y en el conjunto de la sociedad. El atento conocimiento de la “condición de fábrica” y su constante evolución será su leitmotiv. Las novedades que se operan en el sindicato ayudan en esa dirección, y principalmente son: a) el mensaje del último Di Vittorio señalando que, tras la derrota en Fiat, hay que “volver” a la fábrica y b) la entrada en los órganos dirigentes del sindicato de jóvenes valores como Luciano Lama y Bruno Trentin entre otros. Que nuestro hombre fuera elegido para el grupo dirigente del sindicato tuvo una gran importancia, toda vez que tuvo una posición de gran firmeza (sosteniendo a Di Vittorio, ciertamente) contra la posición de Palmiro Togliatti y del partido comunista italiano, que apoyó sin fisuras la intervención soviética en Hungría; y también la ruptura de lo que, en su día se llamó, la correa de transmisión del partido hacia el sindicato, como enérgicamente también formulara el maestro Di Vittorio sin esperar la celebración del congreso del partido comunista. No serán éstas las únicas asperezas que nuestro autor tendrá con sus compañeros de organización política; tiempo tendremos para comentarlas a su debida hora.

Desde 1962 hasta 1977, cuando han cambiado muchas cosas, ejerce los cargos, primero, de secretario general de la Federación metalúrgica (Fiom) y, después, secretario general de la Federación de los transportes marítimos (Film). Tal vez valga la pena explicar estos “saltos” en los puestos de responsabilidad. En el sindicalismo italiano siempre hubo una preocupación orientada a que nadie se encasillara para siempre en el mismo lugar. Por ejemplo, un sindicalista podía estar durante un cierto tiempo dirigiendo una organización territorial y posteriormente ponerse al frente de una estructura sectorial o federativa. Y digo más, una persona podía estar (como fue el caso de Trentin y de muchísimos más) en tareas de la máxima dirección confederal y, al cabo del tiempo, pasar a otra de rango inferior. Es decir, el escalafón era (y es) algo que no se les pasaba por la cabeza. Hoy se está en Roma y pasado mañana en un lugar de provincias donde se necesita la experiencia de alguien que tiene la cabeza bien amueblada. Por ejemplo, mi amigo Roberto Tonini dejó la secretaría general de la Región del Véneto, en la magnífica Venecia (que era su casa) para dirigir el sindicato de la Construcción del Lazio. Las consecuencias de todo ello parecen evidentes: se trata de interferencias a los problemas de burocratización que tienen todas las organizaciones (especialmente las más importantes), una mayor acumulación de experiencias diferentes y una “cosmovisión” sindical más completa. Que más tarde se completará con la formalización estatutaria de las incompatibilidades entre cargos sindicales y políticos e institucionales en la misma persona y en la fijación de un número limitado de mandatos en los órganos dirigentes. Un servidor ha hecho lo que ha podido para que tan seria experiencia pudiera ser compartida por el sindicalismo de aquí. Lo cierto es que me salí con la mía en el asunto de las incompatibilidades y la limitación de mandatos; pero en la quiebra del escalafonato sindical coseché un fracaso estrepitoso: de un lado, los entorchados y galones no son monopolio de los antiguos brigadieres, y, de otro lado, es casi seguro que yo debí expresarme de manera inconveniente.

Trentin deja el secretariado nacional del sindicato y, como se ha dicho, toma en sus manos la dirección de la potente Fiom. Es decir, un hombre de formación intelectual al frente de los trabajadores metalúrgicos de mono azul que, en aquella época, era el movimiento federativo más amplio en Italia y Europa. Ni que decir tiene que la vicisitud más llamativa del mandato de Trentin en la Fiom está en puertas de 1970: es el muy famoso autumno caldo, del otoño caliente que quedó acuñado definitivamente con ese idiolecto. Se trató de la movilización sindical italiana más importante en muchas generaciones de trabajadores. La primera conclusión (provisional, por supuesto) es que el conjunto asalariado había madurado la orientación del “volver a la fábrica” de mediados de los cincuenta. Y la segunda conclusión es que aquello fue posible por la irrupción en el escenario sindical de una generación de jóvenes trabajadores veinteañeros que vivían de otra manera los cambios tecnológicos y los procesos productivos.
Trentin y el grupo dirigente de la Fiom, se supone, han tomado buena nota de los acontecimientos del Mayo francés del 68 y de los resultados que aquello deparó al sindicalismo de sus amistades vecinas. Tengo la impresión (en todo caso, se trata de mi propia interpretación) de que nuestro autor vio que la experiencia francesa se caracterizó, en buena medida, porque la traducción de sus reivindicaciones a sólo mero salario fue absorbida en un breve espacio de tiempo, hasta el punto que las conquistas económicas se quedaron --hablando en plata-- a la Luna de Valencia; en los cuernos de aquella luna estaba la inflación y bajo tierra se situaban los poderes adquisitivos de los trabajadores franceses. Por ahí no se podía ir. Por otra parte, Bruno Trentin debió captar, en un momento determinado, que los sindicatos franceses parecían seguir algo así como el siguiente lema: caminemos divididos y golpeemos unidos, toda una constante que, aunque no es privativa de los franceses, tiene mucho predicamento en demasiadas latitudes. Ese camino tampoco era conveniente. De manera que era preciso darle muchas vueltas a la cabeza, pero no fundamentalmente en los necesarios gabinetes sino con los trabajadores (camachianamente hablando) de mono azul y bata blanca.
Naturalmente, el proyecto que va tomando cuerpo es el resultado de mucha semilla anterior, de no pocas experiencias vividas en los centros de trabajo. Ahora bien, la originalidad de lo que se va gestando radica (visto con los ojos de hoy) en que dicho proyecto es un encaje de bolillos entre la exigencia de los contenidos a negociar y las formas de organización del movimiento sindical. Es decir, las reivindicaciones y las formas organizativas no son dos variables independientes entre sí: no son dos inquilinos que viven en un común patio de vecinos sino la misma familia que habita en la misma casa. Y lo cierto es que tales o cuales reivindicaciones se ven acompañadas por formas unitarias que, incluso, van más allá de las confederaciones sindicales, es decir, lo que bien pronto empezó a conocerse como los consigli di fabbrica. Tamañas discontinuidades empezaron a poner nerviosos a más de uno, más de dos se encolerizaron, y más de tres hablaron de extremismo: todos ellos, según las categorías que estableció Josep Pla, de “amigos, conocidos y saludados” de Bruno Trentin. O sea, una buena parte de los órganos dirigentes del sindicalismo y un cacho no menos influyente de las direcciones de los partidos políticos de la izquierda. Los dos más notables, Agostino Novella y Giorgio Amendola, el primero había sido el máximo dirigente del sindicato hasta 1962, sucediendo a Di Vittorio; el segundo, el león napolitano del marxismo historicista y pieza clave del partido comunista.
¿Nuevos planteamientos reivindicativos? “Bien”, parecían decir los amigos, conocidos y saludados. ¿Reivindicaciones cualitativas? “Vale, vale”, condescendían con algún enfurruñamiento. Pero, ¿qué es eso de la anarquía de los consejos de fábrica? Ni hablar. El problema estaba, lógicamente, en que parece ser muy complicado eso de ponerle puertas al campo, especialmente si la gente del campo no las quiere. Y, paso a paso, el proyecto tomó espesor, configurándose una cultura unitaria que, desde abajo, influyó lo suyo en las estructuras dirigentes. Los renovadores vencieron elegantemente y, por así decirlo, las medallas se repartieron entre los amigos, conocidos y saludados amén de los que siempre creyeron en la renovación.
No es este el lugar más apropiado para explicar (sería verdaderamente pretencioso por mi parte) la naturaleza de aquel proyecto, ni tampoco de los grandes acontecimientos de aquel otoño caliente. El lector tiene sobradas fuentes de consulta para ello y, especialmente, lo que nuestro autor escribe en este libro y en la bibliografía de nuestro hombre que al final se expondrá. Tan sólo diré, con relación a ello, que tales movimientos fueron de gran importancia para las avanzadillas sindicales de nuestro país (todavía en pleno franquismo) y de lo que, posteriormente, fue Solidarnösc en su lucha contra el totalitarismo neostalinista polaco. En nuestro caso --especialmente en el conjunto del sindicalismo catalán-- la influencia y fuente de inspiración pudo tener algunas consecuencias positivas, concretamente en la mayor sensibilidad hacia el imprescindible gran tema de la unidad de acción. Lo cierto es que hasta las relaciones personales entres los dirigentes sindicales catalanes siempre fueron mejores que en otros lugares españoles: una relación que, pasado el tiempo, mantenemos Luis Fuertes, Paco Giménez y un servidor.
Bruno fue una persona muy respetada en el mundillo sindical de nuestros contornos. Hasta tal punto fue así que, a finales de 1976, se celebró en Madrid un encuentro, organizado por Euroforum, sobre las futuras relaciones laborales en España. Allí hablaron dirigentes empresariales, juristas del Derecho laboral y sindicalistas españoles de CC.OO., Ugt y Uso; el único forastero (consensuado por todos los de la familia sindical) fue nuestro autor. Un servidor que, asume la responsabilidad de la presente antología trentiniana, pensó que también podía publicarse su intervención. No importa que estemos hablando de una conferencia de hace treinta años: su actualidad, si se lee con atención, es bien visible, y me atrevería a decir que sigue siendo útil para las prácticas contractuales de nuestros tiempos. Y tres cuartos de lo mismo podría añadir recomendando otros textos de Trentin que se publicaron, con anterioridad a 1976, en la legendaria editorial catalana Nova Terra. Comoquiera que la vida tiene tantas vueltas, es un detalle simpático que en Nova Terra trabajara, sin percibir remuneración alguna como lo hicieron tantos jóvenes sindicalistas cristianos, el joven Hinojosa; hoy, Rafael Hinojosa, con ciertos años más, es el Presidente del Consell de Treball Econòmic i Social de Catalunya, la institución que edita este libro de Bruno Trentin.

Pasada la etapa federativa, Bruno Trentin retorna al máximo órgano de dirección de la CGIL en 1977: está, pues, un poco más allá de la mitad del camino de la vida, como dejó dicho Dante. Lleva consigo un enorme bagaje de experiencias ampliamente contrastadas, y digamos que está en la madurez. Este es, sin embargo, un momento muy delicado para el sindicalismo italiano y, mucho más, para la CGIL. Los comunistas han alcanzado un importante éxito electoral un par de años antes, la situación económica italiana atraviesa una encrucijada dificultosa y los terrorismos de diversos grupos armados (en particular, las Brigadas Rojas) golpean violentamente a diestro y siniestro. Los dirigentes sindicales tienen, por ejemplo, grandes dificultades para hacerse escuchar en foros como los universitarios. Luciano Lama es agredido violentamente en las puertas de la Universidad de Roma y es salvado in extremis por el servicio de orden que ha organizado el sindicato, algunos de aquellos energúmenos están hoy en partidos del arco parlamentario, tan poco recomendables como lo eran los grupúsculos de la porra de antaño. Así pues, fuerte marejada política y grave situación económica que fuerzan al sindicalismo a un comportamiento que ya nada tiene que ver con el de los primeros años de esa década. Es il grande inverno que ha sucedido al otoño caliente. Luciano Lama propone lo que posteriormente se llamó la estrategia del Eur, el lugar donde se celebró un importante encuentro de dirigentes sindicales.
La estrategia de la CGIL --ya digo, conocida como el giro del Eur-- se basó grosso modo en que el sindicato asumía algunos problemas de gran relevancia, como por ejemplo, hacerse cargo de toda una serie de vínculos que venían impuestos por la dura situación económica con la intención de que se creara empleo mediante el despegue económico. Pero, si no voy errado, las limitaciones y debilidades de aquel giro fueron, entre otras, el oscurecimiento del papel y de los objetivos concretos (por ejemplo, las reivindicaciones) del sindicato. Y, por otra parte, aventuro la hipótesis --ciertamente, con la comodidad y el desparpajo de ver las cosas a toro pasado-- de la desconexión entre la estrategia global y la situación en el centro de trabajo. En resumidas cuentas, se proponía un proyecto general capaz de compatibilizar las macro magnitudes económicas sin referencia alguna con los “micro” problemas (los que afectan directamente a las personas de a pie). Visto desde ahora: estaba cantado que el recorrido fuera desde la indiferencia a la no asunción de lo que el sindicato había planteado. Justamente lo contrario del diseño y de las intenciones del Piano del lavoro. Porque el plan divittoriano, con todas sus imprecisiones y generalidades, sí fue capaz (ciertamente, en otro contexto diferente) de provocar un amplio movimiento de masas en exigencia de empleo industrial, reparto de la tierra y modernización de las estructuras del Sur. No digo que consiguiera sus objetivos, afirmo que se puso en marcha una exigencia colectiva por todo ello. O sea, Di Vittorio fue capaz de darle tangibilidad al proyecto, mientras que Luciano Lama, que tantas similitudes tuvo con su maestro, no pudo ofrecer que la palabra se hiciera carne. También en este caso, es mejor que el lector interesado en estos grandes acontecimientos acuda a la abundante literatura trentiniana y saque sus propias conclusiones[2].

En 1988 nuestro hombre es elegido secretario general de la CGIL, sucediendo a Antonio Pizzinato. No me explayaré en esta parte biográfica porque el lector catalán tiene sobrado material para consultar. Pero sí merece la pena resaltar algo de extraordinaria importancia para la vida de la CGIL: en un momento determinado del mandato de Bruno, ya secretario general, propone la disolución de la llamada componente comunista en el seno del sindicato. Como es sabido, en esta organización existían desde los tiempos fundacionales tres corrientes políticas: los comunistas, los socialistas y una tercera que estaba formada por dirigentes sin partido o de organizaciones menores. La verdad sea dicha: más allá de alguna que otra escaramuza interna, nunca hubo peligro de que aquello se rompiera. La exquisitez y bien hacer de todos los dirigentes de la CGIL y el sentido de la unidad construyeron un acervo de común pertenencia a la casa. También en esto el maestro Di Vittorio dejó clara su enseñanza. Y el mismo Trentin fue una persona querida y respetada por todas las componentes de la CGIL. Parece que estoy viendo a Bruno recibiendo de manos de Ottaviano del Turco, socialista, un magnífico regalo como prenda de amistad de todos sus compañeros de partido durante el congreso del sindicato en Rímini: una pipa (más bien, una cachimba) que había sido propiedad del presidente Sandro Pertini. La señora Pertini se la dio a Ottaviano para que se la entregara al primer espada de la CGIL. Desde luego se trataba de una herencia entrañable; y, dicho sea de paso, nadie fumó en pipa con tanta clase como el presidente Pertini.
Lo cierto es que hacía ya muchos años que las diversas componentes políticas, aunque existían formalmente, pintaban poca cosa. Eran algo así como vestigios de las antiguas tradiciones, dado que las decisiones se tomaban sólo y sólamente en la casa sindical. Hasta tal punto era así que, al igual que antaño se enfrentaron Di Vittorio y Togliatti, Lama y Berlinguer, también Trentin tuvo sus contrastes ásperos con Achille Occhetto. En definitiva, la CGIL era un sujeto social plenamente soberano. Pero comoquiera que seguían existiendo las componentes, nuestro hombre propone (y consigue) la desaparición de la corriente comunista en el interior del sindicato, dejando en evidencia a los responsables de las otras componentes. La operación trentiniana fue más allá del puro formalismo de enterrar lo que había muerto muchos años atrás. Fue una inequívoca señal que indicaba un mensaje al futuro: al sindicato le legitiman los trabajadores con sus comportamientos, y no alguien que está fuera de la casa. El razonamiento venía a ser, si yo lo interpreto adecuadamente, éste: quienes se afilian a la casa sindical lo hacen en virtud de un nexo social y no a través de un vínculo político partidario; el pluralismo ya no es de naturaleza ideológica sino social y cultural. Ni que decir tiene que este planteamiento se venía proponiendo desde hacía algunas décadas, pero la existencia de las componentes lo oscurecía formalmente. Así pues, dicho y hecho: nadie lloró en dicho entierro y la casa se quitó un (veterano) muerto de encima.
En 1994 Bruno Trentin deja la más alta responsabilidad en la CGIL y da paso a Sergio Cofferati. Nuestro hombre, posteriormente, aceptará el encargo de formar parte de la lista de sus amigos, conocidos y saludados para las elecciones europeas.


Segundo

Yo diría que el lector tiene ya un aproximado conocimiento de algunas vicisitudes de la vida de Bruno Trentin. Creo, por tanto, que convendría darle ahora el acompañamiento --por supuesto, con trazos de brocha gorda-- de los elementos teóricos que nuestro autor ha propuesto a lo largo de una fecunda elaboración, expuesta en artículos periodísticos, revistas especializadas, libros y actos de la más variada significación, incluyendo su actividad académica. Esta antología intenta ser representativa del discurso trentiniano. Nuestro hombre se lo merece y también los lectores.
En todo caso, me parece necesario hacer un brevísimo bosquejo de la personalidad intelectual de Bruno Trentin. La primera característica es, sin lugar a dudas, su fortísima independencia intelectual. Hasta tal punto es así que nunca fue considerado por los conocidos y saludados de la (itinerante) familia política en la que está afiliado desde hace cincuenta y cinco años como uno de los suyos o plenamente de los suyos. Salvando todas las distancias que se quiera, recuerda en parte la independencia de pensamiento de Karl Polanyi que nunca se casó ni con los romanos ni con los cartagineses. No se trata, en ambos casos, de una cómoda estética equidistante; es, tal vez, el rechazo de todo tipo de maniqueísmo. Esta forma de ser de ambos resulta más complicada en el caso de nuestro autor porque ha sido siempre un hombre (en plural) de organización. Mientras que Polanyi iba totalmente por libre. La segunda consideración es que, en el caso de nuestro autor, esa independencia de criterios ha sido extremadamente útil al movimiento organizado de los trabajadores. La razón, a mi parecer, es bien sencilla: la línea conductora “reflexiono sobre lo que veo”, “propongo”, “decido con los demás” y posteriormente “verifico los resultados” es (dicho gramscianamente) la praxis de Trentin. De manera que el itinerario de la reflexión-propuesta-decisión-verificación es quien construye la línea de conducta de Bruno Trentin. Y digo que es útil porque todo el recorrido no viene prejuiciado por ningún tipo de consciente apriorismo. No sabría decirlo con precisión, pero intuyo que esa actitud es la que lleva a nuestro autor a insistir con mucha cabezonería en la necesidad de los vínculos y compatibilidades de todo el cuaderno reivindicativo que el sindicalismo pone encima de la mesa a la hora de negociar con su contraparte. Este es un elemento que descuidamos los sindicalistas de mi generación, y es posible que lo hayamos dejado en nuestro abstracto testamento a las nuevas generaciones.
Cuando yo no tenía otra cosa que hacer me ponía a considerar en qué “escuela” de pensamiento podía estar encuadrado Trentin. Confieso que sigo sin saberlo. De manera que, posiblemente, mi pasatiempo sea una forma simpática de pasar el rato. En todo caso, a un marxista ortodoxo le sorprenderá sus amables referencias a figuras como, por ejemplo, Rosa Luxemburgo o Karl Korsch, de los que también toma sus distancias. Por otra parte, los amigos incondicionales de Gramsci puede que encuentren piedra de escándalo que Trentin se distancie del autor de los “Cuadernos de la Cárcel” en torno al americanismo y el taylorismo. Y es que Bruno ofrece las suficientes pistas para pensar que es ante todo un libertario. Lo que ocurre es que esta palabra tiene, en Catalunya y España, unas connotaciones (lo suficientemente conocidas entre nosotros) que podría despistar, si lo mantenemos así, a más de uno. Naturalmente, entiendo por libertario lo definido en su sentido primigenio: la libertad ante todo. Léase, para mayor abundamiento, su ensayo La libertad como apuesta del conflicto social. Así pues, y yendo por lo derecho: Trentin no es encuadrable, al menos en las convenciones académicas al uso. Pero sí diré que es una “esponja”, capaz de absorber las mejoras prácticas y experiencias de todo lo que se ha movido desde la izquierda y el progreso: Marx y los woblies, en los lejanos antaños; los padres fundadores del sindicalismo italiano y Antonio Gramsci; Di Vittorio y Foa; las corrientes de la izquierda minoritaria que “no ha vencido” y los movimientos de trabajadores de ayer y hoy. Atención: cuando hablo del Trentin-esponja no se me pasa por la cabeza que huela a sincretismo ni a mezcla irregular de contenidos. No, la cosa es formalmente más sencilla: la savia capacidad de incorporar aquellas zonas de razón práctica de todo lo que cuenta con un punto de vista fundamentado de cara a la humanización del trabajo, la autonomía de la persona y el universo de los derechos.
Debo aclarar a un hipotético despistado que Trentin es, ante todo y sobre todo, un sindicalista. Es decir, una persona que elabora unas demandas concretas; que se sienta a negociar con la contraparte; que firma unos determinados acuerdos; que organiza y convoca el conflicto social cuando entiende que se han cerrado las puertas a cal y canto, pero que, simultáneamente, es el hombre de las mediaciones. Lo que excluye, por supuesto, la introversión intelectual. Por ejemplo, en algunos de los trabajos que publicamos en este libro, nuestro autor explica que se reúne con los chicos y las chicas para conocer de primera mano los problemas de los pizzeros, los pinchadiscos de las discotecas, los chavales que trabajan en los mcdonalds, los que diseñan los planes informáticos, los estudiantes de los institutos… Es decir, toda la variedad juvenil del Arca de Noé, que están encantados de la vida de encontrarse con uno que les habla sin concesiones ni paternalismos; con alguien que no les explica las batallitas del abuelo Cebolleta de los viejos tiempos. De ese mantillo saca Bruno Trentin sus reflexiones y propuestas. O sea, tres cuartos de lo mismo de cuando, siendo el máximo dirigente de los metalúrgicos, preparaba el convenio colectivo en reuniones y asambleas de trabajadores. De donde podemos presumir que las plataformas contractuales, desde el inicio hasta el final, no eran el resultado de un encuentro entre notables, pongamos por ejemplo entre Pedro y Pablo. La materia a negociar quería ser el resultado de la discusión informada y de un debate que proponía las prioridades y los vínculos entre unas y otras materias. Lo que viene a explicar, en mi opinión, que una cosa es un sindicato de los trabajadores y otra cosa es un sindicato para los trabajadores. O, dicho de un modo menos directo: no es lo mismo un sujeto legitimado por las personas que quien se auto legitima así mismo.
Por último, en estos aspectos, importa añadir que Trentin ha sido siempre un sindicalista que ha hablado con enorme claridad y sin concesiones a la galería, papanatas incluidos. Junto a Luciano Lama salió a la escena, ya en los primeros momentos, atacando con dureza lo que se llamo el terrorismo rojo: el de las Brigadas Rojas y otros grupos. Uno y otro afirmaron que no eran compagni che sbagliano (compañeros equivocados) sino terroristas puros y duros: enemigos declarados de la democracia y las libertades. Lo dijeron mucho antes que tales asesinos mataran a Guido Rossi en Génova o le hicieran la vida imposible a mi amigo Claudio Sabattini, destrozándole la cara y las manos en varias ocasiones.
En otro orden de cosas, nuestro hombre no dio cuartelillo a las expresiones corporativas de algunos sectores asalariados. De ahí su insistencia en el sindicato general, esto es, el sujeto que asume las más variadas demandas y deseos, incluso personales, de los trabajadores. Una expresión clara, como quien da a entender (esta es mi particular interpretación) que, en cierta medida, los descuidos del sindicato podrían estar en la base del nacimiento y extensión de determinados corporativismos y particularismos. Y, por otra parte, atiza sonoros coscorrones a toda una serie de investigadores sociales que, como Rifkin, hicieron su agosto anunciando que había muerto el trabajo asalariado; por no hablar de la literatura apocalíptica à la Forrestier, que tuvo un cierto predicamento en determinados grupos.
Hasta aquí los trazos de brocha gorda sobre la personalidad intelectual de nuestro autor. De modo que ya va siendo hora de entrar en las ideas fuerza que Trentin ha ido condensando a lo largo de toda su vida militante. Creo que esta antología ofrece elementos más que suficientes para que el sosegado lector sepa a qué atenerse. De todas formas, para mi paladar, la obra más acabada es La città del lavoro (Feltrinelli, 1997). Me permito un guiño para quienes siguen en la cofradía de poner etiquetas y desparpajadamente consideran a Trentin como un reformista, en su chocarrera acepción antigua, esto es, como sinónimo de social traidor o cercano al colaboracionismo. Ese viejo león de la izquierda que es Pietro Ingrao, tras leer este libro, afirmó que debería estar en la cabecera de toda la izquierda: la social y la política. Y, como es sabido, el maestro Ingrao ni tuvo ayer ni tiene hogaño pelos en la lengua. Más todavía, el viejo león lo dijo cuando sus relaciones políticas con Trentin ya no se caracterizaban por los acuerdos de otros tiempos. Ahora bien, mientras esperamos que alguna editorial, o alguien con posibles, edite La città del lavoro (atendiendo las sugerencias indirectas del profesor Antonio Baylos, que siempre lo tiene presente en su aparato de citas), sí estamos en condiciones de recordar que, con esta antología, el lector tendrá una idea cabal del corpus teórico de Bruno Trentin. Mientras tanto, es posible que Antonio Baylos y un servidor nos convirtamos en una orden mendicante buscando desesperadamente quien pueda editar el libro del maestro. Estando, pues, a la espera de tamaña epifanía, los rasgos más fuertes del pensamiento de Trentin son los que vienen a continuación.

1.-- El movimiento obrero tradicional (sindicatos y partidos) ha sido cooptado culturalmente por el sistema de organización del trabajo del fordismo-taylorismo, a lo largo de todo el siglo pasado. Es decir, ha sido un sujeto, en los terrenos políticos y sociales, subalterno de un sistema que, desarrollándose en el centro de trabajo, atravesaba la vida social y cultural urbana. Ahora bien, si bien la potente y vertiginosa innovación tecnológica ha enviado al otro mundo el fordismo (que está definitivamente en crisis), el taylorismo sigue vivo y coleando, lógicamente con otro pelaje y colorido. De manera que, por decirlo en palabras llanas, la más famosa “pareja de hecho” del siglo XX (el taylorismo y el fordismo) se ha roto. Sin embargo, los rasgos fundamentales del taylorismo --la rígida división técnica de las tareas y de las funciones, construidas con una extremada parcelación y la no menos rígida división jerárquica del trabajo con el secuestro de saberes y autonomía que hace, abrupta o sutilmente el vértice del management-- están ya en crisis tras los últimos coletazos de la producción en masa y estandarizada. Así pues, los nuevos imperativos (la cualidad del producto y la cualidad del trabajo) exigen un nuevo modo de trabajar, esto es “un trabajo dotado de capacidad polivalente, capaz de expresarse libremente y enriquecer el concreto “saber hacer”, si es que se quiere adaptar a los cambios y a la necesidad de saber “resolver los problemas”. Todo ello, afirma Trentin, se confronta con el dogma taylorista, todavía mayoritario en el management.
Pero, tras la desaparición gradual del fordismo y las potentes inercias del taylorismo se abren algunas interrogantes. Por ejemplo, si se comparte dicha tesis, es lógico que nos preguntemos: ¿las prácticas contractuales, en sus diversos escenarios, entre los agentes sociales y los operadores económicos, responden a esa consideración? ¿es aventurado afirmar que los contenidos negociales son todavía, por lo general y salvadas algunas excepciones, de naturaleza fordista? Más madera: si el taylorismo sigue vivo y coleando, aunque no con los tonos hoscos de ayer ¿podemos entender que es un sistema que se da por sentado por los siglos de los siglos? En caso contrario, ¿es posible --y de qué manera-- superar definitivamente el taylorismo? Y, hablando sin pelos en la lengua: ¿es posible tirar ya a la papelera el historicismo del siglo XX, que ha impregnado la gran mayoría del movimiento de los trabajadores, que consideraba dicho sistema de organización del trabajo como santo, santo, santo?
Desde luego, no se trata de planteamientos academicistas sino de saber en qué etapa se encuentran los cambios tecnológicos, los sistemas organizacionales, las transformaciones en la condición asalariada y, por consiguiente, qué contenidos deben tener, estando así las cosas, los procesos contractuales. En otras palabras, si todo ha cambiado, las demandas no pueden tener (si es que esto es así) una naturaleza fordista. Desde luego, pasar a un nuevo paradigma contractual es un reto inaplazable para todos los que intervienen en los lados diversos de la mesa de negociaciones. Todo un reto, ciertamente. Pero que también afecta al mismísimo corazón del Derecho laboral que, según el maestro Umberto Romagnoli está, por razones diferentes, “en el congelador”: una reflexión que desafía a los operadores jurídicos y particularmente al iuslaboralismo.
Ocurre, no obstante, que no es concebible una renovación del iuslaboralismo si la negociación colectiva (no se olvide que es “fuente de Derecho”) no alimenta a aquel de manera conveniente. De modo que si se desea descongelar el iuslaboralismo, no hay más cera que la de la profunda reforma de los contenidos de la negociación colectiva. Sobre ello no tardaremos en hablar.

2.-- Afirma nuestro autor: tal como están nuestros tiempos es urgente proponer que el contrato de trabajo tenga otro carácter. Aclaremos la terminología, Trentin no está hablando de crear otro tipo de contrato, sino darle al contrato de trabajo otra naturaleza. El razonamiento es de largo respiro: las grandes transformaciones que están en curso, cada vez más vastas y vertiginosas, requieren que el viejo instituto del contrato de trabajo ofrezca, como mínimo, las mismas garantías que tuvo el de antaño, todavía vigente. Porque no es simétrico que si todo ha mudado, el contrato de trabajo siga exactamente igual que en los tiempos del ya fenecido fordismo. Dejaré las cosas aquí, porque pienso que el lector debería acudir para una mejor precisión a la lección magistral que nuestro autor pronunció en la Universidad de Venecia (Ca’ Foscari) con motivo de su nombramiento como Doctor Honoris Causa.
Tengo para mí que esta propuesta (el nuevo carácter del contrato de trabajo) podría ser la madre del cordero cuando se habla de reformas estructurales, dos palabras que se están convirtiendo ya en palabrejas de tan sobadas como están y tan ausentes de contenido real.

3.-- Sin lugar a dudas, la negociación colectiva es la actividad fundamental del sindicalismo confederal. Nuestro autor (de manera insistente) propone que el aspecto central de dicho instituto sea la formación a lo largo de la vida laboral de cada persona. De un lado, se trata de hacer frente a los gigantescos procesos de innovación tecnológica; de otra parte, pone especial énfasis en que se aborden los grandes temas de la flexibilidad, que ya no es un acontecimiento puntual sino “fisiológico”. Trentin argumenta tesoneramente que hay que negociar la flexibilidad para que ésta no se convierta en una patología sino en una fuente que ofrezca oportunidades de autonomía y promoción. De ahí la importancia que concede a la formación no sólo como puntal ineludible de la negociación colectiva sino de todas las políticas de welfare state.
Las reflexiones trentinianas sobre la flexibilidad son especialmente tan necesarias como oportunas, toda vez que mayoritariamente el sindicalismo europeo todavía no acaba de coger ese toro por los cuernos. De ahí que tal debilidad sea aprovechada por las (diversas) contrapartes de una manera unilateral. Así las cosas, un servidor piensa que no es aventurado decir que allí donde se produce un mayor descuido en relación a este asunto (la flexibilidad) el sindicalismo confederal pierde poder de negociación y está en peores condiciones para abordar la formación “a lo largo de todo el arco de la vida laboral”.

4.-- Vale la pena prestar la mayor atención en todo el razonamiento de nuestro hombre a la gran cuestión de los tiempos de trabajo. También en este tema Trentin polemiza sin ningún tipo de concesiones a la galería, sobre todo contra quienes han convertido la semana de 35 horas en pura mitomanía.
Ni que decir tiene que Bruno Trentin es partidario de la reducción de lo que, en la jerga más común, se llama la jornada laboral. Sin embargo, la concepción del autor es más amplia y supone una discontinuidad conceptual: se trata del tiempo de trabajo. Que no es exactamente lo mismo que la tradicional formulación de la jornada laboral. Una aportación (que viene haciendo desde hace ya muchos años) que está estrechamente vinculada al conjunto de las variables de los sistemas de organización del trabajo y a los tiempos de vida o existenciales, esto es, de no-trabajo. Como se ha dicho, nuestro autor es partidario de la reducción de los tiempos de trabajo, pero insiste que es más fundamental el control del tiempo por parte de los trabajadores.
La cosa, en efecto, es de la mayor importancia, máxime en estas épocas de llamativos y poderosos ataques a la reducción de los tiempos de trabajo en cuantiosas empresas alemanas y francesas. Unas amenazas que han cogido al sindicalismo de improviso y que, de momento, se están saldando con notables derrotas del movimiento de los trabajadores. No sólo porque no se avanza sino porque, incluso, se están dando importantes retrocesos; la amenaza es clara: o se aumenta el tiempo de trabajo o deslocalizamos la empresa (o parte de la misma) a otras latitudes. Importante, además, porque nunca como ahora ha habido tanta saturación de trabajo por hora realizada merced a la versatilidad y eficiencia de las nuevas tecnologías. Como alguien acostumbra a decir, el tiempo en el centro de trabajo ya no tiene las porosidades de antaño.
Hablando en plata: el movimiento sindical, a mi juicio, tiene un enorme retraso (otra herencia inconveniente que dejamos los sindicalistas de mi generación) con relación a este tema. De un lado, la literatura contractual sigue formulando unos tiempos de trabajo como si todavía se estuviera en pleno paradigma fordista; de otra parte, sigue invariable en lo esencial frente a la emergencia de las nuevas subjetividades (especialmente, las mujeres y los jóvenes) que tienen una concepción diferente de los tiempos de trabajo. Uno de los más prestigiosos sindicalistas europeos (el español Isidor Boix) llamó la atención hace ciertos años al respecto con motivo de la negociación del convenio colectivo de la empresa Michelin, de Vitoria. Nunca se cansa de explicar que, en los debates previos de aquella negociación, era bien visible que hablaban sobre este tema de manera diversa los trabajadores veteranos y los jóvenes veinteañeros.
Pero también el sindicalismo tiene una asignatura pendiente en este asunto. Trentin, por ejemplo, refiere que siempre hubo un vínculo (más o menos aproximado) entre la exigencia de reducir la jornada laboral y algo: algo que iba cambiando con el paso de los años. En el caso de nuestro país, la cosa es también muy clara: primero estuvo relacionada frente a las larguísimas jornadas laborales; más tarde, los viejos anarcosindicalistas barceloneses de la segunda década del siglo pasado libraron la conocida movilización de los Tres Ochos (ocho horas de trabajo, ocho de tiempo libre y ocho de descanso) que, con sus limitaciones, parecía indicar una primera aproximación entre tiempos de trabajo y tiempos de vida; para, mucho más adelante, buscar intuitivamente lo que se nos antojaba una ecuación virtuosa, el vínculo entre trabajar menos horas para que trabajen más personas, que los cambios tecnológicos pusieron en radical entredicho.
El caso es que --ésta es una suposición personal-- hoy nos encontramos sin saber qué vínculo se propone entre la reducción del tiempo de trabajo y algo: se trata de una limitación que pesa como una losa de mármol sobre las exigencias sindicales. Mientras tanto, las demandas sindicales siguen, por lo general, o ralentizadas o sin proponer las compatibilidades entre tiempo de trabajo y conjunto de las variables de los sistemas de organización del trabajo, o una conducta que sea capaz de aprehender de qué manera quieren vivir los tiempos las diversas tipologías del trabajo asalariado.

5.-- Con los datos que tengo en la mano, puedo decir que Bruno Trentin es el sindicalista que más ha escrito sobre el Estado de bienestar. Y algo más, en todos y cada uno de sus trabajos siempre habrá una referencia pormenorizada a los problemas de (en su sintaxis) el welfare state. Es decir, toda la construcción trentiniana (aunque verse sobre temas monotemáticos, por ejemplo, los contenidos de la negociación colectiva) tiene como telón de fondo el welfare state. De ahí que, también, la obsesionante propuesta de la formación “a lo largo de toda la vida laboral” sea una estrofa recurrente. La razón no es otra que la redefinición de un moderno sistema de protecciones a la luz de lo que es la constante de nuestro autor: estamos en un nuevo paradigma, el gigantesco proceso de mutaciones de las innovaciones tecnológicas que han enviado al otro mundo el fordismo y puesto en crisis el taylorismo.
Y comoquiera que la famosa “pareja de hecho” ya no es lo que era, su notario (el welfare state) está sumamente envejecido y ya no ofrece las tutelas de antaño. El lector hará bien en acudir directamente a la literatura de nuestro autor. Pero sí quiero traer a colación otra “anomalía” de nuestro hombre. Por lo general, los sindicalistas europeos han sido (y todavía mantienen esas composturas) un tanto jacobinos, dicho sea en su versión centralista y centralizante. Es algo así como un código genético que sigue impregnando una buena dosis de las prácticas del Gotha sindical de todas las habitaciones de la casa sindical europea. Trentin se escapa de esa tradición, así en los aspectos de la negociación colectiva como en los planteamientos del Estado de bienestar. Lo que para los sujetos sociales y las organizaciones empresariales catalanas es un soporte en toda la regla.
Nuestro autor nos habla principalmente de un welfare descentralizado, donde las “regiones europeas” y las administraciones locales tengan una parte importante de competencias con sus respectivas dotaciones financieras para llevarlas a la práctica. Hasta donde yo conozco, sólo el sindicalismo confederal catalán ha hecho propuestas similares; y, en el terreno político, quien más se ha aproximado a ello ha sido Raimon Obiols, especialmente en un libro (poco citado por sus parciales) como es Los futuros imperfectos (1987).
Y, como no hay dos sin tres, vale la pena resaltar que el “anómalo” Trentin no se anda con miramientos a la hora de proponer lo que nadie del mundillo sindical europeo ha planteado hasta la presente y que tiene todos los componentes de una sonora provocación, lo que nuestro autor llama favorecer el envejecimiento activo con carácter voluntario, por supuesto. Para los polemistas que sacan las cosas de su contexto debe repetirse que se trata, en efecto, con carácter voluntario. La polémica tesis que se plantea es: en determinados sectores se puede seguir trabajando más allá de la edad, considerada legalmente de jubilación. Y dejemos las cosas así con el ánimo de que el lector acuda a la fuente más autorizada que es el autor.

6.-- El sindicalismo debe organizar nuevas formas de representación, subraya “parenéticamente” nuestro autor. De un lado, las grandes convulsiones tecnológicas y de los sistemas de organización del trabajo y, de otra parte, las nuevas expresiones emergentes del trabajo fuerzan al sujeto social a una autorreforma organizativa que tenga la mayor simetría con el “trabajo que cambia”. Esto es, si la morfología del centro de trabajo es ahora irreconocible para quien no se haya dado una vuelta por ahí en unos cuantos años, es necesario y urgente acomodar las expresiones del movimiento organizado de los trabajadores a tanto ajetreo; si vivimos en un universo caracterizado por la aparición de múltiples desagregaciones laborales y de tan diversas tipologías asalariadas nuevas, no es posible que se siga manteniendo una forma-sindicato, más o menos igual a la que tenía cuando las nieves de antaño.
Trentin sabe no poco de estas cuestiones. Quien estuvo en primera línea (ya lo hemos indicado más arriba) en la auto reforma organizativa del sindicalismo italiano, a principios de los setenta, con la experiencia de los consigli di fabbrica, dispone de la suficiente autoridad para insistir en el tema. Fue aquella una experiencia (no sólo organizativa, evidentemente) que empezó en la organización sindical de los metalúrgicos. En mi opinión cubrió, como mínimo, los siguientes objetivos: 1) acomodó la organización a los cambios en la fábrica, 2) dio una gran amplitud y densidad a la representatividad de la representación en el centro de trabajo, 3) creó una fuente añadida de independencia y autonomía al sindicalismo, 4) democratizó las formas de la representación y 5) fortaleció los vínculos unitarios del movimiento y del propio sindicalismo.
Pues bien, la pregunta es: ¿tras tanto cambio de los últimos tiempos, hay que seguir insistiendo en el mantenimiento de la actual forma-sindicato? El maestro Trentin insiste en la necesidad de la auto reforma. Y lo hace con tanto coraje como en su día lo hiciera nuestro Joan Peiró a pesar de las caras de pomes agres de no pocos de sus compañeros de la legendaria CNT en su famoso Congreso de Sants. En efecto, Peiró tuvo que sudar la gota gorda para que sus compañeros admitieran este razonamiento: ¿qué sentido tiene mantener los sindicatos de oficio cuando la organización del trabajo ha cambiado?, y ¿qué utilidad nos puede deparar si hasta los empresarios se organizan en federaciones de toda la industria de sector? Y sin embargo, lo que al maestro vidriero le parecía de cajón, se retorcía en discusiones inacabables que, en el fondo, manifestaban perezas intelectuales o viejos intereses “de cuerpo”. Finalmente, Peiró acabó saliéndose con la suya.

7.-- La autorregulación de la huelga sale con toda su fuerza en los dos apasionados coloquios con los estudiantes que publicamos en este libro. Al lector poco avisado hay que aclararle que esta autorregulación no significa abandonar el derecho al ejercicio de la huelga; se trata de ver la manera de cómo realizarla en determinadas circunstancias. Esta es una tesis y, sobre todo, una generalizada praxis del sindicalismo confederal italiano que tiene su aplicación especialmente en los servicios públicos de la comunidad. En la elaboración italiana de los diversos modelos autorreguladores del conflicto social han participado conjuntamente sindicalistas y iuslaboralistas mediante una colaboración que no tiene paralelismos con otros países europeos. Eminentes juristas como Umberto Romagnoli y Gino Ghezzi, entre otros, han trabajado codo con codo con lo más granado de las direcciones sindicales, dejando una dogmática jurídica y una serie de propuestas que son, en nuestro caso, suficientemente conocidas por los estudios que han hecho los profesores Rodríguez-Piñero y Baylos Grau, y en el caso catalán por Miquel Falguera y Eduardo Rojo, entre los más perseverantes.
¿De qué se está hablando? Chispa más o menos, de lo siguiente: quien convoca el conflicto, lo gestiona. Ahora bien, no es lo mismo el ejercicio de la huelga en una empresa, digamos, metalúrgica que en una que ofrezca servicios públicos. Esta es la razón: en el primer caso, existen dos sectores en confrontación, los asalariados y la contraparte; en el segundo escenario están los asalariados, la empresa de servicios públicos y los usuarios. En ningún caso se debe renunciar al ejercicio (constitucional) de la huelga. Pero los códigos de conducta de cómo convocar la huelga y de qué manera llevarla a cabo deben ser diferentes. Primero, por el carácter público de la empresa; segundo, porque no se puede dejar tirados en la cuneta a los usuarios; tercero, porque si no se tiene en cuenta ese universo de los usuarios o, peor aún, si se les convierte en una especie de rehenes, se produce una enorme bolsa de hostilidad contra las demandas del movimiento de los trabajadores y contra el mismo sindicato. Por ejemplo, ¿es de sentido común realizar la huelga de transportes cuando centenares de miles de trabajadores se disponen a irse de unas (bien merecidas) vacaciones haciéndoles algo más que la pascua? o ¿es solidario encadenar indiscriminadamente una huelga en la Sanidad? Bruno Trentin responde enérgicamente que la comunidad debe tomar cartas en el asunto cuando se producen esas situaciones, aunque no va más allá de dicha advertencia.
También en el caso de la autorregulación de la huelga, el sindicalismo catalán ha sido el más avanzando en nuestro país. No obstante, tengo la impresión que éste es un guadiana que se mete en tierra y reaparece de vez en cuando sin acabar de perfilar una conducta práctica. Y, en este caso, más vale decir las cosas por su nombre: si no existe una autorregulación de la huelga en Catalunya, las responsabilidades no están en el sindicalismo.
Lo cierto es que quienes se pasan más de media vida exigiendo que el sindicalismo se modernice, se tambalean cuando éste propone algo profundamente renovador. Digamos que la exigencia de modernización es más bien “de boquilla”, de cara a la galería. En el fondo se prefiere un sindicato desfasado porque, de esa manera, se reduce su representatividad y su poder de negociación. Porque, fracasados los intentos (aunque nunca de manera definitiva) de domesticar al sujeto social, es más conveniente que se quede con unos conocimientos, limitados a la regla de tres compuesta. Ir más allá de tan venerable algoritmo produce escalofríos. Voy a lo siguiente: se remolonea ante la propuesta de autorregulación de la huelga porque ello daría un gran protagonismo al sujeto social, una capacidad de establecer amplias alianzas y, sobre todo, una superior legitimidad de las demandas sindicales en su relación con las formas de movilización. Por eso, pienso que es imprescindible que el guadiana vuelva a salir a la superficie, también con el ánimo de poner en un brete a quienes remolonean más de lo conveniente, al tiempo que plantean la vacuidad de unas reformas estructurales que recuerdan el dicho portugués: muita parra e pouca uva.

8.-- El tema de los saberes y conocimientos atraviesa toda la literatura trentiniana. Su ambiente familiar (su padre, Silvio, catedrático; su hermana, Franca, profesora) tuvo que influir enormemente en el carácter de Bruno y en la importancia que siempre ha dado a la cultura. Digamos que este es un aspecto que conecta con las mejores tradiciones del sindicalismo catalán con su potente tejido de bibliotecas y ateneos, por ejemplo.
Es de notar que donde nuestro autor pone el acento con mayor energía es en la necesidad de romper la tendencia a la separación que puede provocar los nuevos aparatos tecnológicos, de ahí su insistencia en romper la brecha digital. Y no seguimos insistiendo en este aspecto, toda vez que hemos hablado largo y tendido de su recurrente discurso sobre la formación a lo largo de todo el arco de la vida laboral. No obstante, es preciso llamar la atención que Trentin coloca el acceso a los saberes y conocimientos en lugar destacado del elenco de nuevos derechos de ciudadanía, dentro y fuera de los centros de trabajo. De manera que no sería inadecuado, en mi opinión, que el sindicalismo estableciera las bases para conseguir lo que podríamos denominar el Estatuto de los saberes con el objetivo siguiente: más saberes y más conocimientos para todos.


Tercero

Esta es la primera vez que Bruno Trentin se traduce al catalán. Esta versión es obra de la joven Albertina Rodríguez Martorell que se crió, metafóricamente hablando, en un “ambiente trentiniano” en lo referente a la relación entre sindicalismo e intelectuales. La responsabilidad de la antología es de un servidor que, en todo caso, ha procurado ofrecer lo que podía ser más útil a los lectores de este libro. Se han introducido dos conferencias que nuestro hombre dio en Madrid: una, en el Euroforum, como se ha dicho anteriormente; otra, en la Escuela de Verano de la Federación metalúrgica de Comisiones Obreras; el resto son intervenciones públicas y ensayos en diferentes publicaciones: a ellas nuestro agradecimiento más cumplido. Nuestros avisados lectores, por otra parte (y mientras otros se deciden a publicar otros libros del maestro) tienen a su disposición --ciertamente, un poco complicado-- este elenco de libros de nuestro autor:

Il sindacato dei consigli (Editori Reuniti)
Lavoro e libertà (Donzelli, 1994)
Il coraggio dell’utopia: la sinistra e il sindicato dopo il taylorismo (Rizzoli, 1994)
La città del lavoro: sinistra e crisi del fordismo (Feltrinelli, 1997)
La libertà viene prima (Riuniti, 2004)

________________________________________
[1] Adolfo Pepe: Il Patto di Roma e il sindacalismo confederale (Seminario sobre el Pacto de Roma, del 8 de junio de 2004) Publicado por la Fondazione di Vittorio.
[2] Bruno Trentin, Il coraggio dell’utopia (Rizzoli, 1994)

martes, febrero 27, 2007

NUESTRO HOMBRE COMENTA UN LIBRO

Se trata de "La chiave a stella". Nada menos que de Primo Levi. Ver vídeo en:



http://www.media.rai.it/mpmedia/0,,RaiTre-Pugnodilibri%5E5316,00.html

sábado, febrero 10, 2007

ENTREVISTA RADIOFONICA A BRUNO TRENTIN SOBRE LA REVUELTA DE LOS JOVENES FRANCESES EN LAS BARRIADAS

ESTE ES UN TESTIMONIO CON LA VOZ DE BRUNO TRENTIN, ENTREVISTADO POR RADIO POPOLARE. El ciber radioyente debe clicar y, una vez entrado, pulsar donde indica "Audio".

http://www.radiopopolare.it/trasmissioni/onda-anomala/le-voci-dellonda/bruno-trentin/

Realización técnica a cargo de Asociación de Electricistas Trentinianos de Santa Fe

jueves, febrero 01, 2007

SINDICATO Y SOCIEDAD

Bruno Trentin

(Traducción y Notas: JLLB)


Primero: La prueba de los hechos

Al margen del protocolo, me parece que esta iniciativa es de la mayor importancia por las propuestas que anuncia y, también, por el tipo de debate que pone en movimiento. Por supuesto, la temática ha sido ya afrontada por Antonio Lettieri en el informe introductivo de manera coherente, especialmente con la decisión de disolver la “tercera componente”[1]. De esa manera se indica la voluntad de participar, en el sindicato, con la fuerza de las ideas personales de cada cual, sin el paraguas de las corrientes o componentes. Esta es una forma nueva de barajar las cartas que tanto necesitábamos. Es decir, participando en un sindicato que, con nuevos objetivos y con su programa --y también con su deontología, como decía del Turco-- proclama correctísimamente que los hechos tengan más valor que las palabras. Con este propósito, vale la pena recordar las razones que nos han llevado a disolver, dentro del sindicato, nuestra “componente”, la del partido comunista italiano: ha sido, sobre todo, la exigencia vital de estar en condiciones de repensar una serie de ideas sin esquemas reduccionistas o constrictivos de cualquier naturaleza; una serie de ideas, digo, bajo el impulso de las gigantescas transformaciones que se están operando en estos últimos diez años en Italia y en el mundo. Esto ha sido lo fundamental y no el cambio de la sigla de tal o cual partido político. Se trata, ciertamente, de las grandes transformaciones que a todos nosotros nos han llamado la atención, tanto en nuestros programas como en las interpretaciones de la realidad.
Pienso que todos nosotros, de alguna manera, tenemos la necesidad de volver a poner a prueba nuestra capacidad de mirar a la sociedad, a las culturas que van madurando y a las nuevas demandas. con la idea de construir mayorías y minorías dentro del sindicato: pero ahora en función de los objetivos y no a través de prejuicios ideológicos o procesos de intenciones.
Me parece que la orientación que se ha planteado en el informe inicial ha sido muy estimulante, en el sentido de que se presta a toda una serie de observaciones, aunque sean a contraluz; o se podrían prestar a ello, ya que estamos en el inicio de un debate. Ahora bien, para un servidor, es difícil decir que “estoy totalmente de acuerdo” cuando caigo en la cuenta de que, junto a importantes elementos que comparto, se me suscitan dudas y perplejidades que, probablemente, podremos superarlas andando el tiempo.
Es cierto, estamos de acuerdo en importantes cuestiones. Por ejemplo, en la necesidad de reorientar la negociación colectiva para intervenir en nuevas cuestiones; y también estamos de acuerdo en que Europa sea la nueva dimensión para que la negociación colectiva pueda llevarse a cabo, a menos que queramos sufrir un proceso de balcanización.

Segundo: Más allá de las viejas políticas de rentas

Pero, incluso asumiendo estas dos reflexiones (la reorientación de la negociación colectiva y la nueva dimensión europea), desterrando viejos esquemas y viejas lecturas, no debemos perder de vista el dato de que no podemos volver a caer en el error de las viejas políticas de rentas cuando intervengamos en la negociación colectiva de sector y, sobre todo, en la empresa y en el territorio. Esto es, reduciendo la función del sindicato a ser sólamente una institución salarial, que considera el salario como el mínimo común denominador de nuestro poder contractual y de su negociación colectiva. Lo que comporta, en definitiva, aceptar el salario como moneda de cambio para medir la negociación que, sin embargo, debe asume otros campos, otros temas y elementos de otra naturaleza y alcance.
Una cosa es el salario mínimo contractual; otra cosa es el salario vinculado a la profesionalidad; y otra cosa es el salario ligado a la movilidad en el interior de un centro de trabajo o una empresa. Pero, de igual manera, otra cosa es el salario, relacionado con la reducción del horario de trabajo; y también es diferente su coste a palo seco: el que prescinde de las reducciones salariales, del descenso del horario de trabajo, de la puesta en marcha sistemas de organización de la producción que tienen (como es sabido) aspectos positivos o negativos en el plano social y en los costes. Aunque no siempre coincidan con la contabilidad que se hace sobre la unidad coste de trabajo-productividad. Esto sitúa el gravísimo problema de cómo salvaguardar un espacio de negociación colectiva en expansión, que ya no puede limitarse pura y simplemente a la variable del salario.
Yo no creo en la negociación centralizada (ni menos todavía con carácter anual) de las dinámicas salariales. No creo porque, en mi opinión, tales negociaciones son, en primer lugar, ineficaces. No las ha habido en ningún país del mundo --ni incluso en la Unión Soviética de los peores tiempos-- para corregir los efectos del mercado y del mercado de trabajo. Y, en todo caso, el límite fuerte de este tipo de política de rentas está en que no interviene en absoluto sobre el horario, ni en las condiciones de trabajo, ni en la salud y seguridad. Porque, naturalmente, estas cosas cuestan dinero a las empresas: también una nueva organización del trabajo, más humana, tiene un coste de mantenimiento que es relevante y que, en cierta medida, está socializado, mediante la negociación colectiva o la intervención pública.
Claro ¿cómo hacer que la gestión de determinadas variables --ciertamente, se trata de todo un problema-- no signifique la reducción, el empobrecimiento cualitativo y cuantitativo de la negociación colectiva? ¿Cómo impediremos que un acuerdo o una política fiscal de las rentas --que yo planteo-- no libere a nuestras contrapartes del deber de negociar con el sindicato en unos temas que no son solamente el salario?[2].

Tercero: La negociación europea

Este es un punto esencial de nuestra reflexión, especialmente si queremos valorar los espacios que se refieren a los diversos ámbitos de la negociación.
Muchas de las cuestiones que se han planteado en el informe inicial son del todo válidas en su fondo. Pero observo una primera dificultad-contradicción con el esquema general cuando se habla, correctamente, de poner las bases de una negociación colectiva de ámbito europeo. Esta operación comporta una primera autorreforma extremadamente dolorosa, esto es, la explicitación de qué poderes contractuales pueden transferir, a medio plazo, las organizaciones sindicales nacionales al sindicato europeo. En la Europa de hoy esto es imaginable sólo en el ámbito de sector[3], no en los ramos tradicionales.
Es muy difícil de conseguir un acuerdo de ramo. Tendremos que vencer enormes resistencias psicológicas, políticas y culturales, también aquí en Italia; y quizás en otros sindicatos de Europa. Pero podrá ser, siempre en el caso de un sector como el automóvil, la siderurgia o la química de base.
Se ha planteado el problema del peso que tendrán mañana, en un sistema de negociación colectiva, no los ramos sino los sectores, en tanto que sedes de articulación de algunas cuestiones de los trabajadores subordinados. Así pues, se propone una unificación del mercado de trabajo entre público y privado. Sin embargo, existen todavía disparidades muy fuertes, no sólo convencionales, entre las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores de la sanidad y los del automóvil, los ferroviarios, los químicos de base o la siderurgia. Por eso, pienso que --incluso en la negociación de sector-- debe renovarse la lógica de las normas generales; por ejemplo, los parámetros ligados a la profesionalidad que están por reconstruirse tanto en los centros de trabajo como en el territorio y su relación con el horario de trabajo. O, de igual manera, hay que recuperar todo lo referente a la formación y recualificación del trabajo o lo que incumbe a la definición de los mínimos contractuales.
En definitiva, nosotros trabajamos, en diversos niveles, en la distribución de los recursos y sobre la base de periodos de inversiones. Los tiempos de previsión de las empresas son datos que debemos tener en cuenta: me parecería ilusoria una negociación colectiva que esté al margen de estos tiempos de previsión. Por ejemplo, a otro nivel, la misma Ley de los Presupuestos Generales del Estado (que por razones obvias debe responder anualmente de modo vinculante) se basa siempre en una programación, por lo menos trienal, tanto de los gastos como de los ingresos. Pero lo que, sobre todo, me interesa ver es de qué manera, tras estos reajustes, podemos imaginar un nuevo tipo de negociación de reparto o redistribución (dejo abierto este asunto) que realice de verdad un proceso de unificación --de todo aquello que sea unificable-- en la relación de trabajo, mediante una auténtica política de igualdad.

Cuarto: Negociación general y descentralización

Algunos elementos fundamentales, ligados a la vida de las trabajadoras y trabajadores (las fiestas, la vejez, la defensa ante el coste de la vida, los procedimientos ante el despido y otros) tienen que convertirse en el objeto de una negociación colectiva que contemple un pacto entre las organizaciones de diversos sectores. No obstante, la operación quirúrgica de fondo que debemos tener presente es el papel que, en este proyecto, tiene la negociación colectiva descentralizada: esta es la línea-fuerza que puede motivar una nueva orientación de los diversos aspectos de nuestra nueva manera de negociar[4].
¡Ay de nosotros si redujéramos este problema a la relación salario-productividad! Es decir, a una cuestión de contabilidad nacional, cuando las relaciones entre la dinámica salarial y una serie de factores son innumerables: la profesionalidad y la movilidad, las condiciones de trabajo y, en algunos casos, las mismas condiciones de salud, etcétera. En suma, hay una serie de temas y cuestiones que hasta ahora hemos afrontado de manera esquizofrénica en la empresa. Cuando lo hemos conseguido, ¿cómo ha sido posible tratar de organizar el trabajo de organizar el trabajo, cuando una cuestión de fondo como la política de los horarios ha estado instalada sólo en la negociación nacional? Sin embargo, ésta ha sido incluso una de las divisiones drásticas de las tareas que han existido entre negociación nacional y negociación en la empresa. ¿Cómo ha sido posible, sino mediante martingalas como el ascenso automático de categoría, que son exactamente el equivalente de los incrementos de la prima de antigüedad? Se trata de ficciones; cuanto más tiempo estás en el oficio, eres más profesional o conforme más antiguo eres, eres más profesional: ficciones. ¿Cómo podemos discutir de las adaptaciones profesionales (los ascensos de categoría, por ejemplo) cuando tales adaptaciones están ubicadas solamente en una sede absolutamente abstracta como lo es el convenio nacional de ramo? Así las cosas, el día después de que sea establecida dicha adaptación, estará ya obsoleta en tal o cual empresa. Sobre estas materias (horarios de trabajo, adaptación profesional, la organización del trabajo y su experimentación) debemos conquistar un espacio en la negociación descentralizada, renunciado a ello en los ámbitos de los convenios nacionales.
Por otra parte, está el nudo de la relación entre salario, coste del trabajo e inflación. Nos confrontamos, en ello, con algunas cuestiones muy complejas, sobre todo si no queremos reducir la negociación colectiva a solamente el salario. Mira por donde la intervención de la fiscalidad sobre la desviación entre las rentas de los trabajadores subordinados y una dinámica inflacionaria, me parece el único instrumento apto para establecer medidas de equidad con otros receptores de rentas. Esta es la razón: porque interviniendo en la fiscalidad (o sobre las detracciones fiscales) se puede operar en lo referente a otras tipologías de trabajadores autónomos, empresarios, etcétera, que tienen su propia responsabilidad en la evolución de los precios.
Sin embargo, en lo que respecta a la escala móvil[5] (juro que nunca he dicho que no debía tocarse, aunque en este aspecto valen los hechos y su sustancia, no el nominalismo iconoclasta[6]) es una forma de salario negociado. Se le puede llamar como se quiera --en el fondo es una de las hipótesis de Lettieri, cuando habla de cláusulas de revisión o salvaguarda en los convenios—tendríamos una determinada forma de escala móvil. Podemos hablar de una indexación o de un “zócalo” general de los salarios contractuales, pero quiero subrayar que son cosas diferentes de lo que propone Antonio Lettieri, esto es, el salario garantizado, separado de la negociación colectiva.

Quinto: Los riesgos del salario mínimo garantizado

¡Atención! Este problema puede convertirse, en la historia concreta de las relaciones industriales, en el salario marginal del mercado de trabajo en Italia, y no en una garantía política que el Estado introduce para prescindir de la negociación colectiva. Y si este salario marginal tiene un mínimo de representatividad ¿quién y qué obliga a un empresario en este aspecto?[7]
Justamente, Lettieri hablaba de una adecuación periódica en las dinámicas contractuales, ¿pero quién obliga a dar más a través de la negociación del salario marginal? ¿Y quién puede impedir que la separación (que existe siempre, porque ahí está el mercado) entre este salario garantizado y el salario sea gestionado no mediante la negociación colectiva sino a través de la benevolencia del empresario, privando de esta manera a la negociación colectiva de áreas enteras del mundo del trabajo? Tened en cuenta que nosotros intervenimos en ese mundo negociando la recuperación de los salarios en dos y tres convenios. Además, debemos saber si se puede excluir que, en un proceso de estancamiento con inflación, pueda ser compatible con la estabilidad de los cambios en la Europa que tenemos delante de nosotros y en un país como el nuestro.
Yo no creo que sea del todo incompatible, y podemos esperar movimientos no pequeños en la dinámica de la inflación que coincidan con un relativo mantenimiento de la estabilidad de los cambios, impuesta por la margen estrecha del sistema monetario europeo. Por ese motivo, me pregunto si la negociación colectiva periódica y aproximada (necesariamente aproximada) al coste de la vida en su conjunto, no custodiada por un mínimo de indexación negociada, sea algo bueno para el sindicato y para el resto de las cosas que el sindicato debe gestionar. De ahí que me parezca que la solución de los químicos ha sido una respuesta de gran equilibrio e inteligencia que puede asegurar, en un sistema contractual general, la salvaguarda de un “zócalo” garantizado, ciertamente con el riesgo de la previsión y también con el coste de la previsión.
En otros términos siempre fue de esa manera. En una negociación colectiva siempre hemos asumido (por ejemplo, en un convenio que tenía una aplicación de tres años) determinadas hipótesis de crecimiento de la inflación y otros factores; sobre esta hipótesis, los agentes sociales y económicos --dialogando y confrontándose-- han acometido la tarea de hacer transparente estas previsiones. Lo que me parece, de verdad, una buena cosa.
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[1] Cuando el PCI se transforma en el PDS, Bruno Trentin plantea la disolución dentro del sindicato de la “componente comunista”. Como es sabido, en la Cgil existían tres corrientes: la comunista, la socialista y la “independiente”, que funcionaban sobre la base de, por lo general, un buen funcionamiento entre ellas. Tras la disolución de la componente comunista, los “independientes” hacen lo mismo. A partir de ahí se abre un debate en el sindicato para que, “cada cual con su cabeza”, plantee los grandes temas que afectan al movimiento sindical. Esta intervención de Trentin no se hace en una reunión formal del sindicato, sino en un seminario que tiene como objetivo reorientar la línea de la CGIL. El ponente es Antonio Lettieri. .
[2] Trentin tiene un comportamiento muy particular en este coloquio. Como quiera que él no es el introductor del informe (y también porque el debate está en sus inicios) se limita a proponer interrogantes. Se trata de una metodología “mayéutica” que Trentin utiliza en determinadas ocasiones, especialmente cuando se está en los primeros pasos de una discusión.
[3] Obsérvese la distinción entre sector y ramo. Un sector sería, por ejemplo, el automovilístico; su ramo, como es sabido, es el metalúrgico.
[4] Lo que en esta intervención de Trentin se expone de manera general (“mayéutica”, hemos dicho) irá conociendo nuevas concreciones a lo largo de los trabajos de nuestro autor en el presente libro.
[5] La escala móvil era un garantismo automático salarial de compensación entre lo pactado y la evolución al alza de los precios.
[6] Una de las consignas más seguidas fue “la escala móvil no se toca”. Es decir, que no debía desaparecer. Trentin jura que nunca lo dijo. Se trata de un coscorrón que propina a los dirigentes de su propio partido, el partido comunista italiano.
[7] Es necesario aclarar la terminología. Aquí nadie está hablando de la renta universal (basic income) tal como la entiende Phillipe van Parijs o, entre nosotros, Daniel Raventós.

miércoles, enero 31, 2007

LA FRONTERA DE LOS NUEVOS DERECHOS

Bruno Trentin


Debemos ajustar las cuentas a un debate mezquino que puede acabar oscureciendo los límites que existen entre una estrategia reformadora de la izquierda y una concepción de la política, referida a la gestión de lo existente y, en buena medida, al transformismo. Esta línea está representada por el lugar que se asigna a los derechos en un proyecto vinculante para la izquierda reformadora. Los derechos existentes y su consumada realización ¿son “el fin del camino” sin poner el problema de cómo gestionar el cambio y las transformaciones ineludibles, incidiendo en su recorrido hacia un horizonte de mayor democracia y nuevos derechos? ¿O, sin embargo, se trata de una “mística” engañosa, el signo de una cerrazón conservadora ante la “modernidad”? ¿o, sobre todo, es una parcialidad corporativa que nunca podrá constituir la identidad de la izquierda?
Creo que estas dos orientaciones están presentes, de hecho, en el debate de la izquierda, aún cuando no se proclaman como tales, y se expresan de manera torticera por la degeneración personalista del debate político. Soy de la opinión que lo segundo es más peligro que lo primero: en nombre de la “realpolitik”, corre el peligro finalmente de señalar una separación, una ruptura con una gran tradición libertaria y democrática en la que se ha reconocido fatigosamente una parte de la izquierda occidental (ex comunista, socialista y verde) volviendo de esta manera a las raíces de la socialdemocracia.
Algunos dicen que la identidad de la izquierda no puede residir en los derechos formales sino en el “cambio” real y en la modernidad. De ello se puede deducir que los derechos reivindicatos en el pasado se han convertido en símbolos de la conservación, en cataplasmas de una historia superada o en la señal de una forma corporativa de autodefensa. Para juzgar el fundamento de esta nueva (y viejísima) ideología, es necesario, ante todo, que nos aclaremos sobre la naturaleza del “cambio” o, en otra versión, del carácter de la “modernidad”.
Ahora, tras dos guerras mundiales, los totalitarismos del siglo XX y del Holocausto, se han acabado los tiempos en que la izquierda podía identificar la modernidad y el cambio con un proceso lineal hacia el progreso. La modernidad estaba y está impregnada tanto de progreso posible como de reacción y regresión. Está abierta a salidas radicalmente distintas que dependen de las luchas civiles de los hombres y mujeres de “carne y hueso” y que, todavía, no están “escritos” completamente en el gran libro de la historia. Por estos motivos, las fuerzas de la democracia siempre han querido señalar y condicionar la modernidad y su misma naturaleza con la afirmación de nuevos derechos como metas a conquistar para afrontar los desafíos del cambio. Así fue desde el “Bill of Rigths” a la Carta de Derechos fundamentales de la Unión Europea. Cieertamente, como fotografía de lo existente y sanción de los derechos adquiridos.
No podemos olvidar la gran lección de los siglos XIX y XX cuando el movimiento obrero combatió el autoritarismo y la reacción, descubriendo la dimensión de los derechos o, en palabras de Amartya Sen, de las libertades. Cierto, en aquellos tiempos se impugnaron los derechos como medio para reducir las desigualdades sociales y las formas de explotación y opresión. Sin embargo, aparecen hoy como las únicas y duraderas conquistas del movimiento obrero en su lucha por la igualdad. No esta última, pero los derechos se revelaron como los fines principales de una política reformadora; una prioridad y una condición para contrarrestar las desigualdades sociales y la exclusión civil de millones de seres humanos que le precedieron y la acompaña.
En efecto, este es el legado duradero del progreso que se afirma en las luchas sociales del siglo XX: la libertad de asociación y de huelga, el sufragio universal, el “welfare state”, la paridad entre hombres y mujeres, la democracia parlamentaria: unos derechos que continuamente ha sido puestos en discusión o, a veces, vaciados de contenido. Y por esta razón (en todas las épocas), la afirmación de determinados derechos, como metas que se deben conquistar en todo momento, se acompañan de intentos de utilizar en los hechos la desreglamentación que suscitan tales cambios y las transformaciones sociales para volver atrás y para hacer valer la reacción de las fuerzas conservadoras con el ánimo de imponer una regresión política y cultural.
Esta ha sido, en los últimos años, la postura de los sectores más conservadores de la patronal y la derecha frente a las nuevas contradicciones que suscitan los procesos de transformación de la empresa y del mercado de trabajo, inseparables de la aparición de las nuevas tecnologías de la información. Por ejemplo, la contradicción existente entre un trabajo de gran responsabilidad y un empleo incierto, precario e inseguro, al menos para ún gran número de personas; en la incapacidad de buscar una solución a esta contradicción --mediante el diálogo e imaginando nuevos derechos: la formación permanente y otros-- ha prevalecido, en suma, en una parte del mundo empresarial (sobre todo, en sus corifeos) un reflejo condicionado: volver a las reacciones autoritarias de la década de los cincuenta.
Primera observación: no se debe extraviar la “modernidad” y no hay que confundir las reacciones de las clases dominantes con el reformismo.
Este fue el error que cometieron, hace ya unos diez años, los adversarios del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores (Statuto dei lavoratori) no cayendo en la cuenta que esta primera conquista del otoño caliente adquiriría un nuevo valor en el marcado laboral de la flexibilidad y la precariedad, y --de manera particular-- en todas las relaciones de trabajo por tiempo determinado. Y poodía (y puede) abrir la vía para tutelar todas las formas “atípicas” de la relación de trabajo que hacen posible el ejercicio de un derecho. Y este es el error (no sé hasta qué punto irresponsable) de los que quieren ofrecer nuevas razones a la división de los trabajadores y a la campaña contra la tutela individual en la confrontacióin del despido (¿por razones económicas o motivos antisindicales) sin justa causa, apoyando un referéndum para extender la obligación del reintegro que sanciona el artículo 18 en una tienda o en la relación de trabajo personalizado.
Segunda observación: ¿los derechos, también los derechos fundamentales, tienen su propia historia? Es cierto, pero esta historia no es lineal. Algunos derechos acaban por olvidarse; o, porque --aunque plenamente ejercidos en tiempos remotos o al revés-- son completamente superados por las transformaciones de la sociedad. Ciertamente, el contrato de trabajo por tiempo indeterminado es uno de éstos, aunque sobreviva formalmente. Sin embargo, otros derechos conservan una dramática actualidad; por ejemplo, la enseñanza obligatoria, la prohibición del trabajo dependiente a los menores, las tutelas de los jóvenes, las mujeres, las minorías étnicas o religiosas; o como otras discriminaciones, por ejemplo, en el tratamiento salarial. Por no hablar de los inmigrados: ¿acaso se ha olvidado la reciente campaña --con sus correspondientes resonancias en una determinada literatura económica-- planteando la disminución salarial para los inmigrantes recién llegados? En definitiva, otros derechos tienen una evolución y un devenir, como por ejemplo, la transformación en el derecho al estudio (à la Condorcet), el que sitúa nuestra Constitución y, ahora, el derecho a la formación permanente (pendiente de ejercer) tal como plantea la Carta de Derechos fundamentales de la Unión Europea.
Está claro que los derechos fundamentales tienen su propia historia y su propia devenir, que señalan siempre una nueva frontera hacia la cual orientar los confines de la “polis”: de la democracia real. Y que, contrariamente, a un cierto juicio de Marx, denunciado el carácter mistificador de los “derechos formales burgueses” al estar en contradicción con las condiciones “reales” de vida, trabajo y poder de las clases subalternas, estos “derechos formales burgueses” demostraron ser la leva principal para superar estas contradicciones, salvaguardando la democraciua y lsd libertades indificuales que, después, el mismo Marx corrige más tarde en otras partes de su investigación.
¿Nuestra oposición a esta guerra preventiva no saca, quizás, su fuerza de convicciones; por ejemplo, de la susencia de una legitimación de las Naciones Unidas? ¿Y no apunta, ahora, a restituir a la ONU una soberanía efectiva (que es condición de su sucesiva reforma) y su función de fuente principal e ineludible del derecho internacional? No es, hoy, el objetivo principal del movimiento por la paz?
Para una fuerza de la izquierda, las nuevas fronteras de los derechos formales son las nuevas fronteras de la democracia. Pero, incluso a la hora de delinear una nueva frontera de los derechos (hoy ante las transformaciones de la sociedad civil la izquierda y el mismísimo movimiento sindical se resienten de límites defensivos y conservadores. Que se expresan, por ejemplo, en la infravaloración o en la afectación con el que afrontan el derecho al conocimiento y al saber, en su lucha contra la fractura social que se dibuja en el mundo entre quienes possen conocimientos y quienes está excluído de ellos.
Existe un retraso del sindicato en la percepción de la centralidad de una propuesta por el control de las formas de organización del trabajo, capaces de valorar los recursos culturales y profesionales y el deseo de aprender de la persona que trabaja; o en el diseño de una reforma del “welfare state” que responda al reto del envejecimiento de la población; un retraso, también, para reconstruir --en el mundo del trabajo y en la sociedad-- toda una solidaridad entre los diversos en torno a la búsqueda de derechos universales donde todos se puedan reconocer y construir nuevas y más amplias alianzassobre la base de objetivos como éstos.
En resumidas cuentas, la cuestión que se dirime es la actitud de los derechos universales (en los planos nacional e internacional) para construir la solidaridad entre diversas tipologías de ciudadanos, en primer lugar, en el universo de los sectores más débiles, superando toda dimensión corporativa y los privilegios de ciertas capas y corporaciones.
La otra cara, pplenamente actual, de los derechos fundamentales es la que empuja a las fuerzas políticas y sociales, que lo reivindican, a perseguir una acción incesante para dotar, rápidamente, a estos derechos de los recursos materiales y umanos necesarios para llevarlos a la práctica, esto es, a su efectivo ejercicio. En ese sentido, afirman no sólo una perspectiva y un futuro posible sino un vínculo con el presente: el de la coherencia, sin desviaciones, en la intervención para realizarlos “qui et ora”. Un vínculo que permite afirmar una transparencia y una eticidad de la acción política, fuera de un lenguaje propio de iniciados, como es el caso del monopolio de algunas capas que se autodefinen como “destinados” al gobierno, ya sea por nacimiento o por oficio.
Traducción José Luis López Bulla, subvencionada por don Rafael Rodríguez Alconchel
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martes, enero 30, 2007

TRABAJAR, ¿PARA QUÉ? OTRO COLOQUIO DE BRUNO TRENTIN CON ESTUDIANTES

(Traducción a cargo de José Luis López Bulla ex allegato de Rafael Rodríguez Alconchel)


Estudiante. Buenos días. En puertas del siglo XXI y habiendo cambiado la relación entre el hombre y el trabajo ¿no cree que no se va a ningún sitio --y, además, es ilusorio-- que se mantenga la misma relación entre el trabajador y el sindicato?

Trentin. Ciertamente. No puede permanecer invariable porque tiende a cambiar profundamente el trabajo; es necesario, así, disponer de más conocimiento para poder expresarse a través del trabajo. Y teniendo cada vez más necesidad de conocimiento, todas las personas se convierten en individuos con problemas diversos, necesidades distintas y capacidades creativas diferentes. Antes, el sindicato organizaba grandes masas de trabajadores intentando representar todo lo que tenían de idéntico. Hoy, el sindicato -si quiere representar de verdad, no sólo a las masas, sino a las personas, cada una con sus propios deseos e identidades- tiene que saber repensarse a sí mismo completamente; debe dar la palabra a todas las figuras diversas que están emergiendo en la sociedad y, sobre todo, a los jóvenes.

Una estudiante. Dispense, profesor. En nuestros días (en el mundo de la globalización donde las grandes empresas sortean con facilidad las huelgas y las protestas) ¿qué deben hacer los sindicatos de todos los sitios para no perder su poder contractual?

Trentin. Claro, es verdad que, en parte, es posible sortear una huelga en las grandes multinacionales ya que pueden trasladar el trabajo de un país a otro. Y también es cierto lo contrario: que la globalización ha comportado el desarrollo de centros autónomos de decisión en cada unidad de producción, investigación y distribución. De manera que no es preciso imaginar la globalización como si fuera una sanguijuela con su cabeza, por ejemplo, en Nueva York. siendo el resto unos tentáculos no inteligentes. Mire, en la más pequeña sucursal de una multinacional hay un centro de investigación, existe un laboratorio, gente que trabaja y piensa, convirtiéndose en insubstituible. De manera que la huelga pesa e incide todavía en ese mecanismo que es la empresa moderna, una empresa que tiene cerebros distribuidos por todo el mundo. Así, pues, si uno de esos cerebros se bloquea, se paraliza todo el resto. Aunque esto no quiere decir que no haya que buscar nuevas formas de coordinación entre los trabajadores y los sindicatos en todas las partes del mundo.

Joven. Oiga, profesor. Hoy se habla mucho de movilidad, como si fuera el recurso para derrotar el desempleo. Pero también es verdad que, por otra parte, la movilidad generará sobre todo precariedad y despidos. Oiga, ¿no cree que los sindicatos deberían oponerse más tenazmente a esta perspectiva con más fuerza que lo que han hecho hasta el momento? ¿Y no piensa que deberían luchar, todavía más, para salvaguardar los derechos adquiridos de los trabajadores de más edad, pues son los que se arriesgan a encontrarse de improviso y sin cobijo alguno?

Trentin. Usted me hace muchas preguntas seguidas… Hay una movilidad que viene inevitablemente de las nuevas tecnologías. La movilidad, en principio, es necesaria porque toda una serie de nuevas tecnologías envejecen en un espacio de tiempo de, a veces, hasta seis meses. Por ejemplo, en el software tenemos innovaciones cada año. Ello quiere decir que con la obsolescencia de las tecnologías, envejecen también las profesiones, las tareas y los cometidos. Es necesario cambiar.
Las nuevas tecnologías, por su propia naturaleza, son extremadamente flexibles y adaptables. Y pueden producir pequeñas y pequeñísimas series para una clientela concreta. Acabada aquella tarea, se cambia y, con ello, a menudo desaparece una fábrica. De modo que se trata de una movilidad de las personas que, en cierta medida, es fisiológica, obligada ante estos cambios tan gigantescos.

El mismo joven. La movilidad es un dato es ciertamente verificable. Sin embargo, yo creo que hasta cierto punto si lo que se quiere es fortalecer un determinado modelo de sociedad neoliberal, donde los despidos se conviertan en moneda corriente ¿no piensa que se deben garantizar también los nuevos puestos de trabajo? ¿y dónde se pueden emplear aquellas personas afectadas por la movilidad?

Trentin. Estos puestos de trabajo pueden encontrarse de dos modos.
El primero, garantizando ciertamente la posibilidad de un desarrollo cada vez mayor, mediante grandes innovaciones frecuentes y sobre todo con la renovación de los productos. Siempre ha sido así a lo largo de la historia de la humanidad. De ahí que sea innecesario pensar que las nuevas tecnologías destruyen el trabajo, como frecuentemente escriben muchos escritores, más de ciencia ficción que de economía. Desde el momento en que se introdujo la turbina eléctrica hasta la invención de los electrodomésticos y sus derivados pasaron cincuenta años, y se ha ido creando empleo.
El segundo modo se relaciona con el conocimiento. Una persona no puede aspirar, hoy, a estar empleada en el mismo puesto de trabajo durante toda su vida. Pero sí puede aspirar en tener una profesionalidad segura. Lo que quiere decir que la profesionalidad cambia continuamente, siendo necesaria una permanente puesta al día de los propios conocimientos. O sea, cambiará de trabajo, pero no de capacidad profesional; no perderá en el mercado laboral, será siempre empleable…

Sigue el mismo estudiante. Sí, comprendo. Pero, sinceramente, me parece que los sindicatos se están acomodando a esa perspectiva. Es decir, no me parece que haya grandes luchas contractuales de los sindicatos contra los empresarios con el ánimo de defender más a los trabajadores que corren el peligro de caer en la movilidad. Vamos a ver, ¿qué están haciendo concretamente los sindicatos para darle una orientación segura a la movilidad, capaz de favorecer a los trabajadores? ¿qué estrategia tienen los sindicatos?

Trentin. Los sindicatos tienen, ciertamente, muchos límites, y en muchas ocasiones llegan con retraso a estas transformaciones. Es algo que no quiero negar en absoluto. Pero el problema de los sindicatos no es, y no puede ser, la resistencia. Resistir y después perder la batalla no puede ser el cometido de los sindicatos ante estos cambios de una naturaleza tan profunda. El problema es el de gobernar este cambio en la dirección más útil para los trabajadores. Por ejemplo, me refiero a negociar el derecho de información en el puesto de trabajo, de manera que un trabajador que cambia de empleo pueda salir de ella con mejores conocimientos y más fuerte en el mercado laboral que cuando entró. Esta es la batalla que es preciso dar.

Otro estudiante. Perdone. Intervengo, especialmente, para apoyar el discurso de éste…, de mi compañero. Le quiero preguntar: aquí tengo el periódico de ayer, Liberazione. Informa de algunas cosas que usted dijo en el seminario sobre “Horario y condiciones de empleo”. Leo lo que dice: “Para Trentin el horario de trabajo corre el riesgo de acabar bajo el control unilateral de la dirección de la empresa”. Así es que ¿cómo es posible que, ante el problema de las 35 horas, el sindicato no se bata verdaderamente? ¿Cree usted posible que se pueda conseguir la semana de 35 horas mediante la negociación? ¿No es mejor buscar también el choque de muro contro muro,[1] y no intentando dar pequeños pasos como hacen ustedes? ¿no es mejor imponerla por ley? Porque todo indica que los sindicatos han renunciado a imponer a los empresarios la ley de las 35 horas.

Trentin. Creo que la idea de imponer una ley (cuando no se consigue imponerla con la lucha y la negociación sindical) es una reacción de debilidad y no de fuerza. Si no consigo conquistar un determinado con el consenso de la gente y recurro a la ley, no es un acto de fuerza.

El estudiante anterior. Pero… ¿con quién entiende usted que se ha de establecer el consenso? ¿Con el consenso de los empresarios? No se dará nunca.

Trentin. No, no, no. Con el consenso de los trabajadores.

El mismo de antes. Pero si se han producido diversas huelgas de los trabajadores en las fábricas, en exigencia de la reducción a las 35 horas...

Trentin. ¿De verdad? Cíteme una porque tengo curiosidad de saberlo.

El estudiante. ¿No hay una manifestación convocada para el 21 de marzo, a nivel nacional?

Trentin. Sí: una manifestación nacional; ya veremos cómo se desarrollará. Pero usted hablaba de huelgas de los trabajadores por las 35 horas. Tiene que citarme una.

El mismo. ¿Ehhh? Estaba hablando de manifestaciones, no de huelgas…

Trentin. Vale. Pero si queremos ser concretos, aquí tenemos un problema. Es preciso hablar del país real, para que podamos ir adelante. Este país real es fruto de una multiplicidad de situaciones. Yo no he dicho que las empresas controlan los horarios, sino que las empresas controlan el tiempo, que es una cosa mucho más complicada. Y, en efecto, el gran problema que advierten todos los trabajadores de las más diversas categorías y profesionalidades es el de gobernar su propio tiempo. No es mediante una receta única como se resuelve este gran problema de libertad. Que no… que no puede ser con una receta única.
Si usted le dice a una persona que trabaja 32 horas o 30 horas (hay casos de éstos, hay no pocos convenios con esta cláusula) las 35 horas serán otra cosa para él. Para esta persona, el problema serán las pausas y descansos frente a un trabajo estresante o tener la posibilidad de tener formación con la reducción de la jornada.

Un joven. Dispense, oiga. Usted ha dicho que la imposición por ley es cosa de débiles. Hay algunos sindicalistas que se vanaglorian de llevar estas luchas que vienen desde 1978… Pero, me parece que solamente con la imposición de una fuerza política se puede llegar… se puede llegar a hablar concretamente de las 35 horas. Vamos a ver, ¿qué han hecho durante veinte años, de verdad, los sindicatos para empezar a hablar concretamente de las 35 horas? Lo comprendo: la imposición por ley será cosa de los débiles, pero hasta un cierto punto es, tal vez, el único modo de imponer eso a los empresarios, Estos sólo piensan en disminuir el coste del trabajo. Y seguramente con las 35 horas el coste del trabajo no disminuirá.

Trentin. No. Pero con las 35 horas --si usted conoce un poco cómo está la reglamentación de las horas extra en Italia--, éstas, las horas extras, cuestan mucho menos que la hora normal de trabajo: un cuarenta por ciento menos. Contrariamente a lo que gritan los empresarios, yo no estoy convencido que sea un gran drama. No es un gran drama para ellos tener una ley que contemple las 35 horas para todos porque, a continuación, pueden obligar a realizar las horas extras sin limitación. Por cierto, las propuestas de ley de 35 horas dejan sin resolver esta cuestión.
Yo estoy en condiciones de decir que el sindicato, en estos últimos años, a pesar de las dificultades (el desempleo no es cosa que ayude a la batalla por la reducción de los horarios) digo, a pesar de las dificultades, hemos conseguido no ya las 35 horas, sino 34, 32, 30… Conozco perfectamente empresas textiles que trabajan 30 horas. Y, ¡oído!: he descubierto que, en algunos sitios con 30 horas semanales, la condición de trabajo ha empeorado.

Estudiante. Digo yo que serán casos límite…

Trentin. ¿Casos límite, dice? El 28 por ciento de la población trabajadora tiene una alta… una altísima profesionalidad. Hay un millón y medio de técnicos jóvenes, trabajadores subordinados con contratos “en misión”. El problema del tiempo se presenta para esta juventud de una manera diferente a la “solución guillotina”. Quiero decir lo siguiente: el problema es reducir el horario efectivo, no el horario legal, consintiendo a la gente que gobierne su propio tiempo.

Una joven. El sistema de producción fordista-taylorista ha caído definitivamente. Quiero preguntarle si el nuevo modo de producir se reoganizará en base a las nuevas exigencias del mercado ¿O será sin una posterior formación de esquemas?

Trentin. Un momento… Podemos hablar de la crisis del modelo fordista porque, de manera particular, las nuevas tecnologías de la informática han puesto en crisis la producción en masa estandarizada y repetitiva. Pero yo sería más prudente con relación al taylorismo ya que, en todos los países, las direcciones de las empresas se resisten a abandonar el sistema jerárquico y opresivo de la organización del trabajo. Estamos, por lo que se ve, en una fase abierta que no tiene un nuevo modelo. Estamos, sí, ante unas tentativas: unas veces con fuerzas innovadoras y, en otras ocasiones, con vueltas al pasado. El problema del sindicato y de los trabajadores es el de moverse en esa dirección con sus propias propuestas.

La misma joven. Pero… ustedes cree que, a pesar de la actividad sindical, en este modo de producir seguirá existiendo una jerarquía…

Trentin. Siempre habrá una jerarquía mínima… Cuando trabajan juntas tres o cuatro personas, siempre hay una división de los objetivos y de las tareas. El problema es que esta división no sea siempre fija; que no mantenga al de arriba siempre arriba y al de abajo siempre abajo, manteniendo siempre en el mismo sitio al que gobierna y al gobernado. Más todavía, todos deben tener la posibilidad de participar en las decisiones. Ese es el gran objetivo que se propone en todas las luchas sindicales de estos años, tanto en Europa como en otros lugares del mundo. Y se están dando los primeros pasos.
Creo que, en todas las industrias modernas, el número de los niveles jerárquicos ha disminuido, aunque todavía son pocos los casos donde exista el trabajo en grupo, donde se permita que todos expresen sus capacidades creativas.

Otra chica. Oiga, dispense. ¿Cuál puede ser la tutela sindical para aquellos trabajadores que hacen su cometido en red? Porque allí no hay unidad de espacio y de tiempo y trabajan a distancia. A ver, ¿cómo puede existir la tutela sindical, cómo se puede controlar esta unidad espacio-tiempo que va un tanto a uñas de caballo?

Trentin. Bueno, hay diversas formas de trabajo en red. Por ejemplo, el teletrabajo. El sindicato tiene que acercarse a todas estas realidades fragmentadas, representando los intereses de la gente. Y no sólo con objetivos del pasado, porque si se planteara las 35 horas para todos o aumentos de salario iguales para todos (como si todos tuvieran las mismas condiciones, o sea, la situación de hace treinta años) probablemente nos equivocaríamos. Pero existen problemas idénticos: problemas de libertad, de derechos, de igualdad de oportunidades, de gobierno del tiempo, de autonomía en las decisiones… El sindicato tendrá que representar a la nueva clase trabajadora con relación a estos problemas. Nadie movería un dedo en este país si yo dijera las mismas cosas que expresaba hace treinta años cuando dirigía a los metalúrgicos, es decir, cuando planteaba un aumento de cien mil liras iguales para todos.

Estudiante. Oiga, ¿en este momento qué línea económica sigue su sindicato?

Trentin. ¿Qué quiere decir con eso de “línea económica”?

El mismo estudiante. Me refiero a la línea que quiere imponer el gobierno…

Trentin. El sindicato debe representar o intentar representar al mundo del trabajo. El sindicato no representa al gobierno, ni a ninguna autoridad, no es una ramificación del gobierno. La línea de política económica del sindicato es lo que vengo explicando: nuevas ocasiones de trabajo que no sean precarias y no descualificadas, no provisionales y siempre basadas en la posibilidad de aumentar el conocimiento y la profesionalidad. Este es el futuro del trabajo.
El futuro del trabajo es ser, cada vez más, una mercancía insustituible. Hoy la competencia a escala mundial no se desarrolla esencialmente sobre los capitales o sobre los inventos porque todo ello circula con la velocidad del ordenador a través de internet. Lo único que permanece menos móvil, relativamente menos móvil, son las personas: las personas que piensan y que pueden resolver problemas. La competencia se desarrollará, cada vez más, con el mayor número de cerebros en los puestos de trabajo resolviendo problemas, siendo capaces de no repetir continuamente la misma carrocería; no insistiendo en el error y en el defecto anteriores… Porque hoy se exige al trabajador que responda justamente a una función; que haga una pieza y, al mismo tiempo, que sepa corregirla, verificar, ver cómo funciona y si se adapta a otra pieza o no se adapta. Antes, estas cosas eran auténticas obras maestras, y yo lo he visto hacer con aleaciones pequeñísimas y muy refinadas. Era el trabajo semiartesanal que hacía un obrero de tantos hace muchos años. Este tipo de obra maestra en la industria artesanal desapareció hace unos cuarenta y cinco años.
Después se pidió a la gente que hiciera una sola operación (la misma, repetida miles de veces) en condiciones frecuentemente desagradables. Tengan en cuenta que el cacharro se montaba, durante ocho horas diarias, con las manos arriba. Con esa postura nadie podía preocuparse de saber si había defectos o no. Ahora, todo eso está cambiando. Todo está cambiando y, naturalmente, los trabajadores --las personas de carne y hueso-- las chicas y los chicos que entran ahora en la fábrica moderna, bueno, frente a estos cambios exigen más. Quieren disponer de más conocimientos, piden poder decidir cómo se hacen las cosas y no solamente trabajar más durante un determinado tiempo. Ahí debe intervenir el sindicato para afirmar y liberar los grandes deseos de libertad y de orgullo de auto-realización de la persona en el trabajo.

Una joven. Profesor, usted dijo antes que en la industria, aunque había ritmos agobiantes, se tenía la posibilidad de competir: existía la competencia entre trabajadores. Ahora, con el teletrabajo falta esta dimensión humana y social. ¿No es un paso atrás que falte un derecho ya conquistado?

Trentin. Alto ahí, yo no he dicho que hubiera la posibilidad de competir entre los trabajadores. Porque también el sindicato se batió para impedirlo.

La misma joven. Tal vez más que competencia había la comparación.

Trentin. Sí, pero sobre todo, he dicho que la competencia entre las empresas se realiza mediante la capacidad creativa del trabajo. Así de claro. El trabajo ha sido siempre un momento de vida en común, de colaboración, no de competición entre diferentes personas. Ahora se corre el riesgo de que eso se pierda cuando uno se encuentra, por ejemplo, en la soldad del teletrabajo. Pero, también es verdad que esa soledad es un espacio de libertad, y un joven que trabaje de esa manera no renunciará fácilmente a ese espacio de libertad de poder gobernar su propio tiempo.
Hay que encontrar el modo que este operador del teletrabajo, ese joven, pueda reunirse con el resto que hace el mismo cometido y ver con ellos qué debe reivindicarse conjuntamente, no solamente qué retribuciones; sobre todo deben ver qué posibilidades tienen de enriquecer sus conocimientos. Un sindicato moderno debe preocuparse de estas cosas. Es decir, reunir todas esas personas, esos diversos individuos.
Ustedes habrán notado que siempre hablo de personas y poco de masas. Lo hago porque el gran asunto de este siglo, en el que ustedes han entrado, es que la gente emerge con su propia personalidad y no acepta de estar encasillado junto al resto; cada cual quiere hacer sentir su aspiración y sus prioridades. Es un derecho que debe defenderse. Que hay que defender, naturalmente, de modo colectivo.

Otra joven. Profesor, pero ¿por qué motivo se continúa luchando más sobre la cantidad de trabajo y no sobre la calidad del trabajo? ¿Por qué no se intenta sistematizar mejor las condiciones de este trabajo y no solamente sobre las horas de trabajo?

Trentin. Se pueden vincular las dos cosas. Porque si consigo trabajar menos, estoy hablando de trabajo efectivo; y si consigo estudiar más, puedo trabajador mejor y ser dueño de mi propio trabajo.

La misma joven. Claro, pero por condición yo entiendo en la fábrica, por ejemplo, donde no se dan buenas condiciones. Por ejemplo, hay fábricas donde existe un trabajo estresante por la cantidad de horas de trabajo, claro, pero también porque las condiciones son pésimas. No son buenas fábricas. Por ejemplo, sabemos de muchas fábricas donde hay mucha mano de obra sumergida[2]: muchas chicas que están en el trabajo sumergido. ¿No se podría mejorar esta situación en vez de intervenir sólo en las horas de trabajo?

Trentin. Bueno, no conviene infravalorar eso de reducir las horas de trabajo. Tengan en cuenta que, en los entresuelos de Nápoles o de Puglia, hay muchas niñas que hacen pantis de mujer y trabajan más de doce horas. Para esta juventud, trabajador menos sería algo extraordinario. Son, además, horas mal pagadas y en unas condiciones nocivas. Lo sé perfectamente: los productos que se utilizan para fabricar los pantis son peligrosos, y se respiran ácidos que dañan peligrosamente la salud. Trabajar así durante doce horas es acortar la vida.
Entonces, reducir las horas y mejorar las condiciones de trabajo no están en contradicción. Hay una batalla fundamental por la salud, por el gobierno del tiempo de cada cual y para obtener las remuneraciones por aquello que realmente se hace. Se trata de chicas infra remuneradas, explotadas en todos los aspectos. Y aquí volvemos a encontrarnos con un problema de falta de libertad porque se trata de medio esclavas en muchos sitios. No sólo en el Sur, también en la Emilia Romagna con, por ejemplo, los pakistaníes o en el Véneto, con gentes que viven en un infierno. Francamente, aquello parece la Edad Media en pleno siglo XX. Por lo tanto, en estos casos estamos ante un problema de liberación del trabajo. Debemos abordar los problemas de las personas: su derecho a la vida, a estudiar…

Otra joven. Buenos días, Profesor. Estaba yo informándome sobre estos problemas de la revolución del trabajo y he encontrado en internet la web de Ricardo Bellofiore. Este señor explica las consecuencias de la revolución fordista y habla de “trabajo vivo” y “trabajo muerto”. Mi pregunta es si todavía podemos seguir utilizando esas categorías conceptuales de las diferencias entre “trabajo vivo” y “trabajo muerto”, según aquellos cánones.

Trentin. Claro que sí. Siempre podremos hablar de trabajo vivo y trabajo muerto. Se trata de un término marxista, pero que antes lo utilizaron los economistas clásicos. El trabajo vivo es el trabajo que producen las personas; el trabajo muerto es el trabajo que se ha incorporado a la máquina. De eso se habla en El Capital.
Pues sí, podemos decir que siempre habrá un trabajo vivo y un trabajo muerto. Pero yo pienso que el fordismo se ha identificado mucho más con otro concepto: el trabajo abstracto. El trabajo abstracto es aquel que podía parcelarse en una determinada cantidad de unidades elementales y, diría, que es un trabajo sin calidad. Por ejemplo, la cadena de montaje: efectivamente, no había diferencia, para hacer una carrocería, entre el trabajo de uno y el de otro. Ese trabajo se podía subdividir en muchísimas pequeñas operaciones y la retribución era igual para todos. Ese es el trabajo abstracto que estaba al margen de la persona concreta, de su conocimiento y de su personalidad: sus capacidades creativas no interesaban. En la producción fordista el dogma era: “no tenéis que pensar, sino ejecutar; nosotros pensaremos por vosotros”. Este era el evangelio de la fábrica, de la fábrica fordista.

Un estudiante Quisiera volver a un tema de palpitante actualidad: el de los ferrocarriles. ¿Cómo se sitúa su sindicato frente a esta crisis que está afectando a uno de los últimos servicios públicos que nos quedan en nuestro país?

Trentin. ¿Qué cómo se sitúa? En primer lugar se trata de liquidar la burocracia que, durante años, se ha desarrollado en ese sistema y no ha sido capaz de renovarlo. Tenemos, hoy, unas estructuras profundamente envejecidas, a pesar de que los ferrocarriles nos han costado un ojo de la cara; es un dineral que se lo ha comido una enorme maquinaria burocrática. En segundo lugar, defendiendo a los trabajadores, y me permito añadir la solidaridad entre los trabajadores. Porque hay grupos corporativos, también en los ferrocarriles, que se han consolidado y han roto la solidaridad.

El mismo estudiante Pero sí existe solidaridad porque contra los despidos de estos días se ha movilizado casi toda la empresa. Ahora quiero preguntarle otra cosa: ¿piensa el sindicato que la solución es la privatización?

Trentin. Bueno, no es ahora este el problema. La solución nunca es blanca o negra. Lo que interesa saber es si una empresa está bien gestionada, si los trabajadores tienen el derecho de participar en sus decisiones que se refieren al trabajo. Da igual que la empresa sea pública o privada porque siempre permanece el mismo problema. Hemos tenido empresas nacionalizadas en la Unión Soviética donde existía la mayor opresión a los trabajadores. El problema no está en la solución mítica de la propiedad; el problema es la libertad de las personas en el trabajo. Esto es lo que nosotros defendemos, también en los ferrocarriles: la posibilidad que ejerzan bien su profesión y en solidaridad con los demás.

Estudiante. Claro, pero si la empresa de los ferrocarriles hubiera sido privada, estos despidos hubieran pasado con sordina; pero como es pública, el asunto ha dado mucho ruido y han habido muchas huelgas…

Trentin. Permítame. El problema no está en los despidos. El problema es el despido justo.
En una empresa privada, donde hemos conquistado un estatuto de derechos laborales, no se puede despedir a un trabajador sin justa causa, que tiene que demostrarse en los tribunales. Pero en la Administración pública era diferente: hicieras lo que hicieras nunca te podían despedir. Nosotros hemos luchado para romper esa situación con el ánimo de que todos tengan iguales derechos. Y, ciertamente, ahora en la Administración pública está el derecho a la justa causa. Pero esto nace del Estatuto de los Trabajadores y no del empleo público.

Otro estudiante Dispense, profesor. En estos días, además de los ferrocarriles, ha estallado el escándalo de los llamados esclavos del nordeste, es decir, personas que vienen de países extranjeros y trabajan 350 horas al mes en Porto Marghera (Venecia) y se les paga poquísimo. Pero lo más escandaloso es que aquello forme parte de un proyecto europeo. ¿No le parece absurdo esto? ¿No le parece absurdo? Y, sobre todo, ¿cómo es posible evitar que los intereses de las multinacionales, quiero decir, que la legalización de los intereses de las multinacionales se convierta en la regla?

Trentin. Vamos a ver. No está escrito en ninguna parte que eso se convierta en la regla. Si existe la financiación de un proyecto de la Comunidad (conozco el caso de Porto Marghera) se trata, en primer lugar, de una burla a la Comunidad y de una violación de las leyes más elementales que hay en ese sentido.

Estudiante. Vale. Pero ¿cómo es posible que haya sucedido, y cómo es posible que también haya sido legalizado?

Trentin. Sí, ha sucedido. Pero no…, repito: no ha sido legalizado. Se trata de una violación de la ley, y se trata de demostrar dicha violación mediante la lucha. De momento se han cerrado esas carracas donde se explotaba al personal. Hay que tener un gran coraje para cerrar aquellas carracas… Y esta es una batalla que probablemente deberemos dar en otros sitios, allá donde se considera que es normal que se explote a una persona de otro color u otro país. Estoy por decir que esto se resuelve con la lucha, con la lucha… “con la guerra en el interior del pueblo”, como se decía hace muchos años.

Una chica. Profesor, usted afirma en un libro suyo que los sindicatos deben abandonar la lógica del muro contro muro con los empresarios y, por otra parte, plantea que los sindicatos se comprometan en la dirección de las empresas. Ahora bien, de esa manera tendrían que apoyar situaciones poco favorables como puede ser, en este periodo, la movilidad. ¿No cree que de esa forma se apoya a las empresas y a los empresarios?

Trentin. Lo que pasa es que yo nunca he dicho, así, lo de muro contro muro. Hay veces en que te encuentras con lo de muro contro muro. Porque cuando están en juego cuestiones fundamentales (como el derecho de las personas, como eran los casos de los que hablábamos antes) estamos en el muro contro muro. O sea, no se puede ceder, no puede haber compromisos de cualquier naturaleza. Ahora, si usted me cita el caso de la movilidad… Pues bien, hay una movilidad que es inaceptable porque entran en la lógica empresarial del usar y tirar la mano de obra a poco precio.
Y hay casos de movilidad que son inevitables, dados los cambios de las tecnologías. En este caso, es un error hablar de resistir, combatir y después registrar el disparate, incluso cuando se hace con el apoyo de los trabajadores como a un servidor me ha pasado muchas veces. Así es que es necesario tener un sindicato capaz de proponer. Capaz de proponer alternativas. Siempre hay alternativas a las propuestas de los empresarios. Tenemos que orientarnos a decir menos “que no” y más a decir “que sí”. Cierto, no al sí de los empresarios, sino al de los trabajadores.

Muchacha. Pero, ¿realmente qué papel desarrolla el sindicato tutelando los derechos de los extracomunitarios que, a menudo, llegan a Italia, que continuamente llegan a Italia a realizar trabajos humildes? ¿De qué manera el sindicato defiende y tutela los derechos de los extracomunitarios?

Trentin. Bien, en la medida que son trabajadores como el resto y deben ser protegidos desde todos los puntos de vista. Ahora bien, hay muchas situaciones en las que se crea una terrible complicidad entre el trabajador y el empresario. No siempre y no sólo el trabajador extracomunitario, también casos como el de aquellas chicas italianas que trabajan en la economía sumergida. Se renuncia, así, a una serie de derechos (por ejemplo, a la Seguridad social) porque el patrón les dice: “De esta manera te doy más; y si no lo quieres, te despido”. Se crea, pues, una situación de complicidad entre el negrero --porque eso es lo que son: negreros—y el trabajador, sobre todo el extracomunitario. Hemos dado importantes batallas en no pocos sitios. En una de ellas la mafia mató a un compañero nuestro, muy valiente, que representaba a sus compañeros nigerianos.

Una estudiante Oiga, ¿no se corre el riesgo de que la movilidad provoque una pérdida de identidad en el individuo?

Trentin. Muy cierto, existe ese peligro. Pero el antídoto está en que las personas consigan acumular una mayor preparación que les permita mantener su propia identidad aunque cambie el puesto de trabajo. He dicho el puesto de trabajo, no el tipo de trabajo.

Otra estudiante. Mire, ayer, con otro experto, estuvimos hablando del bien común y del bienestar, es decir, de cosas que puede tener el pueblo y den una completa confianza en el Estado. Y este experto ponía el ejemplo de Rousseau que hablaba de la voluntad común y del bienestar que podía conllevar… ¿Cómo piensa usted que podemos conciliar nosotros, en nuestros tiempos de ahora, estas dos ideas: la que exalta la individualidad de una sola persona y esta especie de bienestar común que debería crearse dándole confianza al Estado y, digamos, reuniendo muchas individualidades para poder tener un bien común?

Trentin. Rousseau no tenía confianza en el Estado.

La misma estudiante. No. No la tenía. Pero decía que debería existir una voluntad común que debía venir del Estado.

Trentin. Ciertamente. Pero la voluntad común se expresa mediante valores que cambian con los tiempos. El mismo Rousseau pensaba que la voluntad común aspiraba a cierto grado de felicidad. Bien, yo creo que las cosas han cambiado. Quizás me equivoque --vosotros lo juzgaréis-- yo lucho, también, por el derecho a ser infeliz: por escoger mi felicidad o mi infelicidad.

La misma de antes. Claro, esto es lógico porque siempre está lo que quiere cada individuo concreto.

Trentin. Y lucho sobre todo por mi libertad, por la posibilidad de expresarme. Y aquí busco un grado enorme de solidaridad con tantos de mis iguales: los que tienen el problema de ser unos solitarios, de ser libres, de ser ellos mismos. Y en este sistema, el modo de producción es quien niega este derecho, el derecho a la auto-realización. Porque un derecho fundamental es lo que construye la civilización. Yo no creo que lo que estoy diciendo sea el repliegue hacia el individualismo. Estoy hablando de la valoración de las personas, de la riqueza que tienen en su interior: es una gran batalla de libertad y de progreso.
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[1] Muro contro muro es un ideolecto que utilizan algunos sectores de la izquierda italiana. Quiere decir, chispa más o menos, nosotros contra ellos y, en términos menos jergales, sería clase contra clase. (JLLB)

[2] La joven utiliza la expresión “lavoro nero”. Para evitar confusiones al lector de hoy, utilizo la expresión “trabajo sumergido”. (JLLB)